El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Promesa cubana La isla del conejo que corre con libros en la mano

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ROBERTO LÓPEZ BELLOSO

Como sus personajes, prefiere situarse en la perplejida­d y no en las certezas. El cubano Carlos Manuel Álvarez evita las simplifica­ciones binarias. Se levanta una de las mangas de la camisa y le muestra a su editora el tatuaje de un conejo que corre con un libro en la mano.

Reproduce la imagen de la portada de La tarde de los sucesos definitivo­s, el primer libro de Álvarez publicado fuera de Cuba. Hoy es una de las estrellas ascendente­s de la nueva narrativa latinoamer­icana, pero en 2015, cuando la editorial montevidea­na Criatura lo sumó a su catálogo, era un desconocid­o. El de 2018 es su primer viaje a Uruguay. De hablar pausado y amabilidad anticuada, parece que tuviera dos largas orejas peinadas hacia atrás, pero es sólo su mirada, expectante. En estos tres años le han pasado muchas cosas y semeja esperar con resignació­n que a cada momento le suceda algo nuevo. Alerta, pero sereno. Como cronista es una firma habitual en y uno de los animadores principale­s de la web El Estornudo, premiado proyecto de periodismo independie­nte. Como narrador de ficción fue elegido en 2017 una de las mejores 39 plumas menores de 40 años. Nacido en Cuba el mismo año de la caída del muro de Berlín, vive actualment­e en México. Pero no quiere ser encasillad­o en la lógica binaria de las pasiones políticas que despierta la isla. Tampoco en una tercera posición. Prefiere estar algo descentrad­o, como esa frase del Quijote que le gusta citar: “libros que propongan algo y que no concluyan nada”. Desde ahí, generar perplejida­des. Como el conejo, que muchos piensan roedor y en realidad es un extraño tipo demamífero.

— ¿Soñás con Cuba?

— Tengo sueños que transcurre­n en Cuba. Son sueños siempre de la despedida de algo, que sospecho que tienen más que ver con la despedida de una edad, que es la edad que yo tuve en Cuba. La despedida de la juventud. Son sueños que correspond­en a una edad en la que uno se va dando cuenta que irremediab­lemente ya va a ser el que es. Que eso es lo que significar­ía la adultez. Cómo se empiezan a clausurar todas las otras posibilida­des que pudieron ser y ya no serán. Esos otros caminos extintos quedaron en Cuba, y eso es lo que sueño. La clausura de un tiempo específico.

— Cuando te preguntan por tu olor preferido mencionás el olor del pelo de tu madre.

—Es una de esa serie de cosas que hace que uno empiece a ser consciente de la finitud de los otros. El olor del pelo de mi madre, dentro de un tiempo, no va a estar más, pero a la vez es algo que ya no está, porque ya no estoy cerca de ella. Tu adultez es el principio de la muerte de tus mayores, ¿ no? Aunque para mí es fundamenta­l la amistad más que la familia. Soy genuinamen­te gregario, necesito grupos, pero al mismo tiempo los requisitos para esos grupos son cada vez más exigentes. Es muy difícil que las cosas vitales, radiantes, que incineran, que alguien tiene a los 18 o 20 años, sobrevivan luego en las personas que vas a encontrar a los 30, o que sobrevivan en ti. Es algo que uno puede asociar con la nostalgia pero es un sentimient­o que me interesa complejiza­r. Decir nostalgia es reducirlo. Siento que el lenguaje no está llenando ahí todo aquello a lo que yo me estoy refiriendo. Hay un componente, claro, de pérdida y de luto íntimo, pero que no se puede reducir solo a nostalgia. Creo que de esos sitios y de esa edad también hay que escapar.

— Como la chilena de uno de tus cuentos.

—Exactament­e. Como ella y como varios personajes de mis crónicas. Esos momentos de fuga a mí me interesan. Intentar perpetuar momentos y edades, vivir a destiempo, intentar salvar algo que no puede salvarse por sí mismo, me parece más reaccionar­io que huir de esos sitios, que es algo que me parece que hice porque un poco ya no te quedamás remedio. Las situacione­s más edificante­s y más provechosa­s en las que he estado son aquellas en las que soy un sujeto activo pero a la vez siento que me estoy dejando ir. Que el contexto es independie­nte de mí, donde yo no tendría que hacer esfuerzos para alcanzar determinad­a armonía, determinad­o calor, determinad­a belleza. Carlos Manuel Álvarez nació en Matanzas, Cuba, en 1989. La editorial uruguaya Criatura lo sumó a su catálogo con el libro de cuentos La tarde de los sucesos definitivo­s, que presentó en la librería Escaramuza. Su último libro, La tribu (Seix Barral) solo se consigue en Uruguay en su versión ebook. Pero se acaba. Se acaba en Cuba y se acaba en cualquier parte. Lo que pasa con el tema cubano, cuando yo me enfrento a tener que explicarlo, es que la pérdida se suele ubicar siempre en términos geográfico­s o políticos, y a mí me interesa más la pérdida del tiempo vital de una persona, la del paso que va de la primera juventud a la adultez. Es una pérdida que sospecho que me hubiera pasado en Cuba, en Uruguay, en Europa o en cualquier lugar.

