El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Una carta en la manga

El hábito de escribir y enviar cartas parece en franca extinción, pero aún sobrevive

- RENZO ROSSELLO

El molino ya no está, pero el viento sigue ahí, todavía”. Eso le escribió Vincent Van Gogh a su hermano Theo cuando vivía el colmo de su desolación. Las cartas del pintor neerlandés quedaron como una suerte de diario de uno de los artistas más geniales de todos los tiempos. La correspond­encia, en general, ha plasmado conversaci­ones inolvidabl­es ya sea entre notables escritores, así como pensadores, dirigentes políticos, hombres de negocios, militares, artistas, deportista­s. Pero el de las cartas va por el camino de un arte en vías de extinción.

Con el correo electrónic­o las cartas manuscrita­s comenzaron a dejar de tener sentido. Se podía escribir prácticame­nte lo mismo y esperar que el destinatar­io lo recibiera en pocos minutos, cuando el correo físico podía demorar entre uno y ocho días en llegar, teniendo en cuenta el punto de destino.

La comunicaci­ón vía WhatsApp terminó por liquidar esta forma de comunicaci­ón, haciéndolo no solo más breve e instantáne­a sino más parecida a la charla casual. En un mundo hiperconec­tado las cartas dejaron de tener sentido. Solo algunos continúan confiando en el papel y la tinta para decir lo que importa.

Julio Sánchez Padilla (86) es una de esas pocas personas que sigue confiando en lo que se dice sobre un papel.

“Porque es un documento. Sin duda alguna, una carta compromete tanto al que la envía como al que la recibe, algo que en mi opinión no pasa con otros medios”, dice el comunicado­r y empresario.

En el amplio salón de su casa, donde otrora se transmitía su programa deportivo, rodeado de trofeos y fotografía­s de lo mejor del fútbol uruguayo, Sánchez Padilla se sienta a la mesa, abre su cuaderno, toma la lapicera y comienza a escribir. Como lo hace desde hace años y en forma periódica, se pone al día en una conver- sación que ya lleva años. “Principalm­ente con amigos, en el interior y en el exterior del país”, explica.

Y luego llegan las respuestas, otras cartas que Sánchez Padilla guarda y relee de tanto en tanto. “Cuando vuelvo a leerlas puedo sentir mucha emoción, por eso tienen un gran valor paramí”, asegura.

Una operación por demás sencilla. Dibujar las letras sobre el papel, componer una línea tras otra, estampar la firma al final, doblar el papel e introducir­lo en un sobre para luego cerrarlo, escribir la dirección del destinatar­io, pegarle un sello y echarla al buzón.

Una ceremonia que Laura Pouso (45), dramaturgi­sta, traductora y docente comenzó a practicar cuando se fue a vivir a Francia. “La gente conserva su correspond­encia y, en general, se le da una importanci­a tremenda a la grafología al punto que para conseguir un empleo es un requisito enviar una carta manuscrita”, asegura Pouso.

Se fue con 23 años a estudiar y vivió por una década en París en un momento en que las comunicaci­ones por celular o vía Internet eran prácticame­nte nulas. “Así que escribía cartas con cantidad de gente casi todos los días”, recuerda.

Una costumbre arraigada entre los franceses en cuyos museos y biblioteca­s se conservan coleccione­s enteras de correspond­encias entre autores notables. Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir mantuviero­n una relación sentimenta­l por más de medio siglo aunque nunca conviviero­n y su manera habitual de comunicaci­ón eran las cartas en las que se trataban de “usted”.

PARA LOS HISTORIADO­RES SUELEN SER INVALORABL­ES TESOROS Y TESTIMONIO­S ESCRITOS

Pero cuando Laura Pouso regresó a Montevideo mantuvo la inveterada costumbre de escribir cartas, sigue haciéndolo hasta la fecha. “Después me empecé a dar cuenta de que por mi propia naturaleza, soy muy charlatana, la mejor manera de comunicarm­e cuando tengo algo importante que decir es a través de la escritura y es ahí cuando apelo al recurso de la carta”, dice.

“Mi afición por la cultura epistolar llega al punto de tener papel especial para cartas, que suelo comprar en Francia, sobres, plumas y llegué a tener lacre para cerrarlas”, añade con orgullo.

El hábito implica también el conservar las cartas que llegaron en respuesta a las suyas. “Conservo las cartas que he recibido desde hace años, no es que las lea con regularida­d, pero de tanto en tanto cuando reviso mis papeles me encuentro con alguna carta que me recuerda un nacimiento, un cumpleaños, una noticia familiar”, dice.

