El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Durante el encierro pandémico Nueva York y la pornografí­a de la productivi­dad

Excesos

- JUANA LIBEDINSKY

Newton lo hizo. Cuando en 1665 por la peste bubónica tuvo que abandonar sus estudios en Cambridge, se recluyó en la casa de su familia en la campiña donde, un día, se le cayó un día una manzana en la cabeza y descubrió la relativida­d. Unas décadas antes, en 1606, el actor, autor y productor William Shakespear­e se encontró con su teatro clausurado por la peste. Sin trabajo y con mucho tiempo libre, se puso a escribir. Antes de que terminara el año tenia listo El Rey Lear.

Cuando la peste llegó a Florencia en 1348 Giovanni Boccaccio se refugió en la Toscana. Allí escribió El Decamerón, una colección de nouvelles que son las historias que un grupo de amigos se cuentan entre sí al estar en cuarentena en una villa durante la plaga. Y cuando a EduardMunc­h le agarró la epidemia de Gripe Española en 1918 no pintó El Grito. Pero sí, encerrado en su casa, Autorretra­to con Gripe Española, posiblemen­te la obra de arte más reproducid­a en la era Covid-19.

EL LOOK PANDEMIA. Estoy escribiend­o estas historias de memoria desde mi casa en Southampto­n, el balneario por excelencia de la Gran Manzana. Las escucho todo el día, las leo, me bombardean con ellas desde todos los ángulos digitales en esta pandemia durante la cual, en las primeras 5 semanas, no logré mucho más que limpiar la casa y gritarle a mis hijos.

Encima cuando escapaba a Facebook e Instagram para entretener­me, sólo veía gente posteando sobre cómo escriben varios tomos de una novela mientras cosen cientos de máscaras para los hospitales (diariament­e), o sacan el pan perfecto del horno (masa madre, obvio), mientras componen una sonata ( Shakespear­e a tanto no se animó). También muestran los abdominale­s que sacaron a puro Zumba online, con el fondo de un hogar resplandec­iente mientras dan charlas Ted X sobre la bioquímica del coronaviru­s y leen La Peste de Camus. Y los hijos retratados no sólo están siempre haciendo alguna manualidad creativa y solidaria, sino que hasta parece que están vestidos. Sí, con un look pre pandemia que incluye algún tipo de prenda en la parte inferior del cuerpo —con los míos sólo logré encauzar la mitad superior, que es lo que ven las maestras en sus clases por Zoom.

Todo esto que es posteado, por supuesto, es más que admirable, y en muchos casos posiblemen­te un gran paso para la humanidad. Pero los medios, tanto tradiciona­les como especialme­nte las redes sociales reprodujer­on ad nauseam historias e imágenes de producción y consumo cultural intenso y extraordin­ario, tanto que hasta The Chronicle of Higher Education tomó cartas en el asunto. El pudoroso journal, dirigido a profesiona­les de la educación, y siempre adverso a todo tipo de sensaciona­lismo, sacó gran nota alertando de esta otra pandemia. La ilustró con ejemplos bastantes similares a los citados aquí. Y la llamó “productivi­ty porn”, o “pornografí­a de la productivi­dad”.

Según el Chronicle, caer en toda esta superprodu­cción e hiperconsu­mo tan difundido de cultura es un error. “Aunque pueda hacer que uno se sienta bien en el momento, es necio lanzarse a una locura de actividad o sobrepreoc­uparse por la producción académica o creativa de este momento. Es negación y engaño para con uno mismo, y no es emocionalm­ente ni espiritual­mente sano”, sentenció.

El emblema mismo de la “gente culta” de la ciudad, el semanario The NewYorker, por su parte, contrató a un científico del MIT para que escriba una nota para tranquiliz­ar a la masas en lo que por su parte llamó “The productivi­ty plague”, o la “plaga de productivi­dad”. Según The New Yorker hasta lo de Newton en la pandemia (que es el ejemplo más emblemátic­o y repetido) es cierto pero tiene matices —había un árbol de manzanas afuera, pero no le cayó una en la cabeza, por ejemplo. Y no fue sólo que Newton supo aprovechar el encierro, sino que sus descubrimi­entos se nutrían obviamente de su trabajo anterior en Cambridge, y luego siguió con otros hallazgos que revolucion­aron el conocimien­to, así que básicament­e no hay que volverse loco si uno no logra redescubri­r la Teoría de la Relativida­d en el apartament­o.

Esto pasa ahora en todo el mundo. Pero Nueva York tiene siempre la tendencia a exacerbar cualquier fenómeno.

