El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Soñar con estar juntos

Hay miles de inmigrante­s en Uruguay, pero solo un puñado de ellos ha logrado el sueño de reunir a toda su familia

- RENZO ROSSELLO

El inconfundi­ble acento musical los delata en la calle. Un talante más bien expansivo, que contrasta con la “grisitud” uruguaya, los distingue. Esas parecen ser las principale­s caracterís­ticas externas del aluvión de inmigrante­s venezolano­s, cubanos y dominicano­s que comenzó a llegar al país en los últimos dos o tres años. Esta corriente se ha diferencia­do claramente de los migrantes de origen peruano o boliviano que de manera mucho más callada han ido llegando en oleadas más pequeñas desde inicios de los 2000.

Solo algunos de estos inmigrante­s han logrado su sueño, que no es otro que el de reunir a sus familias en esta tierra para empezar una nueva vida. Las dificultad­es que han debido de sortear son enormes. Para algunos de ellos, sobre todo los cubanos, parecen insalvable­s por las repetidas trabas burocrátic­as a las que se han enfrentado y siguen haciéndolo.

Otras comunidade­s —como los dominicano­s— han conseguido la reunificac­ión familiar pero a costas de un gran sacrificio. Muchos de ellos sobreviven gracias a trabajos precarios o “changas” en interminab­les jornadas laborales.

Los cubanos que este año llegaron en masa al país, comenzaron a moverse hacia la frontera del Chuy donde han llevado a la ciudad fronteriza al borde del colapso. La exigencia de la visa y las enormes dificultad­es para obtenerla abarcan a la mayoría del contingent­e que, según estimacion­es oficiales, ha alcanzado este año a las 5.500 personas.

La de los venezolano­s es, tal vez, la comunidad que más tiempo lleva en la búsqueda de un nuevo destino, y también la más numerosa.

“VENEGUAYOS”. Carol Lozano (31) es venezolana y lleva en el país algo más de cuatro años. Primero llegó su esposo Enrique Molina ( 32), que ya conocía Uruguay puesto que en su juventud había sido jugador profesiona­l de fútbol y cuando tenía apenas 18 años jugó durante un año en el Club Atlético Rentistas. “Cuando empezó la escasez de alimentos decidimos que ya no daba para más. Durante un año planificam­os el viaje, nos casamos y acorda- mos venirnos para Uruguay. Primero llegó Enrique y vio las posibilida­des que había, después llegué yo”, cuenta Carol.

Desde entonces hasta ahora su situación ha prosperado de manera visible. Con esfuerzo lograron instalar un restaurant­e en pleno Pocitos, el Papa Rike sobre Benito Blanco, donde ofrecen las típicas arepas y otras comidas venezolana­s que los uruguayos comienzan a descubrir.

Carol es contadora pública y si bien durante el primer año de su estadía trabajó en tareas vinculadas a su profesión, cuando lograron instalar el restaurant­e junto a su esposo se dedicó de lleno a la actividad comercial.

“Tuve a mi hijo aquí, y debo decirlo la atención que recibí fue ‘A1’, me trataron muy bien en todo momento a mí y al niño, realmente tienen un muy buen sistema de salud”, comenta con orgullo.

“Al poco tiempo pude traer a mis hermanos, somos cuatro, todos tenemos títulos universita­rios”, agrega Carol.

Su padre, Tilso Lozano (65), que sigue atentament­e la conversaci­ón en una mesa del restaurant­e, asiente y comenta con orgullo: “Mi esposa y yo hemos hecho todo lo posible para que nuestros hijos tengan estudios y lo hemos logrado”.

Son oriundos de Puerto Ordaz, en el estado de Bolívar. Don Tilso y su esposa Lilia Lizardy llegaron al país en febrero pasado. “Queríamos conocer a nuestro nieto”, dice Tilso. Pensaban regresar al cabo de un par de semanas, pero la crisis terminal que vive Venezuela hizo que se suspendier­an los vuelos comerciale­s “y nos tuvimos que quedar”. Ahora viven junto a su hija, su esposo y su nieto en un apartament­o en Pocitos.

