El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Max Schrems, el joven que desafió a Mark Zuckerberg

A los 23 años, este abogado austriaco comenzó una batalla legal contra la poderosa red social Facebook. Y al hacerlo, consiguió cambiar para siempre la legislació­n europea respecto a la privacidad de los usuarios.

- GUILLERMO ABRIL*

En este apartament­o vienés crujen los suelos y en las estantería­s se mezclan volúmenes de las Leyes de California y del Derecho de Privacidad en Irlanda con libros sobre el “efecto Facebook” y “la caída de la verdad tras el 11-S”. El escritorio de altura regulable, propio de quien pasa horas frente al ordenador, está repleto de papeles, lapiceras y medicament­os . Unas caretas de Anonymous asoman de una caja en el suelo; y en una cesta sobresale una montaña de ropa sucia. Max Schrems, austriaco de 30 años, se disculpa por el desorden. Ha tenido los últimos siete años bastante ocupados. A los 23, cuando aún era un estudiante de Derecho sin vocación, pasó un semestre en la Universida­d de Santa Clara (California), a un paso de los gigantes de Silicon Valley; en clase recibió la visita de expertos legales de Facebook y Amazon; hablaron de privacidad y del incumplimi­ento de las normas que la regulan; sobre Europa comentaron que las leyes eran más estrictas que en EE UU, lo cual no les suponía un problema: las multas eran tan irrisorias y los beneficios tan suculentos que compensaba saltársela­s. En palabras de Schrems, “básicament­e dijeron: ‘Que se jodan los europeos”. Y así se encendió la llama en su cerebro.

A su regreso, solicitó a Facebook los datos que pudiera haber obtenido a través de su perfil en la red social (en el ejercicio de su derecho de acceso; cualquier europeo lo tiene). Recibió un CD con 1.200 páginas de informació­n. Su vida online desde 2008. Detectó un buen puñado de violacione­s de su privacidad, las reunió en 22 denuncias y las interpuso ante la Comisión de Protección de Datos de Irlanda, país en el que la empresa de Mark Zuckerberg tiene, por motivos fiscales, su sede europea. Entre sus quejas, por ejemplo, se encontraba el hecho de que una conversaci­ón eliminada seguía figurando junto a la palabra suprimida (Facebook no la eliminaba; solo indicaba la acción del usuario); y la incorporac­ión de datos de aquellos contactos no registrado­s en Facebook (y por tanto sin consentimi­ento), a los que la compañía accedía cuando el usuario sincroniza­ba su agenda.

Sus denuncias enseguida llegaron a la prensa: era la historia perfecta de David contra Goliat. La repercusió­n provocó reuniones con ejecutivos de Facebook, que atendió alguna petición. Y aunque la Comisión de Protección de Datos ( CPD), una pequeña oficina desbordada, no hizo casi nada, su causa generó un debate público con implicacio­nes para todos los europeos: este 25 de mayo entrará en vigor en la UE el nuevo Reglamento General de Protección de Datos (GDPR, en sus siglas en inglés). Lleva cocinándos­e desde 2012. Y Viviane Reding, la comisaria de Justicia que lo promovió, dijo sobre Schrems: “Él fue el desencaden­ante que me hizo entender que no podíamos seguir aplicando la ley de la forma en que lo hacíamos”. Las multas, con la nueva normativa, podrían ascender hasta un 4% de los beneficios (unos 1.400 millones de euros, en el caso de Facebook).

Criado en Salzburgo, su madre tiene una tienda de joyas y su padrastro, abogado, fue militante comunista. Hoy sobrevive gracias a la renta de otro apartament­o, heredado de su familia, y a sus charlas sobre privacidad. Le comenzó a interesar este asunto el año que pasó en un instituto de Florida: “Todo estaba vigilado”. Desde niño le enseñaron a tratar de cambiar aquello que no le gustaba. “Hay miles de personas opinando sobre privacidad. Yo fui de los pocos que acudió a los tribunales y dijo: ‘¿Saben que aquí tenemos unas jodidas leyes? Serían muy amables si las respetaran”. El gran hito de su batalla arrancó en 2013. Ese año, Edward Snowden destapó el programa de espionaje electrónic­o masivo de EE UU. Schrems interpuso entonces la 23 ª denuncia: bajo leyes europeas, se permitía a las compañías tecnológic­as transferir datos de ciudadanos europeos a un “puerto seguro” en el extranjero. Lo hacían unas 4.000 compañías; Facebook entre ellas, que enviaba datos privados a servidores en Estados Unidos. El caso llegó al Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Ganó Schrems. “Estados Unidos no garantiza una protección suficiente de los datos transferid­os”, dictaminó el tribunal en 2015. Y permitió a los países europeos bloquear el envío de informació­n de sus ciudadanos al otro lado del charco. Tras la decisión, Snowden le felicitó desde Rusia, donde vive protegido por Vladimir Putin: “Has cambiado el mundo para mejor”.

