El Pais (Uruguay) - Revista domingo
No todo está inventado
Un periodista británico investigó los cincuenta inventos que cambiaron el mundo, algunos de ellos empezaron siendo un fracaso y luego se convirtieron en bienes imprescindibles
El punto de partida es un sacudón. Una catástrofe mundial nos deja súbitamente sin comunicaciones, sin electricidad, sin combustible. Y la pregunta inmediata: ¿ ante ese panorama, qué haríamos? Volver al arado, es la insólita respuesta. Solo que a poco de razonarlo y repasar la historia de los últimos doce mil años de humanidad parece lo más razonable.
Este es el punto de partida del libro Cincuenta innovaciones que han cambiado el mundo, de Tim Harford. El autor es un periodista británico especializado en economía, cuyas columnas se han hecho célebres en la BBC y Financial Times. Más allá del notable trabajo de documentación con que cuenta el libro, el estilo ameno y directo de Harford hace del mismo una lectura por demás disfrutable. Cada uno de los cincuenta breves capítulos que describe una invención y su contexto histórico son por sí mismos un cuento en el más estricto sentido literario. Al final de la lectura quien cierre el libro no solo habrá pasado un momento ameno, sino que contará con mucha más información de la que tenía antes y, tal vez, se explique mucho mejor la forma en que los humanos hemos logrado organizarnos y vivir.
La lista de invenciones es variada y disímil, no siempre tangible, pero tiene la virtud de hacernos reparar en aquellas cosas que nos rodean y ya son parte indisoluble del paisaje cotidiano. La nómina de invenciones incluye el gramófono, el alambre de púas, el estado del bienestar, la comida precocinada, el estudio demercado, el contenedor de mercancías, la cadena de frío, la criptografía asimétrica, la propiedad intelectual, la contabilidad de partida doble, el motor diésel, los bancos, los fondos cotizados, el compilador o el hormigón, para citar algunas.
ALGO SIMPLE. “Hace doce mil años, casi todos los humanos eran nómadas que recorrían el mundo cazando y alimentándose de lo que tenían a mano. Pero, en aquel tiempo, el planeta estaba dejando atrás un período glacial: el entorno era cada vez más cálido y seco”, explica el autor cuando se refiere a la invención del arado. Una premisa iluminadora para empezar a hablar del peso que han tenido las invenciones en la vida moderna.
“¿Cómo podemos entender este desconcertante sistema del que dependen nuestras vidas?”, se pregunta Harford. Y tal vez sea esta la pregunta principal de su obra, la que intenta responde en el medio centenar de capítulos.
Una invención como el gramófono, a modo de ejemplo, no solo dio lugar al nacimiento de la “industria” de la música sino a nuestra forma de escuchar la música. Harford parte de un dato bien preciso, en 2015 según la revista Forbes el cantante solista mejor pagado del mundo fue Elton John, que ese año ganó la friolera de cien millones de dólares. Y lo compara con la cantante solista mejor paga doscientos años atrás, la soprano británica Elizabeth Billington, quien ganaba cifras infinitamente menores. La razón era muy simple, Billington solo podía llegar a un público reducido, aquel que pudiera colmar las salas donde diera un recital. En cambio para el autor de Goodbye Yellow Brick Road las ganancias se multiplicaron gracias a las ventas de sus grabaciones, así como por regalías de distintos soportes.
Esto puede parecer obvio tratándose de música. Pero no pensaríamos lo mismo de una invención que hoy pasa casi inadvertida: el alambre de púas. Su invención y más tarde su uso extendido fue clave para la expansión de la ganadería en Estados Unidos. Un joven emprendedor llamado John Warne Gates fue quien reveló a los rancheros texanos la utilidad que podía representar para tener a todo su ganado dentro de los acres de su propiedad. Y si bien no fue él quien inventó esta peculiar forma de vallado, sí dio con un llamativo argumento de venta: “Más ligera que el aire, más fuerte que el whisky, más barata que el polvo”.
En poco tiempo a Gates le llovieron los pedidos, lo que supuso un crecimiento exponencial de la ganadería en Texas, y más tarde en el resto del territorio estadounidense a fines del siglo XIX.
Inventos evidentes y menos evidentes juegan a lo largo del libro con la capacidad de asombro del lector y, a menudo, lo obliga a salir de sus zonas de confort donde acostumbra a dar todo por sentado. De hecho, Harford hace también una cruzada propia contra lo obvio. Y por esa razón uno de los inventos que podría suponerse como vitales no aparece: la rueda.
“Si la rueda no aparece en este libro, es en parte porque se necesitaría uno entero para hacerle justicia”, se justifica el autor. Luego de desarrollar esta línea argumental, Harford continúa con su descripción de grandes inventos y pasa de inmediato a uno de los más revolucionarios: el papel. En este capítulo el autor comienza por reseñar el impacto histórico que supuso la invención de la imprenta de tipos móviles, que se debe a Johannes Gutenberg, a quien se le atribuye un papel esencial en la alfabetización masiva. Pero este es solo el preámbulo para referirse al tema, una invención que en China llevaba más de dos mil años pero que demoró en ingresar a Europa. La importancia del papel, sobre todo como soporte principal de la escritura, comienza a hacerse evidente con el crecimiento del comercio y, por ende, la necesidad de contratos.
Desde entonces sus usos se han multiplicado, sobre todo como material de embalaje e incluso de construcción.
Tal vez uno de los capítulos más atractivos sea el dedicado a los videojuegos ( ver foto principal). “A principios de 1962, un joven estudiante del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) iba de camino a su casa, en la cercana ciudad de Lowell. Era una noche fría, con un cielo despejado, y cuando Peter Samson bajó del tren y miró el cielo estrellado, un meteorito cruzó el firmamento a toda velocidad”, comienza este notable capítulo.
Así describe Harford el momento en que nacieron los videojuegos, una epifanía que daría lugar a una de las industrias más importantes de la actualidad, que rivaliza abiertamente con el cine. Algo impensable en aquel entonces, cuando las computadoras eran enormes aparatos que solían ocupar recintos enteros y especialmente climatizados y en los que aún no existían las pantallas. Carencia que se subsanó poco después y que darían lugar a la existencia de los primeros y rudimentarios videojuegos. “Enormes, caros, intimidatorios y corporativos, los ordenadores eran para los bancos, para las grandes empresas y para los militares: estaban al servicio de personas con trajes caros”, describe.
Todo lo cual no fue obstáculo para que estos juegos nacieran y se desarrollaran en una carrera vertiginosa que hoy amasa fortunas de millones y millones.
INVENTOS COMO EL GRAMÓFONO CAMBIARON LA FORMA DE OÍR MÚSICA