‘Oficio, sí; certezas, ninguna’

La víspera de su desfile en el Grand Palais, vivimos un momento excepcional. Tras ver al emperador en plena acción, recibimos una minilección de estilo por parte del maestro.

Lunes, 3 de octubre, en el estudio de creación de la Rue Cambon, en París. Es la víspera del desfile de primavera-verano 2012 y Karl Lagerfeld procede a la sacrosanta accesorización de su colección. Durante dos días, cada modelo (y son setenta) desfila ante el maestro, que les atribuye un nuevo accesorio en cada pase: marroquinería, joyas o gafas. Con los ojos ocultos tras unas gafas oscuras, el diseñador escanea a velocidad de relámpago a cada modelo, y nada se escapa a su juicio: ni lo excesivo, ni lo insuficiente. Se añaden perlas en torno a la cintura de las estoicas maniquís. Por aquí, un bolsito con forma de caracola; por allá, unas plumas sobre los hombros de un aéreo vestido verde agua... Es una colmena sumida en una increíble agitación, el hall de una estación de tren en miniatura, una torre de Babel donde se cruzan musas (Amanda Harlech), periodistas amigas de toda la vida (Ingrid Sischy, de ‘Vanity Fair’), sus top models favoritas (Stella Tennant o Freja Beha, que se lanza a los brazos de un tierno Karl), encargadas del taller, peluqueros, maquilladores, fotógrafos... El primer círculo del estudio de creación o amigos que están de paso por allí. Asisten también, claro, Virginie Viard, la directora del estudio, con las manos juntas, en actitud de recogimiento, y que comprende