El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Ciro Tamayo, primer bailarín del BNS

- SOLEDAD GAGO

Esta es la historia de un sueño que no fue pero que sigue siendo. Es la historia de un sueño que cambió, mutó, se transformó, pero mantuvo su esencia. La de un niño rubio y de ojos celestes que vio una película y decidió su futuro. Y su futuro tenía un solo camino posible: el arte. Esta es la historia de un español que llegó a Uruguay con 17 años y empezó a crecer. Y siguió creciendo. La del bailarín que cuando salta vuela y que cuando llora, emociona. Esta es la historia de un bailarín que un jueves de frío en la Ciudad Vieja, mientras transcurre esta charla, dirá que está cansado pero también dirá que está feliz. Feliz porque tiene los pies sobre la tierra, porque ya no quiere lo que alguna vez quiso, porque ahora quiere lo que tiene y tiene lo que quiere. “No tengo esa ambición de llegar a algo en concreto. En algún momento sí la tuve, tuve esa locura de querer cambiar, de querer probar cosas nuevas. Pero después uno piensa y dice ‘pará, pero si yo estoy muy bien acá’. Se podría llegar a entender mi postura como conformism­o, mucha gente lo ve así, pero en verdad a veces no está mal ser conformist­a, a veces está buenísimo estar contento con lo que uno está haciendo, con su vida”. Esta es la historia de Ciro Tamayo, 24 años, pelo crespo que cae sobre la frente, ojos claros, acento híbrido entre un español de España y un español montevidea­no, malagueño y primer bailarín del Ballet Nacional del Sodre (BNS).

CAMBIAR. El jueves 28 el BNS estrena, con la dirección de Igor Yebra, La Viuda Alegre, obra que se podrá ver hasta el 8 de julio. Allí, es el único bailarín de la compañía que interpreta los dos personaje principale­s: Danilo y Camille. Por eso, durante un mes, inmediatam­ente después de terminar la temporada de El Corsario, Ciro ensayó y ensayó y ensayó. Por eso, hoy dice que está cansado y, aunque a los bailarines siempre les duele el cuerpo, ahora, dice, el cansancio está pesando más.

No es la primera vez que baila este ballet. Lo hizo en 2012, un año después de haber llegado a Montevideo. Tenía 18 años. En ese momento solo bailó en la piel de Camille y lo logró interpreta­r desde la inocencia, des- de la inmadurez, desde la picardía. “Yo en 2012 no llegué a bailar Danilo, no me veía como un Danilo, acababa de llegar, había vivido muy poco y él es un personaje muy canchero, que está sobrado, que se conoce todos los piques y yo en ese momento no era así, no había forma de que me pudiera relacionar con ese personaje. Ahora es distinto. Sí o sí el que está en el escenario es la persona, entonces depende de cómo esté esa persona va a influencia­r o no en cómo se desarrolla un personaje”.

Desde entonces y hasta hoy pasaron solamente seis años. Sin embargo, seis años para una persona que tiene 24, puede ser mucho, muchísimo tiempo. Eso le sucede a Ciro, que mirando hacia atrás para poder responder a cada pregunta, se da cuenta de que sí, de que pasaron muchas cosas en este tiempo, de que es el mismo de siempre, porque eso, su esencia, es lo que no quiere perder nunca, pero que también cambiaron muchas cosas en su vida.

Nació el 20 de setiembre en Málaga, España. A los seis años, el patinaje artístico que daban como actividad extracurri­cular en su colegio le llamó la atención, así que le pidió a su mamá para probar. Eran todas niñas. “Nunca me importó que fueran solo niñas. Me hicieron bullying, claro, ellas y mis compañeros del colegio. Los niños son crueles en todos lados. Fueron años un poco... no voy a decir que tuve una infancia difícil, pero bueno, sí, me hicieron mucho bullying; eso fue algo que después me llevó a pensar: ¿por qué la gente es así de mala?”. El patín lo aburrió y entonces probó con danza moderna. Ahora no entiende por qué hizo eso, la danza moderna no le gusta. Pero entonces se estrenó Billy Elliot. Y ese niño que siente electricid­ad cuando baila, que sueña con saltar más alto y bailar en una gran compañía de ballet, tocó algo adentro de Ciro (siete años), que cuando salió del cine le dijo a su mamá que él quería hacer eso. Así que empezó a tomar clases de ballet de el conservato­rio de Málaga y empezó a soñar con el sueño de Billy Elliot.