No siempre lo logró. Otra de sus quejas de 2011 denunciaba la transferen­cia de datos privados desde Facebook a desarrolla­dores de apps sin “un nivel adecuado de protección”. Y esto es exactament­e lo que ha llevado a Mark Zuckerberg a pedir perdón y a comparecer en el Congreso estadounid­ense en abril: su compañía permitió que una app obtuviera datos de 50 millones de usuarios que acabaron en manos de la consultora Cambridge Analytica, que los explotó en favor de Donald Trump durante su campaña electoral. Según Schrems: “En su momento, ni la CPD ni Facebook tomaron ninguna medida. Ambos dijeron que era perfectame­nte legal. Si hubieran hecho algo, el escándalo de Cambridge Analytica no habría ocurrido”.

De ojos azules y pelo rubio engominado a lo Tintín, Schrems casi siempre viste vaqueros y sudadera, habla de forma ametrallad­a y en su conversaci­ón salta del derecho romano a los algoritmos del big data. Es un tipo poco corriente, que desayuna tostadas con cebollino, come entre dos y tres kilos de zanahorias a la semana y bebe club- mate, “el red bull sano”, popular entre geeks centroeuro­peos. Se ríe del ruido mediático a su alrededor, de las reuniones de siete horas en hoteles de aeropuerto con altos ejecutivos de Facebook, de los errores de principian­te de sus abogados, de la presión de diplomátic­os estadounid­enses durante el asunto que llegó al Tribunal de Justicia de la UE, de cómo los lobbies de Silicon Valley trataron de influir en la redacción de la ley europea (y que él denunció, provocando un escándalo en Bruselas). Le divierte la contienda: “Lo veo como un juego de ping pong, le das a la pelotita y esperas que vuelva”. Schrems parece la némesis de Zuckerberg­m, quien suele decir que creó Facebook para hacer “un mundo mejor”; Schrems dibuja una sonrisa y replica: “Diría quemiente”.

Pero no es un huraño ni un luddita. Le gusta el progreso, siempre tuvo el último móvil, sigue usando Facebook. “Conectar a las personas es una gran idea”, dice. Aunque en esta era en que los datos conforman el “nuevo petróleo”, conviene distinguir entre tecnología y su uso abusivo. “Muchas empresas se saltan la ley. En impuestos, en privacidad, en empleo. Creen que por ser innovadora­s las reglas no van con ellos. Saltarse la ley no es innovador. Es lo que ha hace la mafia”.

Pone ejemplos: con la informació­n que Facebook tenía de él, una consultora tardó “dos segundos” en descubrir que era gay. Nunca lo había dicho online; lo averiguaro­n a través de lo que denomina “burbujas de amigos”, una nube de contactos con similitude­s. En su caso, muchos eran hombres con otros hombres en la casilla de pareja.

Otro ejemplo. Si uno quiere usar Facebook o Google, ha de estar dispuesto a firmar cláusulas de un contrato infinito, a veces abusivas. En vista de la gratuidad y de los beneficios de su uso, el cliente agacha la cabeza y firma. “Han logrado darle la vuelta a la idea de responsabi­lidad. Tú eres, como usuario de Google, responsabl­e de que Google pueda joderte”.

SU MADRE ES JOYERA Y SU PADRASTRO ES, COMO ÉL, DOCTOR EN LEYES

SCHREMS SEGUIRÁ SU VIGILANCIA SOBRE CÓMO SE MANEJAN LOS DATOS

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