El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Calma entre olas y arena

Está a 10 kilómetros de Piriápolis. Con playas amplias, agrestes y tranquilas, cada vez más turistas la eligen para alejarse de la ciudad.

- SOLEDAD GAGO

Punta Negra no tiene nada. O tiene todo. Tiene mar, arena y bosques. Tiene playas casi vírgenes. Y olas, tiene muchas olas. Tiene cerros que la cuidan y un grupo de vecinos que ayuda a protegerla. Tiene, en cada bajada de su pplaya, cada pocos kilómetros, un cartel que dice que te encontrás frente a uno de los últimos Ecosistema­s Costeros Naturalesl­es de Maldonado, que respetes los caminosnos marcados para ingresar a la playa. Más allá de eso, en Punta Negra no hay nada. Y es eso, justamente, lo que hace que este lugar sea un punto de la costa cada vez más atractivo para turistas, tanto uruguayos como extranjero­s, que desde hace aproximada­mente cinco años lo eligen para pasar sus vacaciones. Para encontrar un pedacito de playa donde no haya ciudad, ni ruido, ni autos, ni rastros de ellos, ni nada. Para encontrars­e con la naturaleza en estado puro. Para encontrars­e.

Está a 10 kilómetros de Piriápolis, al lado de Punta Colorada, en el departamen­to de Maldonado. Y si uno se va acercando hacia allí por la Ruta 10, la tranquilid­ad empieza a notarse desde que se cruza el cartel que indica el comienzo del balneario. El paisaje cambia completame­nte en poco tiempo y en un par de kilómetros: después de pasar las playas de Piriápolis parece que se llega a otro lugar, lejano y agreste, donde no hay cientos de personas con cientos de sombrillas y cientos de sillas que comparten un poco de arena y mucho mar.

Según el último censo realizado, en 2011 vivían allí alrededor de 200 personas. De acuerdo a Productore­s de Punta Negra, el grupo de vecinos que se reúne durante todo el año para cuidar y potenciar a su lugar, actualment­e viven entre 400 y 500. Es por esa razón que a ellos no les gusta llamarlo balneario, porque ese es el sitio que eligieron para estar todo el año, para criar a sus hijos, para vivir. La razón es la misma por la que llegan los turistas: la tranquilid­ad, la calma, la paz, el aire, los cerros y sus playas, unas de las más amplias y espaciosas de la zona.

El crecimient­o de Punta Negra es nuevo. Muy nuevo. Sin embargo, desde hace 4, 5 o 6 años, ha sido inmenso: en turismo y en construcci­ones. En casas de veraneo y en casas para todos los días. En artistas que se refugian allí porque es una zona ideal para ellos y ellas, y en cantidad de personas que simplement­e se cansaron de la ciudad y se fueron buscando un lugar en el que escuchar a la naturaleza fuera posible. Eso sí, PuntaNegra aún mantiene su esencia (y eso es lo que pretende la gente del lugar): el paisaje sigue siendo solamente verde, azul y blanco, o un poco más oscuro, porque allí la arena se mezcla con las rocas. De allí su nombre, de las rocas negras.

TRANQUILID­AD. A las once de la mañana de un viernes, en la playa de Punta Negra no solo se escuchan las olas. Hay algunas sombrillas, algunas cañas de pescar, algunas familias, algunos amigos, algunos niños jugando en la orilla, pero nada más. Parece una playa privada, pero no. Punta Negra está alejada del ruido, del glamour, del movimiento; hasta pareciera que está alejada de la temporada.

En una sombrilla anaranjada colocada a nivel de la arena, con gorro y bronceado, está Cristina. Vino con Carlos, su esposo, que está pescando, y Homero, el perro, que la acompaña sentado al lado. Dice Cristina que vienen siempre que pueden, que es la playa que más les gusta de la zona, porque es muy buena para la pesca, aunque “no es lo mejor para bañarse”. Dice, también, que les gusta la playa de Punta Negra por la calma, que “esto que se ve es lo que hay, es así de tranquilo siempre”. Dice que Punta Negra les gusta hasta en invierno, que a veces vienen desdeMaldo­nado a pasar el día a pesar del frío.

Como ellos, Alfonsina, Luciana, Matías y Sara (foto principal), también llegaron a pasar el día. Agarraron el auto, cargaron unas sillas y una mochila y pararon y se sentaron en las piedras y no están haciendo nada, solo mirando el mar. “No me acuerdo la primera vez que vinimos a Punta Negra, fue hace como seis años, más o menos. Siempre que podemos venimos por el día, nos escapamos de la ciudad y del ruido, acá siempre está así”, dice Sara.

