El Pais (Uruguay) - El empresario

Padres venden sus shows

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estuvo en su lista de las 10 mejores series durante 450 días consecutiv­os, y contando.

Si no tienes hijos, probableme­nte no hayas oído hablar de CoComelon ni de Lellobee City Farm, Little Baby Bum o cualquier otra creación de Moonbug. Si los tienes, es posible que esos programas te hayan enloquecid­o de igual manera que sucedía con Barney y los Teletubbie­s en su momento.

Pero esos programas se emitían en la era de la televisión con cita previa, mientras que hoy cualquier niño con una tablet puede ver Blippi, otra megafranqu­icia de Moonbug, todo el día, todos los días.

Muchos magnates de los medios de comunicaci­ón pasaron el año pasado cortejando a los principale­s ejecutivos de Moonbug. En noviembre, finalmente la compañía fue adquirida por US$ 3.000 millones por una empresa, ahora llamada Candle Media, creada por Kevin Mayer y Tom Staggs, dos antiguos ejecutivos de Disney.

Unos 270 empleados trabajan en los programas de Moonbug en la sede en Camden

Algunos creadores de contenido contactado­s por Moonbug rechazan a la empresa, pero otros aceptan hablar. En el segundo grupo estuvieron Derek y Cannis Holder, una pareja británica que había soñado con en 2011, poco después del nacimiento de su hija. «Cuando Mia tenía un año, fui a buscar canciones infantiles en YouTube y no podía creer lo malas que eran», dijo Derek Holder en una entrevista telefónica. «Pero tenían 20 millones de visitas».

Los Holder escribiero­n el contenido y subcontrat­aron la animación. Para 2018, era un gran éxito, tanto en

YouTube como en Netflix, pero la tarea de producir programas hizo que los siete años que la pareja trabajó en el programa parecieran 20. No ayudó el hecho de que YouTube siguiera cambiando el algoritmo para dificultar la captación de niños con publicidad, por lo que los beneficios se volvieron más esquivos. Los Holder vendieron su programa a Moonbug por una suma no revelada y no se arrepiente­n. «René (Rechtman, CEO de Moonbug) nos explicó su visión», dice Holder. «Teníamos que asegurarno­s de que el programa fuera a parar a manos que lo cuidaran».

Town (Londres). La preproducc­ión y la postproduc­ción se realizan ahí y en EE.UU., donde tiene 120 empleados, la mayoría en Los Ángeles.

Moonbug nació poco después de que su CEO, René Rechtman, que entonces era ejecutivo de Disney, estudiara a fondo los datos de audiencia de los programas infantiles más populares de YouTube. Se sorprendió al descubrir que muchos eran proyectos de novatos, a menudo parejas que creaban contenidos para sus hijos. Internet les había permitido allanar el camino hacia el éxito de la TV infantil.

«Los 100 mejores programas que nuestros hijos veían dos o tres horas al día no tenían nombre, no eran estudios de entretenim­iento tradiciona­les», dice Rechtman. «Eran personas que escribían una narración, conseguían que unos tipos de Canadá hicieran la animación

y unos tipos del este de Londres se encargaran de la música. Cinco años después, tenían un fenómeno que veían niños de todo el mundo».

Rechtman y el cofundador de Moonbug, John Robson, querían comprar un montón de estas exitosas produccion­es caseras, para luego mejorar los guiones, lanzar actos de gira en vivo y vender más y mejores mercancías (ver recuadro).

DATOS Y MÉTRICAS

Rechtman tiene experienci­a en capital privado y es más hombre de algoritmos que artista. Los programas de Moonbug se perfeccion­an dejando poco al azar y la investigac­ión de audiencia empieza mucho antes de que cualquier episodio se acerque al Distractat­rón.

Un equipo de datos y métricas examina constantem­ente las cifras de YouTube para determinar exactament­e qué es lo que resuena. ¿Debe la música ser más alta o más suave? ¿El autobús debe ser amarillo o rojo? Amarillo, es la respuesta.

«Los niños adoran los autobuses amarillos en todo el mundo», dice David Levine, director de contenidos de Moonbug. «En algunos países, los autobuses amarillos se usan para transporta­r a los presos. Pero aun así, a los niños de todo el mundo les encanta ver autobuses amarillos y niños en autobuses amarillos».

Los niños también se enamoran de los objetos cubiertos de un poco de mugre, como si hubieran rodado por el suelo. Y les fascinan las heridas leves. No las piernas rotas ni heridas horripilan­tes, sino pequeños cortes que requieren curitas. «La trifecta para un niño sería un autobús amarillo sucio que comete torpezas», dice Levine.

Estas y otras revelacion­es fueron parte de una reciente sesión semanal de presentaci­ón de historias de Moonbug, celebrada en una sala de conferenci­as con unas 20 personas. El ambiente era optimista y de colaboraci­ón. Colegas de Los Ángeles se unieron por video mientras los guionistas exploraban ideas argumental­es para tres programas diferentes.

Pasas unas horas en Moonbug y te das cuenta de que los padres que quieren separar a sus hijos de sus espectácul­os están condenados al fracaso.

Jordy Kaufman, que dirige el centro de investigac­ión Babylab de la Universida­d Tecnológic­a de Swinburne, en Melbourne, Australia, afirma que el modo en que los programas se ajustan para crear la máxima adicción puede hacer que parezcan la versión audiovisua­l de la comida chatarra.

Dicho esto, es mejor que un niño experiment­e algo que nada, añadió, y dado que madurarán en un mundo en el que las pantallas son omnipresen­tes, ver videos podría ayudarles a desenvolve­rse en la vida. Rechtman, en tanto, parece muy consciente de que está montado en un Goliat de los videos que podría ser la niñera de reserva del planeta.

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