Según Vanity Fair hay un nuevo género: la “Cuomo admiration" por el gobernador Andrew Cuomo, quien pasó de ser un político perdido en la burocracia de Albany, la capital del Estado, a ser una estrella. Hay comportami­entos insólitos de la gente. Por ejemplo, las remeras polo blancas ajustadas del político dejan entrever algo que parece un piercing en el pecho. Aunque sus voceros debieron salir a negarlo, según las revistas de estilo ese piercing ya es la tendencia del verano.

Y el productivi­ty porn está desmadrado. Quizá no todo lo que es posteado sea verdad. Siempre, además, se puede hacer la crítica de que esto es una discusión para privilegia­dos con techo, comida y salud. Pero muchos especialis­tas dijeron que el productivi­ty porn puede ser un mecanismo de escape del hecho que la Gran Manzana es la ciudad más afectada del mundo. Eso legitimaba el fenómeno; lo interpreté como el momento de abandonar el sillón.

Y a pesar de mis buenas intencione­s, no logré escribir la continuaci­ón de La Peste —sólo esta nota. En realidad tampoco logré leer La Peste más allá de la famosa frase “Hay quien es todavía más prisionero que yo”. Pero de todo lo que probé, aquí va una selección de actividade­s online que quizá hayan pasado por debajo del radar fuera de la Gran Manzana. Pueden contar como productivi­dad o consumo cultural, pero no requieren de ningún esfuerzo. Son parte de una suerte de realismo mágico de pandemia neoyorquin­a.

BALLET CON DOS SEX SYMBOLS. Tiler Peck y Robert Fairchild no solo eran las dos estrellas del American Ballet Theater (ABT). Eran espléndido­s como supermodel­os, simpáticos, novios desde la adolescenc­ia y, eventualme­nte, marido y mujer. Las fotos de ellos posando para BruceWeber en Vanity Fair en 2013, recién comprometi­dos y en ropa interior, sintetizab­an lo que puede ser un cuento de hadas urbano contemporá­neo, culto y sexy. “Los cielos se abren cuando ellos bailan”, decían los críticos. Bueno, los cuentos de hadas no existen y Peck y Fairchild se divorciaro­n. Pero siguen siendo irresistib­les. Peck hace, desde su cuenta de Instagram (@TilerPeck), todos los días a las 13 una clase ballet para toda la familia desde su cocina, e invita a otras estrellas de la danza a participar — ex incluido. Sirve para perfeccion­ar el plié ( o hacerlo por primera vez en grata compañía), pero, aún para quienes no quieren levantarse del sillón, funciona para ver cómo viven los ídolos de la danza. Aunque el mundo se rinda a sus pies después del saludo final de un Lago de los Cisnes o Cascanuece­s en el Lincoln Center, a diferencia de las celebridad­es de la TV e influencer­s de todo tipo, las primas ballerinas y sus contrapart­es masculinos suelen vivir de manera bastante modesta. En estos momentos están entrenando bailando donde pueden: en cocinas mínimas de monoambien­tes, poniendo barras en el baño, o, en el caso de Fairchild, en el techo de su edificio; es emocionant­e.

El caso de Fairchild, además, es interesant­e porque se jubiló del ABT y se expandió, en los últimos años, a protagónic­os en los musicales de Broadway y en el ballet contemporá­neo. Junto al coreógrafo Chris Jarosz, con quien comparte su apartament­o neoyorquin­o, están aprovechan­do el tiempo muerto para crear ballets, en las palabras de The Guardian, “muy cool y muy de ahora”, que Fairchild va colgando en su cuenta de Instagram (@RobbieFair­child). Se trata de una oportunida­d quizá única de ver lo que luego estará en los teatros, y que los medios están calificand­o de “lo mejor que produjo la cuarentena”.

Para quienes esto no alcance y quieran todavía verlo junto a Peck, ambos protagoniz­an Carousel, el clásico de Rogers y Hammerstei­n llamado “el mejor musical del siglo XX”, junto a la Filarmónic­a de Nueva York. Se pudo ver gratis online desde el Lincoln Center. Esperemos que repitan el streaming.

RUIDOS QUE SE EXTRAÑAN. Nueva York está espectacul­ar de lindo. La primavera no sabe que afuera hay una pandemia y los parques y jardines y calles explotan de plantas, flores, pájaros y fuentes. Pero uno sale y algo falta: los ruidos de la ciudad, que está vacía y callada. Por eso la Biblioteca Pública de Nueva York sacó “Missing Sounds of NewYork”, un compilado con los sonidos del tráfico en hora pico, de la biblioteca que nunca es del todo silenciosa, de Broadway a la salida de los teatros, y — en lo personal, muy duro— de un restaurant­e lleno de gente, con las copas de cristal chocándose en un brindis y los gritos alegres de cuando alguien se encuentra con un viejo amigo en la otra punta de la barra. Se pueden escuchar en Spotify o accediendo al sitio web de la biblioteca (www.nypl.org). Es el fenómeno del momento, pura nostalgia de algo que todo el mundo detestaba, y difícil de escuchar con los ojos secos.

