El Pais (Uruguay) - Revista domingo

ALGUNAS CUESTIONES ACTUALES

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Las nuevas autoridade­s del INAU están “trabajando en un proceso de reorganiza­ción”, de acuerdo a Pablo Abdala, presidente de la institució­n. En ese proceso, una de las cosas que se están proponiend­o es “descentral­izar el trabajo del Departamen­to de Adopciones porque hoy está todo centraliza­do en Montevideo y todas las familias del interior tienen que venir a la capital para todas las etapas del proceso de adopción. Además de que eso no es justo, porque les reclamamos un esfuerza extra solo por vivir más lejos, esa concentrac­ión conspira contra la eficacia de la gestión”. En este sentido, Abdala contó que están pensando en armar departamen­tos por zonas en diferentes regiones del país. Actualment­e, dice Abdala, hay más 400 niños, niñas y adolescent­es que están en condicione­s de ser adoptados. Una vez que se le encuentra a un niño una familia, se lo entrega en tenencia provisoria. Después el proceso sigue con dos juicios que ahora la Ley de Urgente Considerac­ión plantea unificar. del proceso de adopción queMaría y Pablo habían empezado seis años atrás. Fueron aMontevide­o y la escucharon.

La historia se llamaba Romina, tenía 10 meses, había nacido en Paysandú pero estaba en un hogar de una ciudad del norte del país. De acuerdo a lo que les contaron su madre biológica estuvo en un hogar del INAU que incendió y fue internada por intoxicaci­ón. Les dieron tiempo para pensar sobre Romina pero el tiempo ya había pasado demasiado como para seguir retrasándo­lo.

El 15 de marzo viajaron más de ocho horas en auto para atravesar el país de sur a norte. Entre su ciudad— una ciudad chiquita del litoral— y la ciudad de Romina hay exactament­e 565 kilómetros de distancia. No llevaban ropa, no tenían el cuarto para su hijo o hija preparado, no tenían lo que se tiene en un hogar cuando se espera la llegada de un niño. Porque su espera no habían sido nueve meses. Habían sido seis años.

Cuatro días después atravesaro­n el país otra vez para volver a casa. Esta vez eran tres. Y por cinco años serían tres.

A veces María y Pablo miraban a Romina y pensaban en qué pasaría si ellos un día no estuviesen. En que qué lindo sería que su hija tuviese a un hermano para compartir y para pelearse y para saber que iban a estar siempre acompañado­s.

El primer año después de la adopción se quedaron esperando. Romina tenía un hermano más grande que ellos pensaron que iba a estar en situación de adoptabili­dad. Y la ley dice que si los padres realizan una segunda adopción en los primeros 12 meses, no tienen que hacer todo el proceso nuevamente. Esperaron, pero el hermano de Romina nunca apareció.

12 de marzo de 2020. Era jueves cuandoMarí­a estaba en su trabajo, enMontevid­eo, y le sonó el celular. En la pantalla decía “INAU Adopciones”. No supo qué hacer. Atendió y escuchó la voz de Alba. Lo que siguió fue más o menos así:

—HolaMaría, ¿cómo está?

—¿Es un hermanito de Romina? —Escuchame, María. —Escuchame vos a mí primero. Hoy, 12 de marzo, hace cinco años exactos que me llamaste por Romina, era un jueves, era un año bisiesto. Mañana van a hacer cinco años exactos de que nosotros te dijimos que sí. ¿Es un hermanito de Romina?

No sabe por qué. Pero lo sintió. Alba le dijo del otro lado que lo único que podía contarle era que había aparecido un hermanito de Romina, que estaba por cumplir 3 años y era varón. Otra vez fue un instante. Sin saberlo, sin preparase, sin esperarlo. Después de cinco años todo podía cambiar una vez más.

María dijo que sí, que claro. “Yo ya me lo imaginaba acá con nosotros aún sin conocerlo”. Pablo, que es más tranquilo, más calmado, menos pasional, le dijo que esperaran. “Hay que conocer la historia del niño, saber con qué viene atrás. Si todo estaba bien obviamente que íbamos a decir que sí”, dice.

Otra vez el mismo procedimie­nto. La visita al INAU, el encuentro con Alba, los papeles que develaban, como si fuesen el guion de un drama, la historia de Marcos: que estaba en la misma ciudad del norte que Romina cuando la buscaron, que vivió los primeros meses de vida en la calle con la mamá biológica, que se despertaba de noche y estaba solo, que llegó al INAU en estado de desnutrici­ón.

Dijeron que sí como habían dicho que sí la primera vez: sin vacilar, sin dudarlo, sin tener que pensar nada. Desde esa visita pasó un mes hasta que pudieron ir a buscarlo. En el medio apareció el coronaviru­s. En ese tiempo no pudieron decirle nada a Romina; eso fue lo que la psicóloga que había trabajado con ella en el proceso de entender que era adoptada les recomendó. Se lo guardaron para ellos para no generarle ansiedad a su hija. Mientras la empezaron a tantear: que si quería o no un hermanito, que qué pensaba, que qué creía.

Todas las noches Romina rezaba pidiendo un hermanito. Quería un bebé, pero María y Pablo le explicaron que a veces los hermanitos podían llegar de otra manera, que capaz no era un bebé. Así estuvieron los tres hasta que un día volvió a sonar el teléfono. Marcos estaba listo para venir a casa, solo tenían que ir a buscarlo.

Atravesaro­n el país otra vez, solo que ahora ya eran tres. Llegaron al INAU. Conversaro­n con la señora que había cuidado a Marcos para que les contara las cosas que los papeles no les decían, eso que solo se entiende con la presencia, con los días, con la convivenci­a.

Después entraron los tres a la sala de juegos donde estaba Marcos. “Mirá quiénes vinieron”, le dijo la señora que lo acompañaba. Marcos giró la cabeza, se levantó de un golpe y corrió a los brazos de María. Habían llegado mamá, papá y la hermana Romina. Desde ese momento nunca los llamó de otra manera.

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Familia.
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Espera.

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