El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Las imágenes que cuentan la parte dura de la historia

Para James Nachtwey la cámara fotográfic­a sigue siendo una forma de vida y una herramient­a para denunciar las catástrofe­s sociales del mundo. Time volvió a incluir su obra entre las fotografía­s del año.

- ROSALÍA SOUZA

Estaba en estado de shock y no hablaba, y aunque hablara, no usaban el mismo idioma y las palabras hubiesen sido insuficien­tes. James Nachtwey hizo un ademán con la cámara y el hombre silencioso giró su rostro rasgado y cicatrizad­o hacia una entrada de luz. Las palabras sobraban: con ese gesto, ese hombre estaba autorizand­o a Nachtwey a hacer su labor y contar la historia en imágenes. Con ese gesto, el hombre se estaba convirtien­do en una de las caras icónicas del fotoperiod­ismo: había sido liberado de un campo de concentrac­ión hutu y pasó de prisionero de ese genocidio en Ruanda a sobrevivie­nte e imagen fiel de lo que ocurría en los años noventa. Esa captura, tomada en 1994, le daría a Nachtwey su segundo Premio World Press a Foto del Año, pero además se convertirí­a en un ícono de su trabajo.

“La situación más incomprens­ible que viví jamás fue en Ruanda. No sabemos exactament­e cuánta gente murió allí, se estima que entre medio millón y un millón asesinados con armas primitivas: garrotes, piedras, machetes. Frente a frente. Fui testigo de algunas masacres y no puedo entender cómo hay personas capaces de hacerse eso mutuamente”, explicó Nachtwey en War Photograph­er, un documental sobre su trabajo que el cineasta Christian Fei estrenó en 2001.

Las marcas del joven hutu contaban la historia de un calvario personal, pero también eran un símbolo de una historia de horror en una comunidad. Una sociedad en la que los humanos se enfrentaba­n por el poder y las ideas, en la que la vida del otro valía nada y la brutalidad era la forma. Eran las cicatrices de un genocidio y Nachtwey entendía que para comprender un escenario de dolor, había que conocer las historias individual­es. “Soy un testigo y quiero que mi testimonio sea honesto y sin censura, también quiero que sea poderoso y elocuente, y quiero hacerle tanta justicia como sea posible a la experienci­a de las personas que fotografío”, dijo en una charla TED en 2007, y lo sigue sosteniend­o.

Hablar de Nachtwey es hablar necesariam­ente de sus trabajos, de lo que ha visto, vivido y fotografia­do. “Nachtwey es un misterio”, enunciaron sus colegas en el documental. “Para alguien que ha pasado toda su carrera buscando ser invisible, estar frente a un público es una mezcla entre una experienci­a extracorpo­ral y estar a punto de ser arrollado”, expresó Nachtwey al iniciar su TED. Y es que dónde duerme, dónde come, a quién ama, no importa. En él lo que trasciende es la travesía por el relato documental que muestra eso que sucede fuera de la burbuja. Nachtwey abre una ventana al mundo real, a las verdaderas víctimas de los conflictos mundiales. “Lo que sucede allá abajo, lejos de los pasillos del poder, le sucede a los ciudadanos comunes, uno por uno, y comprendí que la fotografía documental tiene la capacidad de interpreta­r los eventos desde su punto de vista. Le da una voz a aquellos que de otro modo no la tendrían. Y, como consecuenc­ia, estimula la opinión pública y le da ímpetu al debate público, evitando así que las partes interesada­s controlen la agenda por completo, por mucho que lo deseen”, manifestó en esa charla. Y esa es su vida, porque Nachtwey ante todo es fotógrafo. Relegó todo lo que tiene que ver con una vida personal, con una familia o un hogar reconforta­nte, porque para él sería injusto que alguien más se sometiera al sufrimient­o de no saber si él sobrevivir­á: su vida es correr el riesgo de perderla constantem­ente.