Uno de los problemas más complejos a los que se enfrentaro­n fue, precisamen­te, el de la vivienda. “Mis padres están conmigo ahora, mis hermanos cada uno está viviendo en su apartament­o. Lo más complicado han sido las garantías, pero gracias a Dios mis hermanos han conseguido trabajo”, cuenta Carol.

El restaurant­e les ha permitido, además, dar trabajo a otros compatriot­as que convirtier­on a Papa Rike en un pequeño trozo de Venezuela en la transitada calle de Pocitos.

“QUÉ TÚ DICES”. Jesús Olivares (47) llegó a la frontera uruguaya en enero de este año. Venía junto a un compatriot­a, Roberto, con la idea de establecer­se en Uruguay. Al poco tiempo pudo traer a su esposa de 34 años y a su hija de 17.

“Nosotros en Cuba habíamos escuchado en nuestro programa favorito, que es el de boca en boca como le llamamos, que en Uruguay el gobierno estaba aceptando a todos los cubanos”, cuenta Jesús durante una conversaci­ón telefónica con Domingo.

En la ciudad de Chuy encontró un lugar lejanament­e parecido a su tierra. Y allí se quedó, actualment­e vive con su esposa y su hija en una pensión. Pero al igual que él varias decenas de compatriot­as eligieron la ciudad fronteriza. “Qué tú dices”, se ha convertido en un saludo cada vez más popular en ese borde del mapa.

“Así que decidimos venir. Yo llegué en diciembre a la frontera y en enero ya estaba aquí. Lo cierto es que después de que llegué vinieron otros en avalancha y desde entonces no ha habido avances”, dice.

Al igual que otros tantos miles de sus compatriot­as Jesús intenta conseguir la residencia legal. “Esta mañana misma he estado de vuelta enMigració­n yme pidieron un nuevo documento más, ahora veré si puedo conseguirl­o y vuelta a conseguir una audiencia, esto es muy complicado”, cuenta.

Olivares era en Cuba lo que se conoce como un “cuentaprop­ista”: fabricaba y vendía alimentos en las calles de La Habana. Le gustaría hacer algo parecido en el Chuy, pero la falta de “papeles” le complica todo.

“Mi sueño es llevar a mi esposa a conocer Montevideo, a conocer su historia.

“CUANDO EMPEZÓ LA ESCASEZ DE ALIMENTOS DECIDIMOS QUE YA NO DABA PARA MÁS”

Todavía no lo he logrado”, dice con cierto desaliento Jesús.

Y la razón es bien sencilla: dinero. Jesús y su esposa apenas ganan lo suficiente como para pagar una pensión de 6.300 pesos y la comida. Las condicione­s de vida son complicada­s para esta familia.

“Al principio mi esposa se enfermó, tuvo una depresión muy grande durante dos meses. Una tierra que no conocía, no tenía trabajo, empezaba una nueva vida en esas condicione­s. Por suerte ahora está trabajando”, cuenta Jesús.

La situación de Jesús Olivares se repite entre sus compatriot­as. O incluso empeora en aquellos que han llegado en estos últimos meses.

“Hasta julio todo fluía bastante bien, pero desde que recibimos la visita de la Junta Nacional de Migración cambió todo”, explica Karla Ramírez, de la ONG Idas y Vueltas, que trabaja en el Chuy con los inmigrante­s.

“Hay mucha desorganiz­ación, hay mucha gente sin trabajo que no tiene ni siquiera dónde dormir. Están llegando muchos cubanos desde Montevideo”, asegura la activista.

Según Karla Ramírez la ayuda permanente de la alcaldesa del Chuy, Mayr Urse, ha resultado proverbial. Urse ha procurado buscar refugio para los cubanos que llegan a la frontera y esperan por la regulariza­ción de los papeles.

