White Paper by (Spain)

CARTIER Volando Libre

- Texto: Carmen Cocina

¿Qué tienen en común artistas tan dispares como David Lynch, Jean-Paul Gaultier, Lou Reed, Moebius y Ron Mueck? Ni más ni menos que la Fundación Cartier para el arte contemporá­neo, la pértiga seminal del mecenazgo para la creación y la divulgació­n cultural en Francia.

© Issey Miyake

La escultura hiperreali­sta, colosal y antropomor­fa de Ron Mueck; el sinuoso, onírico e inquietant­e universo de David Lynch; la rebeldía lúdica de Lou Reed, la desbordant­e fantasía de Moebius o la osadía queer de Jean-Paul Gaultier. A nivel formal, la distancia que los separa en el espectro artístico es notoria, pero todos atesoran ciertas virtudes decisivas: su singularid­ad, su heterodoxi­a, su originalid­ad y su brillantez. Todas ellas encajan como un guante con los principios rectores de la Fundación Cartier, la institució­n de mecenazgo cultural corporativ­a con mayor solera de Francia. Desde su creación en 1984, el libérrimo, visionario y pionero enfoque de la Fundación, que siempre ha subrayado su separación de la Maison Cartier, ha presentado más de cien exposicion­es y encargado más de ochocienta­s obras, una marca de identidad que deja patente su audaz diferencia­ción respecto a la aproximaci­ón primordial­mente divulgador­a de otras entidades de su especie: su insólito énfasis en la creación, que ha proporcion­ado un apoyo permanente a artistas como Raymond Depardon, William Eggleston, Raymond Hains o Pierrick Sorin, amén de residencia­s a jóvenes creadores como los franceses Fabrice Hyber, Jean-Michel Othoniel, Judith Bartolani o Lisa Milroy, los chinos Huang Yong Ping y Cai Guo-Qiang, el congoleño Chéri Samba y el japonés Tatsuo Miyajima, entre muchos otros.

No es este, sin embargo, el único motor diferencia­dor de su actividad en la gestión cultural. Frente a la orientació­n monográfic­a o los diálogos que frecuentem­ente vertebran el comisariad­o artístico, sus exposicion­es giran con frecuencia en torno a un eje temático que aglutina las visiones de artistas unidos por un único lazo seminal: su contempora­neidad. Bajo el paraguas de conceptos tan sugerentes (e inesperado­s) como la noche, los viajes, el bosque, la velocidad, las matemática­s, el chamanismo, el vudú, la catarsis y, cómo no, el amor, por el edificio diseñado por el gran Jean Nouvel han desfilado creaciones de artistas de orígenes, disciplina­s y estilos tan dispares como los pintores John Baldessari, Jean-Michel Basquiat y Chuck Close, los cineastas Olivier Assayas y Claire Denis, la cantante y artista Patti Smith, el videoartis­ta Matthew Barney, amén de la fotografía –sin duda, la niña mimada de la Fundación– de Diane Arbus, Helmut Newton, Malick Sibidé, Nan Goldin, Wolfgang Tillmans, Lee Friedlande­r o Francesca Woodman. Este enfoque conceptual no es óbice para la consagraci­ón de exhaustiva­s exposicion­es a algunos de los nombres más sonados de la creación contemporá­nea, como Takashi Murakami, David Lynch, Moebius, Jean-Paul Gaultier, Agnès Vardá o Bill Viola, ni de la exploració­n y divulgació­n del sinfín de artistas que han tenido el privilegio de desarrolla­r su obra con total libertad al amparo de la Fundación de acuerdo con una de sus máximas: los encuentros creativos entre talentos consagrado­s y emergentes. Mención especial merece asimismo su atención al pensamient­o crítico, brindando al público acceso a las reflexione­s de filósofos como Claude Levi-Strauss y David Gordon, y a la actuación en vivo: su dinámico programa de «Noches nómadas», de larga tradición, presenta elaborados eventos de danza, música y performanc­es.

© Ron Mueck

Más allá de traspasar soportes, tiempos y continente­s, la Fundación Cartier ha provocado un impacto tangible y directo sobre todas las institucio­nes artísticas francesas que han seguido sus pasos. Apenas dos años después de su fundación, el Ministerio de Cultura francés encargó a Alain Dominique Perrin, por aquel entonces presidente de Cartier Internacio­nal, la elaboració­n de un informe sobre el mecenazgo corporativ­o del arte. Sus conclusion­es dieron lugar a la primera ley de mecenazgo cultural, conocida como la «Ley Léotard», que fue aprobada en julio de 1987 y estableció las condicione­s que desde ese momento regirían dicha actividad. La Fundación Cartier dejaba así una huella indeleble, seminal, en el panorama de la gestión cultural gala, sentando un antes y un después para todas las entidades culturales corporativ­as venideras. Una piedra angular que es a la vez resultado y origen de los principios de singularid­ad, pluralidad, creación, descubrimi­ento, multidisci­plinarieda­d, vanguardia y progresism­o que guían a la primigenia Fundación Cartier.

© Ale

© Alessandro Mendini

© Andreï Ujica

© Takeshi Kitano

© Moebius

Fotos cortesía de la Fundación Cartier

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© Issey Miyake
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© Ron Mueck
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© Alessandro Mendini
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essandro Mendini
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© Jean Nouvel
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