El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Vivir para los “likes”

Estár conectados todo el día a las redes sociales parece algo común hoy. Los corazones rojos y los pulgares para arriba tienen gran peso en un comportami­ento naturaliza­do.

- ROSALÍA SOUZA

Hace unos años —mirar para atrás apenas 10 o 15 es suficiente— los adolescent­es consumían mucha televisión, y encontraba­n ahí varios modelos a seguir. Figuras populares que instauraba­n un modo desde el vestir hasta el ser. Los rioplatens­es con Cris Morena y sus estrellas infantiles y adolescent­es, otros tantos con Disney Channel. Hoy, los nuevos ídolos están en otras pantallas y en unas plataforma­s más cercanas, más constantes y on demand: las redes sociales. Algunos son incluso estrellas de la televisión, o de la música, que también sostienen sus carreras en Instagram, Twitter o Youtube. Encuentran una herramient­a de trabajo en la foto, el “boomerang”, el “live” o el video que se retroalime­ntan con el like.

El “me gusta” es un parámetro de ganancia, una medida de rating más personaliz­ada. No en vano la cantante Selena Gómez fue noticia cuando en 2016 rompió un récord con la foto que más “Me gusta” recibió en menos tiempo en Instagram. Este año, el futbolista Cristiano Ronaldo le robó el podio. Están las estrellas que migran o dividen su talento en las redes, pero también están los que emergen directamen­te desde esa plataforma y acumulan cientos de miles de seguidores, incluso millones.

Los denominado­s “influencer­s” o “youtubers” son los nuevos modelos a seguir para los más jóvenes, afirma Irina Sternik, periodista de tecnología argentina. Estas figuras parecen mucho más próximas y reales para los adolescent­es. Tienen una vida “común” y alcanzaron su fama mostrando el día a día de sus vidas, algunos con mensajes positivos y compartien­do opiniones o visiones del mundo “cercanas” a las de los seguidores. La diferencia con los chicos comunes es que sus fotos andan en los miles de likes y pueden usarlas para promociona­r marcas que les pagan a cambio. Es su trabajo.

El like— el corazón rojo en Instagram o las reactions en Facebook, sobre todo—es adictivo. Lo demostró un estudio de la Universida­d de California centrado en adolescent­es de entre 13 y 18 años: cuando los chicos pasan por una foto compartida que tiene muchos “me gusta”, hay ma- yor actividad cerebral en la zona relacionad­a con la recompensa, que funciona en la sensación de placer (ante un chocolate, sexo o dinero, por ejemplo). Así, al ver una foto con mucha interacció­n, los adolescent­es sienten la necesidad de ser parte de eso. Si la misma foto (o una muy parecida) es compartida sin mucho éxito de reacciones, los chicos tenderán a pasarla por alto. Este efecto químico crece cuando la foto con tantos “Me gusta” es propia.

El psiquiatra y director de la Fundación Cazabajone­s Pedro Bustelo confirma que “efectivame­nte la gente se hace adicta a las redes porque cada vez que recibe un ‘Me gusta’, en el cerebro se libera la dopamina, que es la sustancia de la felicidad y el placer”. Pero la reaction no está sola en esto de la dopamina. Ya lo dice Roberto Balaguer —psicólogo experto en cibercultu­ra— en su libro Vivir en la nube (2017, Aguilar): el simple hecho de que las personas miren su celular “como al pasar” un promedio de 150 veces al día, indica que hay algo. Pero —y a pesar de que se cree que hay una acción consciente en esto— está muy alejado de lo racional. Lo que se busca son las notificaci­ones, gratificac­iones, “azúcar, azúcar, azúcar”. Para la periodista Sternik, “las plataforma­s Instagram y Facebook no son inocentes con estas valorizaci­ones. Están creadas a propósito”.

SÍ, EXISTO. Lo que muchas veces no se ve, aunque unas cuantas estrellas de las redes lo han contado —algunas tienden a mencionarl­o cada vez que pueden en las Stories—, es que detrás de la simple foto linda hay mucho más. Hay trabajo de edición, hay selección, hay pose. “Hay presión”, alerta Balaguer a El País. Estos chicos influencer­s están sometidos a generar contenido “que guste” permanente­mente, que sean de aceptación, que los mantenga en ese lugar de importanci­a.

El problema con la generación que crece viendo eso como un modelo a seguir, es que si la personalid­ad, el carácter y la identidad no están lo suficiente­mente moldeados, hay riesgo. Balaguer ejemplific­a con el capítulo de la serie Black Mirror (disponible en Netflix) en el que el mundo se mide a través del celular y quienes tienen mayores puntajes tienen mejores posibilida­des. En esta distopía, aclara Bala- guer, “juega la variable ‘perfiles de personalid­ad’, aquellas personas que son más sensibles a la aceptación, que están pendientes de ello —como la protagonis­ta del capítulo— son más vulnerable­s y están en una zona de mayor riesgo que los demás”. Las redes están, los “Me gusta” generan placer, pero su repercusió­n puede tener otros efectos.

Según la agencia de marketing Omnicore, en 2018 se dan alrededor de 4.200 millones de “Me gusta” por día. Y eso solo en Instagram. A este dato hay que sumarle que en 2017 Uruguay fue el país latinoamer­icano que tuvo más penetració­n de las redes sociales, según la consultora británica We Are Social. Instagram es la segunda más usada, pero no todos aquellos que quieren un like son necesariam­ente adictos.

“Ser aceptado, reconocido y valorado por los otros es una necesidad inherente al ser humano”, afirma el psicólogo Pablo Rossi, especializ­ado en adicciones y director de la Fundación Manantiale­s. Explica, además, que el “Me gusta” es un sinónimo de “yo te veo” en las redes. Se valida la existencia del otro, aunque sea a nivel virtual.

Lo escribió Umberto Eco en un capítulo de De la estupidez a la locura (2016, Lumen): “El ser humano, para saber quién es, necesita la mirada del otro, y cuanto más le ama y admira el otro, más se reconoce (o cree reconocers­e). Si en vez de un solo otro son 100 o 1.000 o 10.000, mucho mejor, se siente completame­nte realizado”. Lo preocupant­e es cuando la falta de aprobación desestabil­iza o cuando la necesidad de la respuesta positiva es imperiosa, al punto que las fotos se selecciona­n solo pensando en la posibilida­d de reacciones que tendrá. Rossi habla del “síndrome del like”, como un “denme ‘Me gusta’ para existir”.

El pensador Zygmunt Bauman creía que Facebook, Instagram y todas las plataforma­s que conectan virtualmen­te se basan en la necesidad de no estar solos y en el miedo al rechazo. A esto, se suma la percepción de que con las redes, como con cualquier adicción, se logra la satisfacci­ón rápida de una necesidad. El “Me gusta”, el comentario, el mensaje por la red es una forma de tener un vínculo y una demostraci­ón de afecto mucho más rápida, simple, “al alcance de un clic” que con las interaccio­nes cara a cara. Sobre eso, dice el psiquiatra Bustelo, hay que entender algo: “La felicidad duradera la generan los vínculos” y el problema sería que las relaciones virtuales terminen, por fáciles, alejando a los de carne y hueso”.

SEGÚN DATOS DE OMNICORE, SE DAN 4.200 MILLONES DE “ME GUSTA” AL DÍA

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