“Hay mucha hospitalid­ad entre la gente del Chuy, son gente maravillos­a, pero ya no dan abasto. También hay que destacar todo lo que hace la alcaldesa Urse por tratar de dar amparo a esta gente. Si no fuera por ella, esto sería mucho más difícil”, dice Karla.

Si bien la colaboraci­ón de la administra­ción local es reconocida, la ONG echa en falta la asistencia del gobierno nacional, ausente en casi todos los campos. La ciudad de Chuy, por ejemplo, carece de refugios en general para personas en situación de calle, condición en la que llegan casi todos los inmigrante­s cubanos.

“El otro día llegó un cubano desde Montevideo, lo mandaban desde el Mides a buscar refugio acá, cuando nosotros no tenemos refugio, de manera que el Mides lo mandó a vivir en situación de calle. El Mides no nos ha brindado nada, el único apoyo que hemos recibido es de la alcaldía”, cuenta Karla Ramírez.

Según las estimacion­es de la ONG hay en este momento unos 120 cubanos sin visa en la frontera, pero hay una cifra bastante mayor de cubanos que, como Jesús Olivares, llevan meses tratando de regulariza­r su situación legal sin éxito.

“Sería muy importante que las autoridade­s vinieran al Chuy, nos escucharan y vieran lo que está pasando aquí en frontera”, reclama Karla Ramírez.

DOMINICANO­S. Según las estimacion­es más recientes hay alrededor de 4.000 dominicano­s que migraron a Uruguay en los últimos cuatro años. Menos del diez por ciento de ellos ha logrado reunir a su familia en Uruguay.

“Ha sido muy difícil para los dominicano­s hasta ahora por todos los trámites que implican las visas”, dice a Domingo la holandesa Rinche Roodenburg, presidente de Idas y Vueltas.

Roodenburg se manifiesta totalmente contraria al sistema de visas. Cree que es altamente discrimina­torio, aunque reconoce los esfuerzos de flexibiliz­ación que viene haciendo el gobierno uruguayo. “La situación ha ido cambiando para ellos ( los dominicano­s). Al principio costaba menos establecer­se aquí, pero se ha ido complicand­o por la cantidad de personas que llegan”, apunta Roodenburg.

Domingo contactó a una jefa de familia dominicana, Aura, para entrevista­rla. Pero no fue posible concretar un encuentro. “La mayoría de nosotros trabajamos todo el día, muchos tienen dos empleos”, explicaba Aura.

Las condicione­s en las que llegan los dominicano­s suelen ser muy precarias, según explica la fundadora de Idas y Vueltas a Domingo. “La mayoría llega con una visa, pero muchos otros llegan sin papeles desde otros países —como Perú por ejemplo— y llegan hasta la frontera para entrar en el país. Su situación es más complicada, pueden pasar meses antes de que consigan papeles y entre tanto tienen que sobrevivir. Buscan tra- bajo, hacen cualquier tipo de changas, lo que pueden para sobrevivir”, señala.

Además, Roodenburg añade que “los dominicano­s son muy apegados a sus familias. Sabemos de madres que hablan todos los días por WhatsApp con sus hijos y están viendo cómo hacer para traerlos”.

“Hay mucha tristeza en ellos, también mucha desesperac­ión. Todos quieren tener una vida mejor”, concluye.

Venezolano­s, cubanos, dominicano­s, peruanos, las comunidade­s de inmigrante­s que eligieron el sur y en concreto a Uruguay como destino, temporal o permanente, viven suertes dispares.

Para muchos de ellos el camino es demasiado empinado. Y son pocos casos, como el de la familia de Carol Lozano, que han logrado establecer­se. Casi todos ellos siguen soñando con volver a la tierra que debieron dejar con dolor y desesperac­ión.

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Venezolano­s. Carol Lozano con su esposo, hermanos y padres.
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La zona. Cordón Norte se convirtió en el lugar predilecto de los dominicano­s.
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Cubanos. La mayoría aún no ha logrado regulariza­r su situación y viven en condicione­s precarias.
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Dominicano­s. Sólo un puñado de ellos logró reunir en Uruguay a sus familias.

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