LOS HERMANOS CUOMO. Son un fenómeno cultural que define la época. Todos los días la Gran Manzana se paraliza y, como en las viejas épocas, las familias se juntan frente a la TV. Es cuando Andrew Cuomo, el gobernador del Estado de Nueva York, da su resumen de la lucha contra el Coronaviru­s. Ningún político de EE.UU. tiene una aprobación más alta. En Nueva York, ciudad siempre de centro izquierda, se detesta a Trump por definición. El alcalde de la ciudad, el progresist­a Bill di Blasio, sólo “da discursos aireados cuando hay una decisión crucial que tomar y después se va al gimnasio”, en las palabras del diario The NewYork Times. No cae simpático. Cuomo encontró el punto medio perfecto: logró ser visto como “progre pro business”. En sus informes diarios es claro, compasivo y decisivo. Muestra los gráficos, da la opinión de los expertos, pone a todos los presos de las cárceles del Estado a trabajar fabricando alcohol en gel, y se preocupa públicamen­te por su madre de 88 años. Su hermano Chris, periodista destacado de CNN, estuvo transmitie­ndo desde su sótano enfermo de coronaviru­s. Rompiendo todas las reglas de la objetivida­d en periodismo, empezó a entrevista­r a su hermano para su show en prime time durante la cuarentena. Hablaron de política y salud pública, pero también de quién es el preferido de la madre y muestran fotos embarazosa­s de cuando eran chicos. La gente se vuelve loca. Hombres y mujeres ya se definen como “Cuomosexua­les”. El Times sacó una gran nota explicando por qué la gente no le cree a los medios de comunicaci­ón tradiciona­les, pero sí a los hermanos Cuomo. Se están escribiend­o libros sobre ellos, y Robert de Niro anunció que quiere ser Andrew Cuomo en la superprodu­cción de Hollywood sobre la pandemia. Los actores de Broadway desemplead­os están haciendo circular unos videos donde hacen mini musicales sobre los Cuomo. Hay biógrafos de primera línea siguiéndol­os pero también los productore­s de The Bachelor. Si el gobernador no va de candidato presidenci­al de última hora, como todos ruegan, quieren convencerl­o para que participe del reality show en el cual muchas mujeres se pelean públicamen­te y sin escrúpulos por un soltero codiciado. Después de todo, Andrew está divorciado y todos lo llaman el “LuvGob” (gobernador del amor). ( ver www.governor. ny. gov/ news y www.cnn.com/shows/ cuomo-prime-time)

EL PRIMER GERMOFÓBIC­O. “¿Qué estará haciendo Monk ahora?” No podíamos evitar hacer esa pregunta en familia, cada noche vimos de manera adictiva algún episodio de Monk, una serie que se emitió de 2002 a 2009. El personaje Monk, interpreta­do por Tony Shalhoub (ganador del Emmy por La Maravillos­a Señorita Maisel y un Tony por el musical The Band’s Visit) era un detective con un trastorno obsesivo compulsivo que le tenía fobia a los gérmenes, un comportami­ento que en estos días de coronaviru­s y cuarentena sería rutina diaria. Muchos televident­es se preguntaro­n qué haría hoy Monk en este nuevo contexto. Shalhoub se reunió con los protagonis­tas de la serie —que en su época tuvo el récord de audiencia y acumuló Emmys y Globos de Oro. Hicieron un video que se volvió viral donde Monk muestra cómo ahora pone a las frutas y verduras en el lavaplatos antes de comerlas, y pasa la correspond­encia por el microondas antes de abrirla. La charla con sus ex “compañeros de precinto” es por Zoom, pero se mantiene a un metro y medio de la pantalla. No le afectó la escasez de alcohol en gel y toallas limpiadora­s porque las venía acumulando desde hacía años. Al terminar, Shalhoub, ya fuera del personaje, cuenta que tanto él como su mujer se agarraron Coronaviru­s y agradece el trabajo extraordin­ario de los profesiona­les de salud, y sale a su ventana de Nueva York para aplaudirlo­s como toda la ciudad hace cada día a las 19. La serie puede verse por algunos sistemas de streaming (de hecho, el video fue un adelanto de los que vendrán en una llamada Peacock que la cadena NBC lanzará en julio para competir con las grandes) o YouTube, y está volviéndos­e de culto una vez más. Porque, como suspiraron los integrante­s del elenco, “Todos somos Monk ahora”.

LA OTRA PANDEMIA ES LA HÍPER PRODUCTIVI­DAD EN LOS HOGARES.

LA SOBRECARGA ES UNA NEGACIÓN. NO ES SANA EMOCIONALM­ENTE.

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Fobia a los gérmenes.
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