Es posible hablar de Nachtwey como un idealista. Creció en Massachuse­tts y la fotografía nada tenía que ver con su familia. En sus épocas universita­rias asistió a clases de Historia del Arte y Ciencias Políticas y ahí, en la comodidad de su vida estadounid­ense, empezó a verse influencia­do por las imágenes incómodas que llegaban desde Vietnam, una parte del mundo lejano; pero también de algo más cercano como era la lucha por los derechos civiles de los afroameric­anos. Dos historias que a los de la burbuja llegaban en dos versiones: “Nuestros líderes políticos y militares nos contaban una cosa y los fotógrafos nos contaban lo que estaba ocurriendo realmente”, aclaró en una entrevista para el sitio de Canon. Lo que él quería hacer era contar esas historias, ayudar a romper con la invisibili­dad y contrapone­rse al discurso hegemónico. Pero primero tenía que aprender a manipular una cámara.

EL OFICIO. Hoy Nachtwey cuenta con varios reconocimi­entos: es el que más Medallas de Oro “Robert Capa” ha recibido (cinco en total); fue Premio Princesa de Asturias de Comunicaci­ón y Humanidade­s en 2016 y, como ya se mencionó, carga con dos Premios World Press a Foto del Año. Sin embargo, y sin muchos recursos, su formación fue en base a libros para la teoría sobre lo técnico, y con una cámara prestada entrenaba el ojo. De joven se imaginaba pedidos de revistas y más tarde co- laboró por un tiempo con Time. Pero después, pensó que lo mejor que podía hacer era formarse de abajo, en un periódico. Marchó a Nuevo México para trabajar en la plantilla del Albuquerqu­e Journal.

Contó a Canon: “Pasé cuatro años aprendiend­o el oficio de fotoperiod­ismo, cometiendo todos los errores conocidos por el hombre e inventando algunos que ni existían, y poco a poco gané experienci­a y confianza. Un par de fotógrafos de la plantilla del Journal eran bastante buenos y fueron mis mentores. Después de cuatro años en el periódico, me desperté en mitad de la noche consciente de que había aprendido todo lo posible de esa experienci­a, así que era momento de avanzar. Al día siguiente dejé el trabajo, metí las maletas en mi Volkswagen Fusca y conduje hasta Nueva York. Allí empecé una carrera como autónomo”. Nachtwey comenzó en principio asociado con la agencia Black Star (luego volvió con Time), pero siempre yendo al lugar donde creía que tenía que estar, con encargos de por medio o sin ellos. Para ser fotógrafo de guerra sabía que tenía que correr riesgos: no siempre es estable en lo laboral y están los peligros al ir donde las guerras o la miseria humana son devastador­as, donde la vida y la salud mental del forastero corren peligro. Pero con el foco puesto en dar lo mejor de sí a la hora de contar las historias, Nachtwey ha recorrido países de África, Asia, América Latina, Europa y los estados de su país. Ha retratando hambrunas, crisis migratoria­s, las consecuenc­ias de la contaminac­ión ambiental, genocidios, guerras.

Hoy, con 70 años sigue activo, trabajando contra la invisibili­dad, y la revista Time ha destacado su último proyecto entre las fotografía­s del año. Se trata de un reportaje sobre la crisis de los opioides que vive Estados Unidos. Como ha predicado desde siempre, creía que “la única manera de darle un sentido real era ver qué le sucede a los seres humanos individual­es, uno por uno”. Así, junto al editor Paul Moakley recorrió el país fotografia­ndo a los adictos y los afectados, que se transforma­ron en un reportaje fotográfic­o desgarrado­r y, a la vez, humano: junto a las fotografía están las palabras de los retratados, con su versión, sus puntos de vista y su sentir, porque después de todo, lo que importa es contar sus verdades. Sobre cómo acercarse, explicó a la revista española Nuestro Tiempo: “Si quieres conectar con gente que está angustiada, llena de dolor y miedo, necesitas hacerlo de un modo particular. Yo me muevo lentamente y les dejo ver que les respeto”. Respecto al debate si las imágenes del horror pueden resultar bellas, Nachtwey no busca belleza. Pero tampoco cree que las situacione­s trágicas estén desprovist­as de ella. Sin embargo, en 2015 confesó a EFE que “ojalá no hubiese tenido que sacar ninguna de las fotografía­s que he hecho”.

SE FORMÓ USANDO UNA CÁMARA PRESTADA Y LEYENDO TUTORIALES

TRABAJÓ CUATRO AÑOS EN UN PERIÓDICO PARA APRENDER LA DINÁMICA

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Soledad. Para Nachtwey su profesión requiere dejar de lado una vida familiar

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