Woman

Entrevista

La llama de Mia Wasikowska.

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desde que saltó a la fama internacio­nal en la piel de la heroína titular de “Alicia en el País de las Maravillas” (2010), ha dado vida a una sucesión de espíritus independie­ntes que tratan de liberarse de sus cadenas. Este mes tenemos de vuelta a Mia, 25 años, en la piel de una atormentad­a adolescent­e con querencia a la piromanía en la feroz sátira de Hollywood “Maps to the Stars”, de David Cronenberg (“Crash”, “Una historia de violencia”) y coprotagon­izada por Julianne Moore.

¿No sientes que hacer una película como esta es como morder la mano que te da de comer?

Yo no la veo solo como una película sobre Hollywood. Habla de la ambición, la fama y el dinero, de modo que podría transcurri­r en Wall Street o en torno a la industria del automóvil. Es una película sobre cualquier industria que genera productos de gran alcance, y sobre el brillo cegador que resulta de ellos.

Pero la celebridad es algo muy particular de Hollywood. ¿Qué opinas sobre nuestra creciente obsesión por la gente famosa?

Ahora todo el mundo se comporta como si fuera una estrella. La gente usa Facebook o Instagram para imitar la vida de las celebridad­es. No estoy diciendo que eso sea bueno o malo, pero no me parece muy útil. Es tentador decir que Hollywood tiene parte de culpa debido al estilo de vida que promueve, pero eso es solo psicología barata. Vivimos en una sociedad de personas que desean ser inmortales, que tienen miedo de desaparece­r. Y nuestra obsesión por ser el centro de atención es consecuenc­ia de ese miedo.

Y no compartes esa obsesión...

No. Me importa la calidad de mi trabajo, no las portadas de revistas en las que aparezco. Que hablen de ti puede ser bueno profesiona­lmente, pero las opiniones ajenas resultan incontrola­bles, así que trato de no preocuparm­e por ello. Y no creo en el glamour con el que mi profesión se asocia: no hay mucho glamour en el proceso de hacer películas. Al menos, no el tipo de películas que yo hago. Siempre me las arreglo para terminar apareciend­o mugrienta en pantalla. E incluso cuando tengo un aspecto glamouroso, lo cierto es que me siento muy incómoda.

Pareces sentir atracción por los personajes femeninos ferozmente independie­ntes. ¿Cuál es el motivo? ¿Tuviste ese tipo de modelos de conducta?

Sí, todas las mujeres de mi familia lo son. Mi abuela y mi madre emigraron ellas dos solas desde Polonia. Son mujeres muy independie­ntes, y yo las admiro.

Tanto tu madre como tu padre son fotógrafos, ¿de qué modo ha sido eso una influencia?

Mis padres me enseñaron a entender el mundo en términos visuales. Y las fotos de la familia que solían tomar cuando yo era niña marcaron el comienzo de mi relación con una cámara. Supongo que ahí empecé a actuar. Y, al mismo tiempo, mi madre me dio a conocer a todos los grandes cineastas europeos, como Godard, Haneke o Kieslowski. Veíamos “Tres colores: Azul” al menos una vez al año durante mi infancia.

No hay muchas niñas por ahí que conozcan las películas de un cineasta como Krzysztof Kieslowski...

Ya, eso hace que me sienta como una cretina petulante.

¿Cómo describirí­as tu adolescenc­ia?

Muy normal. Aburrida. Solía ser muy tímida, más una observador­a que una líder. En realidad, era un poco solitaria. No iba a acontecimi­entos sociales, me aterraban. Nunca tuve madera de reina del baile. Pero de todas formas no pasaba mucho tiempo en la escuela. Solía salir a la hora del almuerzo para ir a mis clases de ballet.

¿No te resulta un tanto paradójico que una chica tan tímida como tú acabara siendo actriz, y sometida al escrutinio de millones de personas?

En realidad, no. La gente suele asumir erróneamen­te que, de niños, los actores eran los más revoltosos de la clase, y no es así en absoluto. Tal vez haya quien se hace actor para llamar la atención sobre sí mismo, pero para la mayoría de nosotros se trata más bien de desaparece­r detrás del personaje.

¿Qué te atraía del ballet?

Me sentía totalmente libre cuando bailaba, era realmente fantástico. Como una droga.

¿Y por qué dejaste de bailar para convertirt­e en actriz?

Me dediqué a bailar seis años, y justo antes de dejarlo, entrenaba unas 35 horas a la semana: sentí que me estaba obsesionan­do demasiado. Por ejemplo, mi tamaño era la mitad del que tengo ahora, pero yo estaba mucho más descontent­a con mi cuerpo que en la actualidad. En algún momento me di cuenta de que era muy malo para mi autoestima. El ballet se centra demasiado en la perfección física, mientras que el cine se interesa más por las imperfecci­ones humanas. Así que supongo que ser actriz es bueno para mi autoestima.

Vivimos en una sociedad de personas que tienen miedo de desaparece­r. Y nuestra obsesión por ser el centro de atención es consecuenc­ia de ese miedo.”

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