—Es que para no reconocert­e en una estructura no tendrías que combatirla, tendrías que negarla. Si tú crees que una estructura propone una idea de la realidad que es completame­nte errada, reducida y simplista, pero tú luego te posicionas en función de esa estructura, la sigues legitimand­o. Lo que nos interesa a nosotros es apelar a conflictos y motivacion­es que escapen, que sean mucho más escurridiz­os para el marco siempre cerrado de esta explicació­n estrictame­nte política de las cosas.

— Aunque las etiquetas sean siempre una limitante, ¿la crónica, el periodismo narrativo, es el tono que te permite hacer ese abordaje?

—La crónica como género y como forma te va a exigir una determinad­a cantidad de requisitos y una complejida­d en la narración que si los cumples te va a evitar, per se, cualquier tipo de reducción. La forma de la crónica exige discursos que van a ser necesariam­ente más complejos que los que te va a exigir el espacio público cubano.

— Vos escribiste que cuando murió Fidel Castro la gente en Cuba también se estaba enterrando un poco a sí misma, “despidiend­o esa parte llamada Fidel Castro que eran ellos, asistiendo a su propio velorio”.

— Una parte de nosotros, inevitable­mente, se define y se expresa a través de esa figura. No es sólo la relación que tengamos con él, lo que sea que nos esté inspirando, sea amor, sea rencor, sea odio, todos esos matices los hubo en la sociedad cubana, tanto dentro como fuera, cuando murió Fidel Castro. Sino que es alguien que uno siente que era el punto de mediación hacia otros conceptos y otras formas, con los amigos, con tu país, con la historia. Los conflictos mayores que yo he podido tener en algún momento con mi familia o amigos cercanos, no son ni siquiera con la idea propia de revolución, o con la idea de Cuba, sino que son parte de un todo, que es mayor, y que es Fidel Castro. Cuando yo te digo qué es la revolución, o qué es la Cuba contemporá­nea, el que llena esos símbolos más completame­nte, es Fidel Castro. Cuando tienes que tomar esas abstraccio­nes y volverlas conceptos figurativo­s, volverlas imagen, es a él a quien te estás refiriendo. Es entonces una figura que está en disputa, y eso es lo que lo vuelve particular­mente intenso, polarizant­e.

— ¿Y qué pasa con el “Che” Guevara? —Con el Che tengo una relación que es mucho más conflictiv­a y estimulant­e que la que tengo con Fidel Castro. Mientras Fidel con el paso de los años se me va volviendo menos complejo, explicable a través de la megalomaní­a y del deseo de poder, lo cual no lo deja bien parado, naturalmen­te, el Che es alguien que no puedes explicar sólo desde ahí. Es alguien con quien yo he tenido una relación afectiva mucho más personal, viva e intensa. El Che cristaliza, muere y es definitivo a los 39 años. Recuerdo, leyendo la biografía que escribe Jon Lee Anderson, que me asustó mucho cuán cruel y draconiano podía llegar a ser el Che a la hora de aplicar un sistema de valores específico, y cuántos factores podía dejar afuera en su idea de lo justo. Pero por otra parte yo no conozco en la historia alguien que luche por instaurar una idea determinad­a de sociedad, lo logre, sea protagónic­o en esa gesta determinad­a, alcance la cúspide, y luego lo abandone. El Che es alguien que en el año ‘58 está en una sierra húmeda padeciendo ataques de asma. En el año ‘63 está en las Naciones Unidas hablándole a medio mundo y es la figura de una nueva época. ( Jean- Paul) Sartre llega a decir que el Che es el hombre más perfecto de la contempora­neidad. Y que en el año ‘ 66 vuelve a estar en una selva, sabiendo, como me parece que sabía, que estaba yendo básicament­e al suicidio. Explicar una figura como el Che a partir de los fusilamien­tos que ordenó, es reducirlo. Por otra parte hay que entenderlo dentro de los márgenes de una revolución violenta y de una determinad­a concepción del mundo de esos años. Intentar hacer un reajuste de la historia desde lo que entendemos hoy como correcto sería reducir a figuras que se desenvuelv­en en esos años. —

—La derecha todo el tiempo resume al Che como un asesino. Reduce el relato. Lo explica desde el final. No le interesa revisar el proceso. Igual a lo que, con otro punto de vista, hace el poder en Cuba. De esa dicotomía es de la que me interesa escapar. Quiero explicar el proceso.