Por eso, también, es que hace diez años Rodrigo decidió comprarse una casa en el balneario. Es de Montevideo pero vive en Ecuador, y Punta Negra se transformó en el lugar de encuentro con su familia, a quien solo ve en el verano. Como todos los años desde 2015, vino con Diana, su novia de “la mitad del mundo”. “La primera vez que vine a Uruguay pasamos unos días en Montevideo y después vinimos directo para acá. Me encanta la zona. Cuando vine la primera vez no había muchas casas, el lugar era muy solitario, pero he visto cómo ha crecido estos últimos años. Nosotros venimos solo en verano y se ve el crecimient­o. Al principio era muy solitario y ahora la gente va llegando y se nota que les gusta, porque se quedan cada vez más. A mí me gusta que es como mágico, como místico, tiene algo propio. No hay mucha gente y eso me encanta. En Ecuador las playas en temporadas se llenan, y aquí tienes más espacio para disfrutar del sol, del mar, que es lo que hacemos”, cuenta Diana, que vive en Quito.

“El encanto del lugar, es el lugar en sí mismo”, dice Sebastián, de Montevideo, con una casa en Punta Negra, a donde viene desde que es chico, porque a su padre siempre le encantó el lugar. Es por eso que, más allá de la playa, Punta Negra es bosques y cerros. Las calles son de tierra y llevan el nombre de países y ciudades del mundo.

COMUNIDAD. En las calles Lima y Chile hay un cartel. “Aquel Abrazo”, dice el cartel. Y hay un puentecito de madera rodeado de árboles. Y si se cruza el puente, está el restaurant­e de Stella Barrios, que se mudó a Punta Negra hace 22 años, con su esposo, solo porque cuando conoció el lugar, sintió que era el indicado para ella. “Me gusta la paz, el campo y este paisaje”.

Como cerró el colegio en el que ella trabajaba y estaba “un poco cansada de los niños”, decidió cambiar de rubro completame­nte. “Le dije a mi marido que iba a hacer un boliche y me dijo que estaba loca porque acá no había nadie. Y yo le decía: ‘ Yo lo voy a hacer lindo, vas a ver que va a venir gente’. Y bueno, el primer año (2001) la verdad es que venían amigos a hacernos el aguante, después se empezó a correr la voz”, cuenta.

Pero lo más importante no es el inicio, sino la reconstruc­ción, que le dio el nombre al “boliche” de Stella y que refleja lo que es el espíritu de Punta Negra. “Antes era más chiquito y de madera. A los dos años, antes de la temporada se prendió fuego y no quedó nada. Los vecinos limpiaron todo y después una amiga arquitecta con su compañero dijeron ‘bueno, vamos a hacerlo de nuevo’, y se juntaron 80 personas y lo levantaron en 40 días. Vecinos, amigos, compañeros de facultad de mi yerno, mis hijas y todo el mundo ayudó. Fue un gran abrazo que nos dieron. El nombre surgió a partir de eso y de la canción de Gilberto Gil, que me gustaba mucho”, dice Stella. Ahora Aquel Abrazo es uno de los mejores restaurant­es de la zona, no solo por su variada propuesta, sino también por el ambiente.

Es que en Punta Negra todo funciona así. O casi todo. Es decir, los vecinos del lugar tienen un sentido de comunidad muy grande. Y Aquel Abrazo es solo un ejemplo de eso.

Son cerca de la una de la tarde y en el centro del pueblo hay algo que llama la atención. Entre el pasto, los árboles y el calor y las calles de tierra, hay algo más que la calma que se respira en el resto del lugar. Es que allí se está llevando a cabo la feria artesanal que semanalmen­te realizan los vecinos y vecinas de la zona que viven allí hace muchos años, conocen el lugar como nadie y forman el grupo Productore­s de Punta Negra. Hay colores, hay panes caseros, quesos, cervezas artesanale­s, vinos, hamacas y una parrilla, hay juegos de madera, hay tejidos. También, un poco más alejada, está la biblioteca comunitari­a y el salón comunal, donde se realizan diferentes actividade­s culturales.

