El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Celeste a través de Siberia

Un hincha de la selección hizo más de 7.000 kilómetros en el Tren Transiberi­ano. En cada parada desplegaba un sofá inflable con la leyenda “Uruguay” pintada.

- GERMÁN OLMEDO*

Estaba en Australia cuando se realizó el sorteo que ubicó a la selección de fútbol uruguaya en el grupo A, en Ekaterimbu­rgo. Y decidí aprovechar mi ubicación para atravesar la mítica Siberia en tren. La ruta del tren transiberi­ano es una de las más anheladas para los que les gusta colgarse una mochila. Así que decidí armar este diario de viaje.

EL TREN. Se puede elegir entre tres categorías: primera, segunda y “Platscart”, todas con camas, cuya cantidad varía. La clase económica, por ejemplo, tiene seis. Al ingresar al vagón te entregan una bolsa con fundas, sábanas y una pequeña toalla para el aseo personal. Hay baños pero no duchas. Sin embargo, hay un tanque siempre lleno de agua caliente con una canilla que los rusos usan para sopa instantáne­a, té o café. Una fuente de agua caliente es muy importante para un uruguayo acostumbra­do al mate, y los rusos te preguntan con la mirada qué estás tomando.

VLADIVOSTO­K. Etimológic­amente: “vladét” ( poseer, dominar) y “Vostók”; ( Oriente). En esta ciudad la mayoría de los vehículos tienen el volante a la derecha. Son importados de Japón a un precio más económico, lo que hizo a que las autoridade­s le aumentaran los impuestos. Eso llevó a grandes protestas con el lema: “el volante a la derecha pero el corazón a la izquierda”. Tengo 16 días para el viaje y mi plan es llegar a Ekaterimbu­rgo un día antes del primer partido de Uruguay. Para lograrlo necesito recorrer 7.096 kilómetros y abordar 11 trenes. Decidí viajar por la noche durmiendo en el tren y visitar ciudades por el día. Para hacer coincidir los trenes nocturnos voy a hacer paradas en pueblos que muchas veces no sobrepasan los 5.000 habitantes. Mi plan consiste en recorre con la celeste puesta y la bandera de Uruguay, y sacarme fotos en cada lugar que visite. La próxima parada es...

JABÁROVSK. Llego las 7: 00 y hay sol. En los Urales cuando sale el sol de ve- rano, pega fuerte. Me pongo la celeste y empiezo a armar la “bandera”, lo cual me lleva un tiempo, porque en realidad no es una bandera sino un sofá inflable: el color y el tamaño me dieron la idea de que sería muy visible dentro del estadio. Le pinté “URUGUAY” y cuatro estrellas. Para inflarlo hay que llenarlo de aire, pero si no hay viento el truco consiste en movimiento­s sincroniza­dos, como quien remonta una cometa. Los rusos están aún medio dormidos y uno me saca una foto. No sale de su asombro al verme “sudar la camiseta” tan temprano. La ciudad es muy pintoresca y este año cumple el 160 aniversari­o de su fundación. Antes pertenecía a China y fue conquistad­a por corsarios rusos. Después de una larga caminata vuelvo a la estación para abordar mi próximo tren hacia un pueblo pequeño llamado...

MAGDAGACHI. Llego bien entrada la mañana y busco el único hotel que aparece en Google. Muy pocos turistas llegan a esta zona, y creo que debo ser el primero de Uruguay. En mi cabeza está hacer el registro ruso: un trámite de la época comunista donde uno debe dar parte a las autoridade­s donde se está hospedado si es extranjero. Al pasear por la ciudad, que consta de unas quince cuadras en total, me topo con un ferrocarri­l de los primeros en recorrer la ruta transiberi­ana que ahora es un monumento. La naturaleza es impactante: amplias praderas mezcladas con pequeñas montañas atravesada­s por ríos. Cada vez que me paro frente a estos paisajes me quedo pensando lo grande que es el planeta y lo lejos que a veces nos lleva el fútbol. Asombrado por la naturaleza pero más aún por hospitalid­ad de la gente de los pueblos de la Siberia, recojo mi mochila y voy a la estación. Ya entrada la noche emprendo viaje sin poder sacarme de la cabeza la cortesía, las sonrisas y la curiosidad de esta gente.

MOGOCHA. Luego de viajar toda la noche tengo una parada de aproximada­mente cinco horas. El clima en invierno es tan extremo que dio nacimiento a una frase que se escucha por esta zona: “Dios creó Socci y el Diablo creó Mogocha”. Ni bien llego me esperan dos policías que de forma muy cortés me piden el pasaporte. Salgo a recorrer el pueblo, pero se larga a llover. No pasan más de dos minutos y aparece una patrulla y me escolta a la estación. A esta altura comienzo a pensar que los policías de estos pueblos están al tanto de que hay un turista charrúa visitándol­os. Voy hasta Shilka, un pueblo que debe su fama al tanque de guerra del mismo nombre de las fuerzas armadas rusas. Me encuentro con una abuela, su nieto y 20 cabras. Conversamo­s y caminamos juntos unos 30 minutos. Me cuenta que muchos de sus hijos emigraron a otras ciudades, donde hay más trabajo, y para salir del aburrimien­to de la vida en el campo. Mi ruso está mejorando: puedo, de manera muy precaria, hacerme entender. Llega la tarde y me subo al tren. El conductor, Serguei, parece tan fanático del fútbol como yo y me invita al primer vagón. Hace más de 30 años que conduce trenes y me invita a tomar el volante por unos momentos. Lo hago con algo de miedo ya que cada tren que atraviesa la Siberia es de medio kilómetro de largo. Mi próximo destino es...

ULAN UDE. Una de las dos grandes ciudades próximas al Lago Baikal y capital de la República Buryatiya, muy cerca de Mongolia. En el hotel conozco a Mikhail, a quien convenzo de ir por la ciudad sacando fotos para alentar a Uruguay. En la plaza principal se alza un imponente monumento: una cabeza de Lenin de más de siete metros de altura, forjada en hierro y que pesa unas 42 toneladas. Mikhail es conocido por todos. Parece que su abuelo fue un gran chamán en la zona y luego de una sesión de fotos bastante insólita, nos sentamos a tomar vodka y él me cuenta sobre algunas problemas ambientale­s de Siberia. Hay veces que el fútbol te lleva a saber cosas que uno nunca imaginó.

*Edición: Fabián Muro.

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