El Pais (Uruguay) - Revista domingo

La libertad, siempre

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Y, la verdad, es que en estos días no quiero oír hablar de trabajo, solo quiero reposar un poco, mirar para adelante y seguir soñando con lo que mi mente me permita.

El verano tiene la capacidad de ubicarme cerca de la naturaleza, y la naturaleza me aterriza como una buena piña de Carlos Monzón sobre la realidad. Es de un instante al otro que pasa esto. El aire de mar que lo inunda todo, el cielo que nos fulmina con su intensidad, el viento desparrama­do, el sol que te asesina, el sopor de la temperatur­a asfixiante, todo, todo eso hace que la cabeza se ubique en otro lugar. Pienso que si viviera siempre en verano, mucha cosa que hago perdería sentido. Es una idea tonta, lo sé, pero siempre la pienso. Los países con veranos eternos tienen —en mi imaginació­n— la capacidad de vivir de forma más natural. Debe ser lindo eso de poder ir a la playa todo los días, para tipos como yo que nos gusta el agua de mar, sería un regalo de los dioses.

Amo la noche de verano, donde sea, me encanta. Disfruto con eso de comer algo mirando el cielo y pensar que somos relevantes para el universo (no me afilio a la teoría de la insignific­ancia, me parece una imbecilida­d eso de creer que somos una agujita en medio del todo) donde la existencia es el momento mágico que nos toca disfrutar. Comer muzzarella mirando el cielo en verano (lamento, suena terraja) es lo máximo. Y tomar algo capturando estrellas fugaces (ya vi una) es otra de mis devociones (cuando pasa una estrella fugaz pido un deseo. La ni- ñez tiene eso, deja secuelas para toda la vida).

Tampoco vayas a creer, querido lector, que soy entomólogo y me gustan los insectos y que me engancho apasionada­mente con la naturaleza. Es más, creo reconocer solo a “los teros” porque los he visto en el Estadio Centenario, pero además de ellos (y los gorriones uruguayos), no entiendo nada de aves, ni de otros bichos. Y no quiero entender tampoco. Y de paso — me parece— que hay gente en el mundo que vive procurando ayudar denodadame­nte a los animales y supongo que está bien. Yo preferiría que ayudaran gente con esa intensidad, pero supongo que sus escalas de

“Amo la noche de verano, donde sea. Disfruto con eso de comer mirando el cielo y pensar que somos relevantes para el universo”

prioridade­s son tan válidas como las mías. Que cada uno haga lo que quiera. Total yo no juzgo, ni decido nada. Que Ellen siga con los monos tranqui en África. Yo prefiero a los que ayudan a niños que tienen cáncer. Me parecen más útiles a la humanidad, con franqueza total, para qué mentir (y me fascina la gente que ayuda y no marquetine­a sus donaciones, eso de andar haciendo chapa con lo que se dona me parece guaso).

Como verán arrancamos una nueva etapa y la mente también está en este nuevo momento. Arranco optimista, y no siempre he estado así. Este lugar del mundo no siempre alimenta la buena onda.

Lo bueno de estar vivo es que no sabemos los desafíos que nos depara el destino. Soy de los que tiene la cabeza abierta, que rompió con dogmatismo­s, que trabajo mi tolerancia para entender mejor la cabeza del otro, creyendo que cada uno vive su verdad. Mis niveles de enojos han bajado, sin embargo no mis apasionami­entos, ni mis principios. Sigo creyendo que en “la libertad” se juega todo, a toda hora y en esa peleo a morir, con mis amigos, con mis clientes, con mis ideas, con todo lo que hago. Si lo que hacés no te hace un poco más libre, vamos mal. Al final entendí con Karl Popper que “la libertad” es el asunto principal, que sin ella, todo lo que hacemos no tiene demasiado sentido.

Y libertad no es comprar un refrigerio en verano, es vivir en un lugar donde todos (metafórica­mente) lo puedan hacer sin incomodars­e, sin prepotears­e, sin robarse y sin violencia. Luego, la felicidad ya es otro asunto más complejo. Pero felicidad sin libertad previa es imposible. Por eso hay que remar por ella. Eso es lo central.

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