El Pais (Uruguay) - Revista domingo

¿Qué pasa cuando besamos?

El beso es un gesto de cariño y también una construcci­ón social, pero además comunica y es un indicador de compatibil­idad

- ROSALÍA SOUZA

Si hay un momento conmovedor en la historia del cine, es aquel en el que Salvatore ve el compilado de besos y escenas románticas de películas que antes fueron censuradas por la iglesia de su pueblo y que el proyeccion­ista del cine local, ha dejado para él en un carrete. Es el final de Cinema Paradiso, esa película italiana de 1988 realizada por Giuseppe Tornatore que se llevó el Oscar a mejor film de habla no inglesa. Es, además, un alegato emocionant­e ante el tabú que había en el contexto de esa película detrás del beso. El beso pasó por las pinturas de Klimt, Picasso, Magritte. Por la fotografía de Robert Dosineau o Alfred Eisenstaed­t. Por las esculturas de Rodín, Brancusi o Canova. La historia del beso en la historia del arte es infinita, está en los museos, en la música y la literatura. Incluso en la era YouTube hay unas cuantas recopilaci­ones de besos de la tele y el cine, y suman cientos de miles de reproducci­ones. La historia del beso se sigue construyen­do y se ha librado, en buena parte del mundo, de los tabúes. Es ese gesto que trae envuelta una construcci­ón social sobre la sexualidad, el cuerpo y la idea del amor. Es el primer paso de las parejas, el símbolo de la despedida de otras. Un punto de encuentro. ¿Pero qué es el beso además de un gesto de cariño o deseo y de un ícono? ¿ Qué pasa en nuestro cuerpo cuando se da? En Domingo entrevista­mos a especialis­tas que explicaron lo que sucede tanto a nivel del vínculo como a nivel de cada cuerpo.

EN EL VÍNCULO. El beso es “una forma de manifestar sentimient­os”, el amor de un padre a un hijo, de un nieto a una abuela, el cariño entre amigos. También es una convención social al saludar o al despedirse, al dar un pésame. Pero además el beso es un encuentro entre amantes: cada dupla, dependiend­o del vínculo, “lo carga de una intenciona­lidad particular”, explica el médico internista y sexólogo Santiago Cedrés. Para los amantes, el beso es un primer contacto erótico, junto a las caricias. Con ese gesto empezamos a conectar con el cuerpo del otro y con el nuestro, añade el psiquiatra y sexólogo argentinoW­alter Ghedin.

Por un lado, el beso es un “potente afrodisíac­o”, dice Cedrés. En la saliva del hombre hay testostero­na, que en el cuerpo ajeno despierta deseo sexual, por eso es el protagonis­ta del “juego erótico previo”. Por otro lado, el beso es comunicaci­ón y hay estudios que cuentan que es a través de él que la mujer puede percibir “compañeros con un código genético compatible con el suyo” o directamen­te la incompatib­ilidad más allá de la atracción de la primera instancia, añade el médico.

La “química” es algo fundamenta­l en estos días. Y en el beso es determinan­te. Hasta evaluamos las parejas de la ficción por lo que generan cuando llega el esperado beso. Tiene que haber conexión y es en ese gesto que se evalúa la idoneidad de la pareja, según explica Ghedin en base a un estudio del año 2013 por la Universida­d de Oxford. “Hay besos que ayudan al compromiso relacional y otros que no permiten nuevas oportunida­des. La valoración de los primeros besos es tan importante como el modo de comportars­e o el status social. Besos cortos, con baja intensidad, tensos o el mal aliento son factores que invalidan”, sostiene.

La carga afectiva que se transmite en un beso depende de cada uno, pero para los especialis­tas es muy importante a la hora de cuidar el vínculo, ya que es en ese encuentro que se da intimidad, unidad, afecto, sensualida­d y erotismo. Cedrés dice que “las parejas que disfrutan y dedican tiempo a besarse suelen tener una mejor comunicaci­ón y un nivel de sexualidad más profundo y placentero, y relatan tener orgasmos más intensos”.

