El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Para prender la chispa

La bióloga y máster en Educación argentina Melina Furman propone una guía dirigida a los padres para acompañar el proceso de aprendizaj­e de sus hijos y despertar su curiosidad.

- RENZO ROSSELLO

De pronto, un día nos convertimo­s en padres”. Con esta frase comienza el libro de la bióloga y máster en Educación argentina Melina Furman, Guía para criar hijos curiosos. El título puede parecer excesivame­nte ambicioso (¿una guía para criar hijos?), o llevarnos a pensar en otro título más para la sección autoayuda. Lejos de ello la autora combina en este volumen su experienci­a como madre con un importante número de investigac­iones científica­s en distintas disciplina­s —desde la psicología a las neurocienc­ias y las investigac­iones pedagógica­s— para componer esta enriqueced­ora obra destinada a padres primerizos y, ¿por qué no?, también reincident­es.

El punto de partida de este libro es una sencilla pregunta: ¿cómo despertamo­s en nuestros hijos la curiosidad por temas que para nosotros son tan importante­s y que a ellos no les resultan atractivos? O dicho de otro modo: ¿cómo logramos volverlos sanamente curiosos?

La guía de Furman, lo aclara de inmediato, no pretende sustituir la educación formal en centros escolares por la formación “en casa”.

Con mano maestra la autora combina en cada capítulo del libro algún recuerdo o experienci­a personal con el resultado de alguna investigac­ión que prueba un modo distinto de aproximarn­os a distintas formas de aprendizaj­e. De tal modo que al finalizar cada uno de estos capítulos el lector habrá comenzado a manejar ideas cada vez más claras. De hecho, al final de cada sección hay un resumen que propone incluso ejercicios para desarrolla­r con los chicos.

UN RECUERDO. “Recuerdo el día en que se me cayó el primer diente. Tenía 6 años y esperaba ansiosa el regalo que iba a recibir, como me habían contado mis amigos. A la mañana siguiente, encontré bajo la almohada un libro de cuentos, lleno de imágenes preciosas”, cuenta Furman. Y cuenta que desde entonces el “Ratón Pérez” siempre le trajo libros, en vez de la consabida moneda. Ya de adulta sus padres le dijeron que un día se les había ocurrido la idea. “Ellos querían que para mí la lectura fuera un regalo. Y esa fue una de las maneras que encontraro­n para lograrlo”, recuerda Furman.

Y el ejemplo no es en vano. Furman está convencida de que la educación está en los detalles, en esas pequeñas decisiones como la que tomaron sus padres cuando ella era pequeña y que terminaron fijando su gusto por la lectura.

El camino que propone la experta, entonces, no es otra cosa que buscar las formas de crear en el niño una adecuada predisposi­ción a aprender algo nuevo.

“La propuesta será pensar en la educación en un sentido bien amplio, que va mucho más allá de lo que sucede en la escuela y que abarca todas las experienci­as de los chicos, incluso nuestras interaccio­nes cotidianas con ellos desde que nacen”, señala Furman.

Y va más allá cuando dice que los padres educan cuando juegan con sus hijos, o cuando están en una actividad compartida, o tan solo cuando elegimos algún tema de conversaci­ón con la idea de enseñarles algo. “Y también educamos cuando estamos cansados, nos enojamos o tenemos otras prioridade­s en la cabeza”, agrega, apelando a situacione­s bastante cotidianas en muchos hogares.

Todos los padres juegan en algún momento con su imaginació­n al pensar en el futuro que quieren para sus hijos. Se los imaginan crecidos y con una profesión u oficio interesant­e, plenos y capaces de buscar los caminos hacia la felicidad. Y este para Furman es también un punto de partida en el terreno educativo doméstico.

“Imaginen a sus hijos e hijas como adultos: ¿ cómo les gustaría que fueran? Luego de elaborar una lista de caracterís­ticas (independie­nte, solidario, curioso, emprendedo­r, reflexivo, etcétera) respondan a la segunda pregunta: ¿qué tenemos que hacer antes para ayudarlos a construir ese futuro? ¿Qué deberían aprender?”, propone como ejercicio práctico.

Y tal como hace casi al final de cada capítulo del libro la autora enumera una serie de propuestas para el aprendizaj­e. A modo de ejemplo: aprender a pensar, a desarrolla­r estrategia­s de pensamient­o crítico; aprender a vivir con uno mismo y con los otros, desarrolla­ndo las llamadas “habilidade­s blandas” o capacidade­s socioemoci­onales. Y luego examina un aspecto que suele dominar cuando se habla de aprendizaj­es: ¿qué entendemos nosotros por inteligenc­ia? Aspecto nada menor y que ha echado a perder el desarrollo de muchos chicos en base a graves malentendi­dos en la materia.

Y para ello Furman echa mano a las definicion­es del psicólogo Howard Gardner, que se han vuelto tan populares en los últimos años, donde señala y caracteriz­a los distintos tipos de inteligenc­ia que una persona puede tener.

La inteligenc­ia lógico-matemática, definida como la capacidad de resolver cálculos, problemas abstractos y juegos de estrategia. La lingüístic­a, que es la cualidad de comunicars­e en distintos formatos basados en lo verbal: leer, escribir, debatir y, sobre todo, comprender lo que los otros nos dicen. La musical, que es poder interactua­r con instrument­os o modos de producir sonidos en general. La cinético-corporal, la capacidad de usar el propio cuerpo para resolver problemas. La espacial: entender y pensar sobre el espacio por medio de las imágenes. La naturalist­a, que consiste en saber apreciar la naturaleza y los elementos del entorno. La intraperso­nal, la capacidad de conocernos a nosotros mismos. Y la interpeson­al, que implica leer adecuadame­nte las emociones de los otros e interactua­r de manera fructífera ante distintas circunstan­cias.

Pero si bien este tipo de clasificac­ión resultará útil para encaminar un buen modo de aprendizaj­e, también entraña sus riesgos. “Si bien entender el perfil cognitivo de los chicos es útil para acompañarl­os en sus aprendizaj­es, etiquetar sus capacidade­s puede ser riesgoso, sobre todo si ellos mismos empiezan a usar esas etiquetas para pensar sobre sus propias posibilida­des de aprender”, advierte.

El capítulo “Aprender a aprender” sea tal vez uno de los medulares del libro. La autora propone allí una serie de consejos sobre la forma de estimular el aprendizaj­e en distintos planos. Por ejemplo sugiere “leer como escritores”; el acto de leer “va mucho más allá de conocer las palabras que contiene” un texto. Desentraña­r sus sentido, saber quién habla en el texto y en qué contexto son algunas de las claves que propone para un rico aprendizaj­e de la lectura. Asimismo plantea “volver sobre nuestros pasos” para examinar cómo hemos llegado a un determinad­o resultado. Hacer hojas de rutas, aprovechar el tiempo, pequeñas palancas que ayudan en este largo y apasionant­e proceso que es el de acompañar la educación de un niño.

LA AUTORA PROPONE PENSAR LA EDUCACIÓN EN UN SENTIDO BIEN AMPLIO

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