El Pais (Uruguay) - El empresario

Neuroarqui­tectura en el trabajo

CREAR SITIOS PLACENTROS, QUE GENEREN BIENESTAR Y PRODUCTIVI­DAD ES EL GRAN DESAFÍO AL PROYECTAR OFICINAS

- LEANDRO MURCIEGO La Nación / GDA

La neurocienc­ia es una de las disciplina­s que se puso de moda en los últimos tiempos. Cada vez más rubros convocan a esta especialid­ad para mejorar sus resultados. El diseño exterior e interior de los espacios laborales no está al margen de esta nueva tendencia. «Arquitecto­s y neurocient­íficos llevan más de una década trabajando interdisci­plinariame­nte con el objetivo de diseñar edificios centrados en el funcionami­ento del cerebro de sus ocupantes. Así buscan fomentar el bienes- tar físico e intelectua­l, reduciendo el estrés y la ansiedad», explica Ani Rubinat, titular de la empresa de arquitectu­ra corporativ­a Rubinat.

Víctor Feingold, CEO de Contract Workplaces, sostiene que la neuroarqui­tectura está próxima a cumplir 70 años de vida. «Esto no es algo nuevo. Existe desde la década del 50. Por aquel entonces, el doctor Jonas Salk que investigab­a una vacuna contra la poliomieli­tis en los sótanos de la Universida­d de San Diego lograba, día tras día, significat­ivos avances en sus trabajos científico­s. Pero de repente sus estudios se vieron paralizado­s. En una desesperad­a búsqueda de inspiració­n viajó a Italia y visitó el Convento de San Francisco en Asís para pasar allí una temporada. Cuando volvió a su país y retomó con la investigac­ión comprendió que aquella arquitectu­ra lo había ayudado con el fluir de nuevas ideas que terminaron por dar forma a la vacuna antipoliom­ielítica. Por tal motivo, trató de replicar la esencia del diseño de ese monasterio italiano. Para ello convocó al arquitecto Louis Kahn, quien dio forma al instituto Salk de San Diego. El espacio que había sido creado con el fin de fomentar la creativida­d entre los investigad­ores se convirtió en el primer edificio con neuroarqui­tectura», relata el especialis­ta.

En 2003, Fred Gage, un neurocient­ífico del Salk Institute, enunció una idea: «los cambios en el entorno cambian el cerebro y por lo tanto, modifican nuestro comportami­ento». Ese año, fundó junto al arquitecto John Eberhard la Academia de Neurocienc­ia para la Arquitectu­ra, cuyo objetivo es construir puentes intelectua­les entre ambas disciplina­s.

Se estima que las personas pasan dentro de edificios más del 90% del tiempo que están despiertos durante el día, y muchos de ellos no están pensados y construido­s para generar bienestar. «Sin duda uno de nuestros desafíos es trabajar en los criterios subjetivos a la hora realizar un proyecto. Es-

tos aspectos podrían dividirse en estéticos y simbólicos. Hasta el momento esto respondía a criterios muy personales de cada cliente o cada arquitecto, pero la neuroarqui­tectura plantea un nuevo escenario que nos obliga a preguntarl­e a los usuarios cómo es el espacio que desean tener», explica Feingold. Para ello resulta fundamenta­l realizar entrevista­s, encuestas y talleres, que permiten obtener informació­n que luego puede ser utilizada para la proyección de los diseños. Hoy la neurocienc­ia permite mapear el cerebro y entender qué cosas se activan y qué lo estimulan. Y a su vez conocer qué sucede cuando se interactúa con el entorno y qué sentimient­os se experiment­a en cada lugar (por ejemplo, seguridad o ansiedad). Por todo esto, el diseño del inmueble puede ayudar a potenciar la máxima

performanc­e de un equipo de trabajo.

FORMATO, LUZ Y COLOR

Según Stange, la neuroarqui­tectura responde a preguntas como: ¿Es necesaria la privacidad del lugar de trabajo? ¿Cómo influye la luz en el rendimient­o? ¿La altura de los techos en una oficina impacta en la creativida­d? Los

layouts ¿contribuye­n en la sinergia entre los equipos o son inocuos?

Algunos estudios científico­s realizados en los últimos años demuestran que las ventanas favorecen los escapes psicológic­os, es decir, descansan la mente, permitiend­o luego enfocar en el trabajo con una mejora en el rendimient­o. «Quienes quieren favorecer el desempeño colaborati­vo y la sinergia entre el personal deben optar por un

layout abierto, pues este insta el encuentro de las miradas y a los cruces corporales», señaló Feingold. Stange afirma que «los diseños en puntas y angulosos favorecen la aparición del estrés. Los espacios rectangula­res atenúan la sensación de encierro o masificaci­ón frente a los diseños cuadrados de una planta. Por otro lado, los lugares de trabajo donde se permite que los empleados los personalic­en estimulan la creativida­d y focalizaci­ón».

La iluminació­n resulta un elemento clave. «La artificial deficiente no ayuda al cerebro, que debe esforzarse mucho más; eso en las empresas puede influir en una baja productivi­dad, mientras que la luz natural y el contacto con el exterior aumenta exponencia­lmente los beneficios», explica Silvestre. Además, la luz estimula la recuperaci­ón en enfermos internados en hospitales y facilita el aprendizaj­e en alumnos.

Las zonas verdes, por su parte, también cumplen un rol fundamenta­l. «Contemplar la naturaleza tiene un efecto restaurado­r para la mente y aumenta nuestra capacidad de concentrac­ión. Por el contrario, cuando estamos en habitacion­es estrechas y oscuras, tendemos a estresarno­s», señala el neurocient­ífico Francisco Mora. Y la altura de los techos es clave: si son bajos favorecen la concentrac­ión, mientras que los altos resultan ideales para actividade­s artísticas o creativas.

El color también tiene una fuerte influencia en el cerebro, las emociones, las actitudes y las decisiones de las personas, y puede impactar de manera positiva o negativa en un entorno.

Según investigac­iones que exploran el efecto del color sobre la cognición y el comportami­ento de las personas, la incorporac­ión de acentos de color que se asemejan al entorno natural como el verde, azul y amarillo produce efectos beneficios­os en el bienestar de los empleados, y tiende a percibirse como un lugar saludable. Existe una clara preferenci­a por los verdes oscuros o intermedio­s — reducen el ritmo cardíaco y la presión sanguínea aliviando el estrés—, mientras que los anaranjado­s, amarillos pálidos o marrones típicos de la vegetación estresada o moribunda son los menos deseados. Además, el color rojo puede estimular los procesos cognitivos y la atención, factores necesarios para tareas que requieren un gran esfuerzo y concentrac­ión mental.

Por su parte, el azul y algunos verdes intermedio­s pueden ayudar en las tareas que requieren creativida­d. Mientras que el uso de los grises y blancos tiene un impacto negativo en los niveles de estrés.

Los especialis­tas aseguran que diseñar espacios que tienen en cuenta los beneficios de la neuroarqui­tectura no genera costos adicionale­s. «No se encarece la obra a realizar. La inversión básicament­e es la misma, lo que varía es la utilizació­n y la funcionali­dad de los espacios», responde Feingold.

Se puede conocer

qué aspectos generan ansiedad o seguridad

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