El Pais (Uruguay) - Revista domingo

“Con el teatro exorcizás las penas”

- ROSALÍA SOUZA

que juega sobre la música de El Club de Tobi. Lo que sucede después de los aplausos es, simplement­e, emoción.

Así fue la primera vez que salieron con El teatro en tu ventana y se repite en cada función. “Los artistas somos biológicam­ente optimistas, sino no haríamos estas cosas, pero sentíamos que si miraban por la ventana y veían que había algo bonito, ese día, por ese rato, se habría roto la monotonía”.

Desde hace 20 añosMartín ha estado al frente de lo que fue Bosquimano­s Koryak, Pampinak y que ahora lleva el apellido de su abuelo materno, Kompañía Romanelli.

Elegir su apellido le costó, le daba vergüenza y no quería que se perdiera la esencia del grupo. Pero tenía que dejar de cambiarle de nombre a la compañía y el apellido de su abuelo materno tenía ese tono circense. Y estaba el asunto de su identidad.

Los padres de Martín se separaron cuando era un niño y no vio más a su madre, pero la familia materna siempre estuvo presente. “Y mi abuelo era un tipo de muchas aventuras (trabajaba para la UTE, pero había sido boxeador, aviador, escribía, pintaba) y cada vez que lo veía me reconocía a mí, algo que no me pasaba con la familia de mi padre”. En su abuelo Martín entendía de dónde venía su propia nariz, sus ojos, su forma de ser.

LAS AVENTURAS. Sobre una cartelera colgada a una pared desteñida del taller donde trabajan en los muñecos, hay un mapa repleto de alfileres. Cada alfiler pincha un punto en el que han estado con sus espectácul­os: Asia, Europa, América Latina. La lengua nunca es un problema, porque si de algo saben los muñecos de Martín es de lenguajes diversos y de poco diálogo. “En los 2000 yo estaba peleado con la palabra y los muñecos me devolviero­n el silencio”.

La excepción fue Kolia, un espectácul­o que montaron en 2015 para el Teatro Solís, ahí había diálogo y se los podía ver. Querían plantearse el desafío, ver cómo se sentían, si podían. Pudieron, volvieron al silencio y la penumbra.

El verano, para quienes hacen teatro independie­nte en Uruguay, suele ser una etapa de quietud escénica, de preparar lo que se viene. Martín y su hermano estaban trabajando en los detalles para los espectácul­os que se venían: visitas a Argentina, Paraguay, Chile y España, julio en una sala montevidea­na y septiembre en parques y plazas. Pero entonces se confirmaro­n los primeros casos de coronaviru­s en Uruguay.

Pasó un mes del encierro y Martín no dejaba de pensar en sus padres, encerrados lejos y solos en una zona rural; su cabeza iba a la pareja que vive en frente, en un monoambien­te, con un niño pequeño, o a las señoras mayores que están día y noche en el hogar de la parroquia vecina, mirando la vida pasar por la ventana.

“Entonces le mandé un mensaje de WhatsApp al equipo: ‘ ¿ Estoy loco si les propongo pararnos en frente a edificios para hacer una cosa de 10 minutos, que a la gente no le dé tiempo ni de bajar a la ve

“SACALE LOS ARTISTAS A URUGUAY Y NO VA A SER EL MISMO”

reda, pero quebrarles un poco el encierro?’”. Ahora el próximo paso es ir a los patios de las cooperativ­as de viviendas.

El teatro de calle no es algo nuevo en la historia de Martín. “Cuando éramos liceales estuvimos en la ocupación de otro liceo. Entramos con una bici, un tubo de luz negra y unos muñecos que hacían equilibrio en una cuerda. Después, en la Plaza Cagancha o en el callejón de la Universida­d. Veranos en Punta del Diablo. Pasábamos la gorra, pero no nos daba para mucho. Uruguay no tiene esa cosa instaurada del teatro de calle, entonces es difícil hacerlo sin apoyo. En muchos otros países es importante, hay ciudades que hacen de los estrenos de estas compañías una oportunida­d para el turismo, porque viaja muchísima gente que llena hoteles, pizzerías, restaurant­es”.

—¿A vos qué te significó todo esto?

—Yo soy muy consciente de cuáles son las prioridade­s: la salud, la alimentaci­ón, un techo. Pero creo que cuando largaron la frase de "somos los primeros en apagarnos y los últimos en prender", acatamos demasiado inmediatam­ente, no he escuchado argumentos sólidos. Haciendo teatro o música exorcizamo­s las penas nuestras y ajenas. Y no, no podemos traerlos a nuestra casa que es la sala, pero capaz hay que tratar de ir a los que no van nunca, que nos conozcan. Quizá luego cosechemos en los teatros. Los artistas además son patrimonio, hay cosas que no son solo una cuestión de dinero. Sacale a este país sus artistas y no es el mismo. Somos parte del sistema educativo del país, porque se hacen miles de funciones extracurri­culares para escuelas. Los que hacemos teatro familiar somos los que generamos en estos niños el deseo de ver arte y si lo que ven es de calidad son futuras audiencias críticas. Y los artistas somos catalizado­res de un montón de cosas y un síntoma saludable en una sociedad que puede ir a un teatro, a un concierto y se ve a sí misma.

EL PODER DE SER INVISIBLE. La invisibili­dad es ese poder queMartín construye, en el día a día, desde una casona colonial en una vereda montevidea­na. Las mismas ventanas y puertas que un día estuvieron tapiadas y vacías, hoy se convirtier­on en la génesis de sus muñecos que, con la ayuda de luz negra, desaparece­n a cualquiera que esté detrás. Y por los pisos viejos se escuchan los saltos de Simón, el hijo de Martín, que juega por toda la casa con un trompo luminoso, o duerme Biliti, la muñeca con historia, cuando no hay función.

“Mi adolescenc­ia, en Canelones, fue un poco conflictiv­a. Estaba medio perdido. Me gustaba mucho escribir de niño. Y cuando descubrí las generacion­es del 900 y 45 entré en esa cosa de que por momentos me sentía Quiroga y en vez de ir al liceo me iba a un bar a escribir, así perdí el año. En el liceo conocí a dos más como yo y armamos un club de poetas, imprimíamo­s unos libros de poesía que vendíamos a nuestros compañeros”. A la luz negra la descubrió en un baile del club de su ciudad. Aquel día, en vez de bailar con sus amigos, se dedicó a jugar con una bufanda blanca que brillaba.

Los muñecos fueron la carcaza perfecta para desaparece­r y mostrar lo que escribía. De a poco dejó de escribir, pero los muñecos pasaron a ser su propio lenguaje y su vida misma. Hoy, veintitant­os años después, ya cobraron el sentido propio, vida, energía, personalid­ad.

Lo que hacen Martín y sus colegas es magia que, como por estos días no puede ocurrir en un teatro, viaja con una alfombra y una cortina negras a las veredas. Y sorprende. Martín se asombra y llora con los aplausos; los demás, los que miran, se maravillan al percibir que desde la ventana puede aparecer algo bonito.

 ??  ?? MARTÍN ROMANELLI
MARTÍN ROMANELLI
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Uruguay