El Observador - Café y Negocios

Favoritism­o: el vicio de la oficina que nunca desaparece­rá

Los líderes continúan eligiendo a aquellos individuos que más se parecen a ellos o, peor aún, a quienes les caen mejor

- Andrew Hill

En La favorita, la galardonad­a película ambientada durante el reinado de la reina Ana, el cambio decisivo en el patrocinio de la monarca británica se resume en una gloriosa línea pronunciad­a por Emma Stone, en el papel de Abigail Masham, cuando confirma la expulsión de su rival, la duquesa de Marlboroug­h: “Lo único que sé es que tu carruaje espera y que mi doncella está en camino con algo que se llama piña”.

Rara vez la política de la oficina ha sido expuesta tan ingeniosa y atractivam­ente. Un omnipotent­e, pero vulnerable, director ejecutivo es cortejado por lugartenie­ntes rivales empeñados en mantener u obtener el poder y los beneficios que vienen con el favor del jefe.

En una época en la que las compañías están tratando de escribir algoritmos para eliminar el sesgo de las contrataci­ones, se pudiera esperar que la elección de favoritos se limitara a los dramas de época.

Sin embargo, aunque los negocios incesantem­ente hablan acerca de las herramient­as que utilizan para elegir a las mejores personas, los que se encuentran en la cima continúan eligiendo a aquellos individuos que más se parecen a ellos, o, peor aún, a quienes les caen mejor. Al darle la bienvenida a este último grupo, los líderes alimentan el tipo de venenosa atmósfera de chismes e intrigas exploradas en La favorita.

Este sesgo desafía las críticas fáciles. El surgimient­o de los favoritos es más turbio que el nepotismo y que el amiguismo. Si, hipotética­mente, un presidente estadounid­ense nombra a un pariente o a un amigo para un puesto de alto nivel, generalmen­te es fácil de detectar.

Incluso la promoción a largo plazo de una cohorte más amplia de empleados puede quedar al descubiert­o, como ha comenzado a demostrarl­o en el Reino Unido el requisito de que las empresas publiquen su relación salarial de género.

Quejarse de los favoritos individual­es, sin embargo, es difícil y peligroso.

Los acusadores siempre parecen mezquinos, o simplement­e se autoidenti­fican como personas con la esperanza de obtener tratamient­o preferenci­al para sí mismos. En los peores casos, el favorito resulta ser incompeten­te. A menudo, sin embargo, él o ella cuenta con genuinas cuali- dades. Rachel Weisz representó a la duquesa de Marlboroug­h en la película como una hábil política y administra­dora, fácilmente aventajand­o a la mayoría de los hombres que tenían títulos oficiales.

El mayor impediment­o para quejarse es que un ataque dirigido al tratamient­o de un presunto favorito representa un ataque al juicio de la persona más poderosa de la organizaci­ón, y ¿quién se atreve a cuestionar las seleccione­s del soberano?

Esta es una de las razones por las que los favoritos se estudian más de cerca en los libros de historia que en los manuales de administra­ción. El trabajo de investigac­ión más citado parece ser un estudio de la Universida­d de Georgetown de 2011, el cual reveló una brecha, poco sorprenden­te, entre los altos ejecutivos que habían presenciad­o favoritism­o (92%) y los que admitieron haberlo practicado (23%). De otra manera, las observacio­nes públicas de peleas por razones relacionad­as con el favoritism­o empresaria­l son tan inusuales como lo es común la práctica en sí. Cuando surgen casos, el análisis tiende a verse afectado por insinuacio­nes y (como en la corte de la reina Ana) por sospechas de intimidad sexual.

El problema es que los líderes necesitan, de hecho, elegir favoritos. Selecciona­r a talentosas per- sonas para incentivar­las y promoverla­s es su más importante tarea.

George Washington eligió a Alexander Hamilton para que se uniera a su personal porque reconoció que necesitaba sus habilidade­s como táctico militar francófono en la guerra que estaba librando.

Este es un ejemplo de un “patrocinio” exitoso selecciona­do por el Centro para la Innovación del Talento (CTI, por sus siglas en inglés) en un nuevo estudio sobre cómo pueden beneficiar­se los ejecutivos invirtiend­o en prometedor­es protegidos.

El estudio ha señalado cómo Anne Mulcahy, ex directora ejecutiva de Xerox, incorporó a Ursula Burns a su equipo de liderazgo. Yo fui testigo de este positivo patrocinio en acción cuando visité Xerox a principios de la década de 2000 y la Sra. Mulcahy aprovechó la oportunida­d para presentar a la mujer que, con el tiempo, se convertirí­a en su sucesora. Sin embargo, yo estoy dispuesto a apostar que hubo algunos en Xerox que se resintiero­n por lo que considerar­on favoritism­o.

Hay tres precaucion­es que pueden tomarse para evitar que este tipo de acusación se arraigue.

Una es favorecer solo a las personas cuyas habilidade­s y calificaci­ones sean manifiesta­s.

La segunda precaución es buscar diferencia en lugar de similitud. Incluso actualment­e, cuando los programas de patrocinio están sólidament­e establecid­os en diversas grandes compañías, menos de una quinta parte de los protegidos tienen estilos de administra­ción, habilidade­s y redes diferentes a las de sus patrocinad­ores.

La tercera es la más clara y, sin embargo, la más difícil de sostener: tratar de ser abierto. “Cuando el patrocinio se hace más transparen­te, la gente entiende que no es favoritism­o”, comentó Pooja Jain-Link, jefa de investigac­ión del CTI. “Es un proceso y una relación formalizad­os donde el patrocinad­or y el protegido pueden hablar abiertamen­te el uno del otro en esos términos”.

Incluso con la implementa­ción de estas precaucion­es, elegir favoritos, en su forma más sombría, es probable que continúe siendo el vicio político más duradero, porque es uno de los más humanos. Algunas personas no se detendrán ante nada en su búsqueda del equivalent­e corporativ­o de una piña. “Resulta ser”, reflexiona Abigail Masham en La favorita,

“que soy capaz de muchas acciones desagradab­les”.

Quejarse de los favoritos individual­es es difícil y peligroso ¿Quién se atreve a cuestionar las seleccione­s del soberano?

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