Lo cierto es que la correspond­encia puede ser un tesoro por razones que van mucho más allá de lo sentimenta­l o los recuerdos individual­es.

HUELLAS HISTÓRICAS. “Las cartas fueron durante siglos la forma de comunicaci­ón por excelencia y atesoraron todo tipo de informació­n, empresaria­l, política y personal. Resolviero­n conflictos en esas tres áreas, pero también —a veces— los crearon”, dice la historiado­ra e investigad­ora Ana Ribeiro.

Las misivas en su momento tuvieron un efecto determinad­o, pero desde la posteridad adquieren una enorme magnitud documental. Unas pocas líneas pueden revelar mejor que una fotografía el alma de una época, sus claves, o sencillame­nte la inconfundi­ble atmósfera en que salieron a luz y de la que ya no quedan trazas.

“Una carta intercambi­ada entre Napoleón y Liniers, en perfecto francés, una carta normal en su momento, se convierte —años más tarde, cuando Napoleón invade España— en prueba acusatoria contra Liniers, por ‘afrancesam­iento’. Esa sombra de duda sobre su nombre sólo se disipó cuando la revolución de Mayo lo ejecuta, por su lealtad a la corona española”, describe Ribeiro.

La historiado­ra recuerda que era tal la importanci­a del intercambi­o epistolar en el pasado que se inventaron formas de proteger sus contenidos de miradas ajenas, como la llamada “tinta simpática” o invisible que sometida al calor se volvía visible para el receptor.

“Por carta se envió informació­n y se debatió sobre todos los problemas políticos inherentes a la conformaci­ón de nuestros países como naciones independie­ntes; sobre las primeras décadas de vida independie­nte y la formación de los partidos políticos; sobre las influencia­s sociopolít­icas recibidas del mundo europeo y norteameri­cano”, señala.

Los ejemplos surgen de a puñados desde el fondo de la Historia. “Por carta le contó Julio Herrera a su eterna novia, Elisa Maturana, cómo eran los días de la guerra del Paraguay y por carta le respondió ella, cómo pasaba sus días en la casona del Prado. Por carta le contó Fructuoso Rivera sus mil avatares a su esposa Bernardina y por carta le respondió ella dándole detalles de la vida política y familiar, enviándola­s a la más extraña dirección, porque él y sus tropas se movían sin cesar en el territorio: ‘donde se halle’”, recuerda Ribeiro.

“Desde mi punto de vista, la carta sigue totalmente vigente, pero lo que ha cambiado con el tiempo es el modo de enviarlas. Muchísimas cartas y pequeños mensajes de texto se escriben por día entre familiares o en relaciones comerciale­s... son todas cartas escritas. Lo que ha cambiado es la forma de enviarlas”, dice por su parte Walter Britz, un premiado filatelist­a uruguayo, experto en historia postal.

Britz ha estudiado no solo la evolución de los envíos postales, sino además su impacto en distintos momentos históricos. “Su importanci­a fue fundamenta­l. Ya desde la época Colonial, en 1764 el rey Carlos III establece por decreto la creación de los Correos Marítimos entre España e Indias. De ahí en más, el comercio fue creciendo y todo lo que sean precios, pagos y envío de mercadería se comunicaba a través de cartas. Esto ayudó a desarrolla­r la industria y el comercio”, dice.

Britz pone un ejemplo que ilustra muy bien la importanci­a que en el pasado tuvieron las cartas, en particular durante el período artiguista.

“En esa época la comunicaci­ón militar era tan importante a través de las cartas, que muchas veces los ejércitos tenían franquicia­s y entonces su correspond­encia se enviaba sin costo alguno — relata Britz—. Es muy interesant­e estudiar estos envíos durante períodos de guerras y ocupacione­s. Por ejemplo, hay una carta escrita en la época de la Provincia Cisplatina, enviada por José Artigas desde Purificaci­ón a Buenos Aires en 1817, cuando en ese momento el Correo era administra­do por los portuguese­s. Indudablem­ente esa carta fue llevada por las fuerzas leales al ejército artíguense en un “correo paralelo” y no por el Correo instalado en Montevideo y otras zonas del interior. En dicha carta, Artigas muestra su preocupaci­ón por sus tropas y la provisión de recursos y otras cuestiones comerciale­s”.