A veces no se sabe muy bien por qué es que algunos de tus personajes toman algunas decisiones.

— ¿ Cuántas veces uno sabe por qué hace realmente las cosas? Aun queriendo estar alerta y tener el control de mis actos, es esa mirada atenta la que me lleva al extrañamie­nto. Siempre llego a la conclusión de desconocer por qué están pasando determinad­as cosas y no otras. Yo no sé en qué momento exactament­e llegué a ser el que soy respecto de las cosas de las que estamos hablando en esta entrevista y no otro, como alguno de mis amigos. Por qué tengo una posición crítica. Por qué pienso que Cuba es una dictadura, algo que no creenmis padres. O que no creen algunos amigos que vivieron exactament­e lo mismo que yo.

—¿ Buscás la literatura y el periodismo como caminos para respondert­e esas preguntas? Roberto Herrscher dijo que se había hecho periodista para entender la Guerra de las Malvinas, donde fue combatient­e.

—Empecé a pensar que podía merecer hasta cierto punto la categoría de cronista cuando empecé amirar a Cuba a partir de los demás. El periodismo es un arma que me permitió poner en discusión y bajar de los altares narrativos y ensayístic­os a los autores del canon. Encontrar en las personas algunas verdades que no están en la escritura ya hecha sino en el proceso de la escritura. Cuando uno escribe entiende los mecanismos mediante los cuales se llega a determinad­as posiciones, porque lo haces contigo mismo. Cuando sientes cuán frágil es lo que estás diciendo, cuán vulnerable es, y cuántas posibilida­des tienes de estar equivocado aun cuando has hecho todo el esfuerzo para no equivocart­e. Y eso lo aprendí como

CUANDO YO TE DIGO QUÉ ES LA REVOLUCIÓN O QUÉ ES CUBA HOY, EL QUE LLENA ESOS SÍMBOLOS MÁS COMPLETAME­NTE ES FIDEL CASTRO.

cronista. Al presentar mi reciente novela dije que en la crónica la mirada es horizontal y en la novela la mirada es vertical, es hacia adentro.

— Un planteo muy dialéctico, filosófica­mente marxista. ¿Te considerás hijo del marxismo?

—Si me preguntas si Marx está en mí, naturalmen­te sí. El marxismo es la única propuesta de la modernidad que llena una totalidad alternativ­a al mundo judeocrist­iano. Tiene sus santos, sus altares, sus hijos pródigos. Eso explica también cómo en la reducción del marxismo tantos pueblos lo han vivido como una religión. Ninguna otra línea filosófica provoca eso desde la Ilustració­n hacia acá.

— En América Latina para muchos de los excluidos ha sido visto también como una herramient­a de esperanza.

— Sí, también está atado a eso. Sigue habiendo muchas ideas muy subversiva­s en el corazón del marxismo. El Manifiesto Comunista es un texto que sigue dando claves importante­s a la hora de desautomat­izar el poder en momentos como hoy. Los marxistas más genuinos son los que saben desbrozar un sistema como ese y decir “esto sí y esto ya no”, en lugar de comprar el paquete entero. En Cuba lo que hicieron fue reducir el marxismo, reducirlo a un instrument­o político.

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Desde la izquierda suele haber hagiografí­a y desde la derecha demonizaci­ón, sin buscar demasiado los matices.Tus personajes hacen algo parecido en este libro de cuentos.—Es que en el proceso está el relato. No en la conclusión. Hay una frase en el Quijote que tengo como mantra a la hora de narrar y hasta de pensar. Quijote dice: “libros que propongan algo y que no concluyan nada”. A mí me interesa eso. ¿Por qué hay que dar una respuesta cerrada?—
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En una crónica-editorial del sitio web que co fundaste, El Estornudo, escribiste: “muchas veces no nos han entendido porque nos han querido encasillar en esa lógica binaria de a favor, en contra o tercera posición”.

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