“Nosotros pertenecem­os a un grupo de vecinos y vecinas, que nos venimos reuniendo durante todas las semanas los martes y armamos un proyecto que se llama grupo de productore­s de Punta Negra: armamos ferias durante todo el año de manera mensual y ahora en verano la hacemos cada semana”, cuenta Gabriela, que llegó al lugar hace siete años, y hace once que dejó México para instalarse en Uruguay. Durante el año, dice, las ferias mensuales tienen diferentes ejes temáticos: desde el Día de la Mujer hasta el intercambi­o de costumbres de diferentes culturas, como la que realizaron en noviembre con la mexicana.

Para ella Punta Negra tiene un paisaje único en Uruguay y la hace estar más cercana a su país. “Hay dos condicione­s acá que son únicas: una es que vos mirás al horizonte y ves un cerro o hay algo que siempre te detiene la mirada. En México eso es muy común. Y además está la playa. Tener un balneario con cerros y con playa, es único. Si no hay un cerro o algo así alrededor, me da un poco de vértigo de tanta horizontal­idad. Este es el lugar indicado para mí”.

José María también integra el grupo de productore­s. Dice que aunque les gusta que el lugar (él prefiere no llamarlo balneario) haya crecido “exponencia­lmente” en el último tiempo, también les preocupa “no traer la ciudad para acá, porque perdería su encanto”. En este sentido, ellos intentan mantenerlo como el paraíso agreste y rodeado de verde que es. Y también, intentan crear proyectos juntos, fomentar los que ya existen, conocerse entre sí y fortalecer los lazos de la comunidad. Hacen obras de teatro, hay un grupo de candombe que da talleres, hay músicos que tocan en la feria, dan charlas.

Si Stella, de Aquel Abrazo, tiene que definir a Punta Negra dice que es una “mixtura”: que allí vive gente joven con un gran sentido de comunidad: “Hay todo una camada de muchachos jóvenes, muy naturistas, que tienen huertas orgánicas, que hacen intercambi­os de semillas, que tienen una cuerda de tambores, la mayoría de los niños nacieron en sus casas, sus piecitos están sin medias en invierno y verano para que se les regule la temperatur­a... es todo una filosofía que para mí es muy desconocid­a pero que ellos la tienen”; pero también viven muchos extranjero­s, estadounid­enses y europeos, principalm­ente, y artistas de todo tipo eligen al lugar buscando alejarse del ruido de la ciudad.

Dice, también, que en Punta Negra aprendió a vivir con poco. Que tiene lo suficiente porque no se necesita demasiado. “Acá podes vivir con lo elemental. Yo al menos, que no soy de aspirar a grandes cosas. De la ropa, por ejemplo, ni me acuerdo, porque vivís entre el barro y la playa. No se precisa tanta cosa, es más simple”. Que además, el lugar tiene los servicios básicos para vivir, pero que le faltan otros, una escuela, por ejemplo.

Un poco más alejado del centro del pueblo, de la feria y de Aquel Abrazo, está Marcelo con sus caballos. Son cerca de las cuatro y media de la tarde y un grupo de turistas uruguayos esperan para conocer el lugar a través de una cabalgata, actividad que Marcelo realiza desde que dejó la capital para instalarse en la costa hasta aproximada­mente 20 años. “Yo nací en Montevideo, pero mis familiares por parte materna son de acá, de un pueblito obrero, mi abuela nació en el Castillo de Piria, ahora ya no está con nosotros pero mi mamá trabajó en el castillo, así que la historia de toda esta zona la conozco bastante”, dice, mientras ensilla cinco caballos, uno para él y otros cuatro para la familia de Eduardo, que hace 28 años se fue a Estados Unidos y están en Uruguay porque llegaron para pasar las fiestas con los familiares que quedaron en el país. Después de explicarle­s el recorrido, Marcelo, Eduardo, Inés, Pablo y Jessica salen en los caballos rumbo a la playa. Les cuenta Marcelo que no van a ir por las dunas, sino por la calle. Sin embargo, mirar la playa desde el movimiento de un caballo, dice, es una manera única y especial de conocer Punta Negra.

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 ??  ?? Perspectiv­a. Inés, Pablo, Eduardo y Jessica no conocían Punta Negra y salen a recorrer el balneario bajo las indicacion­es de Marcelo.
Perspectiv­a. Inés, Pablo, Eduardo y Jessica no conocían Punta Negra y salen a recorrer el balneario bajo las indicacion­es de Marcelo.
 ??  ?? Gastronomí­a. Aquel Abrazo se especializ­a en comida tailandesa.
Gastronomí­a. Aquel Abrazo se especializ­a en comida tailandesa.
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Vecinos. Gabriela y José María forman parte de Productore­s de Punta Negra.

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