Alejandro Sanz

rae la sonrisa floja y los ojos guasones. Su gesto de niño pícaro, de encantador de serpientes, contrasta con algunas hebras de pelo gris. No hay que confundirse: ha cruzado ríos y escalado montañas, y que se muestre leve no significa que no sepa latín. Pero es tiempo de risas porque celebra su décimo disco, ‘La música no se toca’, hecho con el amor y la ilusión de una nueva novia: Universal, la discográfica que ocupa su corazón tras romper con Warner. Arrasará porque, como los mejores magos, sabe convertir en oro todo lo que toca. Y, como es generoso, confiesa su secreto para ello: ponerle emoción. Exacto. ‘La música no se toca’ es una declaración de intenciones: es lo único a lo que no renuncio. Todo pasará, menos la música. Respeto mi trabajo