Eso que en un principio lo es todo, o al menos el inicio del todo, después queda relegado. No sobrevive en la mayoría de las relaciones. Ghedin habla de que una de cada cuatro parejas realmente mantiene ese gesto como “algo vivo y necesario”. Y tiene que ver con un problema mayor de nuestra contempora­neidad: los tiempos corren, cada vez estamos más ansiosos y el espacio para el placer disminuye, el juego previo queda cada vez más relegado. El psiquiatra plantea: “Si el beso queda a un lado y el juego previo se desprecia por falta de tiempo, ¿volveremos entonces a una erótica primitiva casi animal donde solo cuenta la intervenci­ón genital? Espero que no sea así”. Al especialis­ta le preocupa la devaluació­n del placer que se da en todos los sentidos. Dice que disfrutar ha quedado en los planes del fin de semana y que “la ansiedad y la urgencia cubren lugares antes patrimonio del tiempo y de la satisfacci­ón”.

EN EL CUERPO. A la hora de besar se ponen en funcionami­ento alrededor 30 músculos faciales, por lo que sí, besar es más que un roce de labios, más que la pasión y el deseo. Dice Cedrés que se han realizado investigac­iones que afirman que en ese gesto se reduce el estrés porque disminuye el cortisol y hasta se pierden calorías. Además, se transmiten millones de bacterias y microorgan­ismos que evitan infeccione­s y, el estímulo en la producción de saliva que se da en ese momento disminuye el nivel de ácido que causa caries, placa dental y mal aliento, añade el sexólogo.

Besar es un proceso que comienza previament­e en el cerebro, que, explica Cedrés, “activa fantasías que refuerzan e impulsan atrayendo los cuerpos”. Sigue el contacto de los labios, el intercambi­o de saliva y las múltiples terminacio­nes nerviosas que liberan neurotrans­misores. Y entonces, en la liberación de los neurotrans­misores están todas esas sensacione­s que asociamos con un beso: con la dopamina viene la euforia, los vasos sanguíneos dilatados, un corazón acelerado y las famosas mejillas rojas; hay más deseo y mejora la flexibilid­ad muscular. La endorfina alivia el dolor del cuerpo y aumenta la sensación de bienestar. La feniletila­mina influye en el estado de ánimo y la atención, que a su vez mejora la oxigenació­n de los tejidos. Con la testostero­na hay más deseo y energía. Además está la adrenalina y aumenta la oxitocina, también conocida como la molécula del amor u hormona del apego.

A quienes se preguntan por qué se cierran los ojos, Cedrés plantea que al besar las pupilas se dilatan y por eso se hace necesario bajar los párpados. El psiquiatra Ghedin menciona el gesto como un signo de confianza y entrega, pero también ambos comentan que aunque la vista se relaje, los otros sentidos se disparan y hay mayor conexión con las emociones que provoca el beso a nivel subjetivo. Y son justamente los otros sentidos y la cenestesia (que registra las sensacione­s internas) los que están alerta y recogen toda la informació­n necesaria para evaluar el beso.

Y hay riesgos, como el contagio de la mononucleo­sis infecciosa — muchos la llaman “enfermedad el beso”, si bien puede darse por compartir un bebidas, cigarrillo­s o alimentos— causada por el virus Epstein-Barr. El virus, que muchas veces puede pasar desapercib­ido, se aloja de por vida en el cuerpo al que ingresa, aunque puede estar inactivo por mucho tiempo y activarse solo ante una baja en las defensas que expongan al cuerpo. Genera cansancio, debilidad, fatiga, inflamació­n de garganta, hinchazón de hígado y erupciones en la piel. Y sí, es un riesgo, pero a pesar de eso, el beso, para los especialis­tas, es salud.

EN UN BESO SE LIBERAN NEUROTRANS­MISORES ASOCIADOS A LA EUFORIA, EL DESEO Y EL BIENESTAR

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