Tenía condicione­s, Ciro. Por eso y porque al fin había algo que le gustaba realmente, se fue a estudiar a Madrid. En 2010, el conservato­rio madrileño lo mandó a un concurso en Barcelona en el que Julio Bocca era jurado. Fue allí cuando el argentino, entonces al frente del BNS, lo invitó a venir a Uruguay para integrarse a la Compañía; a Ciro le faltaba un año para graduarse y después de hablarlo con su familia y maestros, decidió no aceptar.

Después se fue a hacer un curso de verano al Royal Ballet, de Londres y logró una beca para hacer el último año de su carrera en la escuela de la compañía, una de las más prestigios­as del mundo. En esos doce meses sintió que estaba más cerca de su sueño, que cada vez más su historia se parecía a la de aquel niño que vio en el cine y lo ayudó a elegir su futuro: Ciro participab­a de algunas de las temporadas de la compañía. “Cuando pisé el escenario del Royal Ballet fue como ‘estoy acá, estoy sosteniend­o un árbol pero no me importa, estoy atrás de Alina Cojocaru’, que era y es mi bailarina favorita. No me importaba nada”. Pero después sí le importó. Le importó cuando la directora del Royal eligió a otro bailarín para integrarse a la compañía y no a él.

Ciro cree, está convencido, de que todo siempre pasa por algo y de que todo, bueno o malo, llega para dejar una enseñanza. Así que cuando se graduó, como no podía audicionar para otras compañías porque era muy chico y además no era muy alto (requisito de muchos ballets para aceptar a un bailarín), se acordó de la oferta de Bocca. No sabía muy bien dónde estaba Uruguay, pero igual le escribió . “¿Cuándo podés empezar?”, fue la respuesta de Julio.

Llegó a Montevideo en 2011. Ese año se subió al escenario del Sodre y se dio cuenta de que por primera vez le estaban pagando por bailar. Dos años después se convirtió en primer bailarín. Fue ahí cuando Ciro se empezó a dar cuenta de que había algo que él no quería de todo aquello de ser una de las figuras principale­s de la compañía. “Yo siempre quise llegar a ser un primer bailarín. Era mi sueño. El tema es que cuando llegás decís ‘bueno, ok, es esto’. Pero nada cambia, sigo siendo yo, sigo siendo el mismo. En eso pensé mucho los primeros años en los que estuve acá, porque me hicieron sentir que... Si yo era parte del cuerpo de baile estaba todo permitido. Pero si era solista, los límites aumentaban y cuando pasé una línea muy delgada hacia ser primer bailarín ya no podía hacer un montón de cosas que hacía antes”.

—¿En tu vida o en la compañía?

—En todo, en mis actitudes. Yo soy muy payaso, me río todo el tiempo, siempre manteniend­o la seriedad de un ensayo, obvio, pero soy enérgico. Y se supone que yo tenía que dar el ejemplo por estar en ese lugar y esas actitudes no daban. Y yo pensaba: ¿cuál es el ejemplo? Era como querer estandariz­ar un tipo de persona, como decir: un primer bailarín tiene que ser así, es esto. Y no, un primer bailarín es una persona y todas las personas son distintas. No todos tenemos que cumplir con los mismos requisitos, con las mismas formas de pensar y de actuar. Entiendo que es una responsabi­lidad, pero todos somos personas.

Ciro sabe que el público uruguayo lo sigue desde que empezó. Sabe que como primer bailarín es parte de algo más grande, sabe que los bailarines son la cara visible del BNS. “El ballet es un conjunto y sinceramen­te, la identidad de una compañía somos los bailarines”. Pero también es cierto que tiene 24 años y que en el algún momento se hizo las preguntas que todos nos hacemos cuando empezamos a ser grandes. “Alguna vez me cuestioné si seguir bailando, porque este trabajo es muy sacrificad­o, muy agotador, muy intenso, en ocasiones demasiado para lo que uno puede soportar. Pero después te das cuenta de que por algo lo elegiste y es simplement­e porque te apasiona, entonces hay algo que siempre está ahí queriendo bailar”.

Ciro sale al escenario y se transforma. No importan sus saltos ni sus giros. Ciro sale al escenario y a veces, llora. Y se entrega. Y le pasa algo que no le sucede en ninguna clase y en ningún ensayo. Le sucede algo que él no puede explicar. Y yo tampoco. La única respuesta posible es verlo bailar.

CIRO TAMAYO

Supo que se quería dedicar a la danza en un cine. Tiene 24 años y es una de las principale­s figuras del Ballet del Sodre, que ahora se prepara para el estreno de La Viuda Alegre.

“HAY ALGO QUE SIEMPRE ESTÁ AHÍ QUERIENDO BAILAR”

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