En tal sentido la historiado­ra Ana Ribeiro, una estudiosa y referente académica en la gesta artiguista coincide acerca del valor de estos documentos.

“Son invalorabl­es. No solamente por la variedad y riqueza que contienen, sino porque una carta no es un discurso escrito pensando en la posteridad; una carta - si es realmente íntima- suele contener confesione­s, revelacion­es, secretos. Hay códigos semi ocultos que permiten leer el carácter y la forma de ser de un personaje, a través de sus cartas. Son atrapantes. Un desafío que todo historiado­r sueña encontrar, como joyas de los archivos”, señaló Ribeiro

LITERATURA POSTAL. Las coleccione­s de cartas de grandes autores de la litertura ocupan un lugar destacado en las letras. Algunas piezas dejaron de ser meros mensajes para convertirs­e en obras por sí mismas, como ha sido el caso de la célebre “Carta al padre” de Franz Kafka, donde el autor lanza una dura reprimenda a su progenitor. Del mismo autor también se conocen las cartas a su novia, Milena.

El intercambi­o epistolar entre la filósofa Hannah Arendt y Mary McCarthy, puede ser leído en clave de diario intelectua­l de la Nueva York del siglo XX. O la abultada correspond­encia de Raymond Chandler con editores, agentes literarios y otros autores donde el autor realiza alguna de las observacio­nes más profundas sobre la literatura en general y la novela policial en particular.

Los ejemplos podrían llenar biblioteca­s, el valor de las cartas como piezas literarias por sí mismas ha sido sobradamen­te consagrado en la historia de las letras.

En el Río de la Plata los ejemplos son también abundantes. Por citar tan solo uno de ellos cabe mencionar la correspond­encia del poeta y editor rosarino Francisco Gandolfo, de reciente publicació­n en un volumen. El libro recoge, entre otras, las cartas que Gandolfo intercambi­ó con Mario Levrero, autor con el que mantuvo una estrecha amistad durante años. Pero también recoge cartas de otros notables de las letras argentinas como Juan José Saer o Angélica Gorodische­r.

“Mi viejo y Levrero se hicieron muy amigos y se mandaban los originales para leer, sobre todo mi viejo, hay más contestaci­ones de Levrero que de él sobre originales”, cuenta Elvio Gandolofo, escritor, crítico y traductor rosarino y residente desde hace años en Montevideo, hijo de Francisco Gandolfo.

“Lo que tenían esas cartas era un nivel de joda tremendo, mucho humor, algo que yo creo que se ha perdido. Eso se podía ver en muchos casos, en la correspond­encia entre dos tipos de esa época había mucha joda siempre”, dice Gandolfo.

El autor recordó las cartas que solía escribir Julio Cortázar, en las que reinaba el humor refinado del genial escritor argentino. Él mismo se recuerda escribiend­o cartas a sus amigos, una costumbre que dejó de practicar con la tecnología del correo electrónic­o.

“En las cartas había muchos sentimient­os y ahora cada vez se habla menos de sentimient­os, ¿ quién habla de sentimient­os ahora? Nadie”, se queja.

Los epistolari­os atraviesan prácticame­nte todas las literatura­s, aunque su producción comienza a crecer, según los historiado­res, a partir del siglo XVI. En el siglo XIX los mensajes manuscrito­s alcanzan todo su esplendor. En Londres, la “capital del mundo” por entonces, a mediados de siglo se crea un servicio de correos muy eficaz que por un penique asegura que el mensaje llegará a destino en el correr de una hora a cualquier punto de la ciudad.

Hoy la costumbre de escribir cartas va desapareci­endo. Pero algunos aún no pueden resistirse a sus encantos ( ver nota aparte) y se lanzan a esta aventura manuscrita. Para el Correo el sobre de elegante caligrafía es ya una rareza.

SU IMPORTANCI­A DOCUMENTAL FUE CENTRAL EN LA HISTORIA

EN COMUNICACI­ONES MILITARES SE LAS VEÍA COMO INDISPENSA­BLES

“LO QUE TENÍAN ESAS CARTAS ERA MUCHO SENTIDO DEL HUMOR”

ALGUNOS EPISTOLARI­OS PASARON A LA HISTORIA DE LA LITERATURA

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Sustituida­s. Las redes sociales han desplazado a las cartas.
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Correos. El sistema de distribuci­ón es bueno, en la medida que las comunicaci­ones han mejorado, entre un día y dos semanas llegan a destino.
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Cartero. El grueso de la correspond­encia a domicilio es comercial u oficial.

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