El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Horacio Ferrer, el porteño de dos orillas

Reedición del Romancero canyengue

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años recorría caminos similares el poeta y novelista Enrique Estrázulas (1942– 2016) que sobre todo a partir de Fueye, de 1968, trazó sutiles líneas de contacto con la poética ferreriana. Por ese camino de mezclar la tradición tanguera con otras influencia­s, escriben hasta hoy día Ignacio Suárez (n. 1944) y Miguel Ángel Olivera (n. 1943).

El poeta de aquel libro no alcanzaba todavía la desaforada y genial mezcolanza de letras que consagró en la “Balada para un loco” o “La bicicleta blanca”, pero en poemas como “De cuando Dios tocaba el bandoneón”, dedicado a Aníbal Troilo, ya la insinuaba. Piazzolla halló al letrista necesario para su música. Luego llegó la fama, merecida, que le valió a su tiempo ser candidato al premio Nobel.

EL ARRABAL AL “VERRE”. El “vesre” o “verre” es una de las más fértiles y complejas caracterís­ticas del lunfardo. Tiene una mecánica de lo más caprichosa. No siempre se conservan todas las sílabas ni las letras de la palabra inicial (“batidor” se hace “ortiba”) ni el orden de las sílabas se invierte, de modo que en una repetición rápida se descubra la palabra “al derecho”. Así, por ejemplo, calzoncill­o se vuelve “zoncillonc­a”. Es una jerga rica en expresione­s figuradas: al corazón, igual que al reloj, se les llama “bobo”, porque trabajan día y noche. Gran parte de los términos lunfardos son metáforas. El arrabal que dibuja Ferrer en sus textos, cosa del pasado, es una ficción poética de lo más eficaz a la hora de mostrar la esencia humana, que es, hasta cierto punto, intemporal. Del mismo modo, el lunfardo ferreriano —y especialme­nte su uso del verre— no son para nada serviles ni se reducen a copiar usos tangueros prestigiad­os por el gusto popular. Ferrer construye palabras de complejo verre doble, como “tocifeca”, es decir, cafecito: la palabra se parte a la mitad, se invierte el orden de las mitades y por último se invierten las sílabas de cada parte. Es dudoso que algún reo haya en verdad pedido un tocifeca, pero en los versos de Ferrer, suena como cierto.

COMPASIÓN. El lector habitual de poesía encontrará mucho valioso en este libro —y el poeta lector de otros poetas también. Hay audacia en el manejo del vocabulari­o, invención de palabras, imágenes inesperada­s y brillantes, una mezcla perfecta entre lo reo y lo erudito, la nostalgia de un tiempo y un arrabal idos, mas no olvidados. Para el lector común, lo más conmovedor resulta la compasión profunda del poeta por la desgracia y la soledad propias y ajenas, sobre todo si las padece una mujer, compasión que se expresa en términos cristianos, aunque el Dios de los versos de Ferrer no pueda hacer por sus criaturas otra cosa que compadecer­se. La “yira” de estos versos oficia misas carnales, en las que es a la vez sacerdotis­a, víctima sacrificia­l y hostia, que si no logra dar la salvación, acerca por lo menos un instante de consuelo y olvido. Si se pasa por alto la blasfemia —que lo es— queda latiendo una honda pena humana, que deja al lector creyente rezando para que Dios se apiade de los humanos, por este mundo infernal que nos hemos hecho.

DECIDOR. Ferrer introduce en el ritmo de varios de sus textos algunos tropezones, que les dan un aire un tanto descangall­ado, y que subraya el tono melancólic­o de sus poemas. La prueba de que no son metidas de pata la da el CD que acompaña a este volumen, reedición del disco de 1967. En su recitación, acompañada por la guitarra magistral de Agustín Carlevaro, no hay saltos, apuros ni sílabas faltantes. El poeta —influido por su madre, gran declamador­a— pensó su poesía para que fuese dicha y escuchada. De eso a las letras de canción media un corto trecho, que supo escuchar Astor Piazzolla.

En suma, un libro y un disco necesarios, que en esta reedición ganan muchísimo con el trabajo, como diseñador e ilustrador, de “Maca” (Gustavo Wojciechow­ski) que combina la reproducci­ón facsimilar de la primera edición con una nueva cubierta e ilustracio­nes para los poemas. Valen mucho también el postfacio a cargo de José Arenas, de lo más acertado y orientador al valorar a Ferrer y su obra, tanto poética como de investigac­ión, y la exhaustiva cronología de la vida del poeta. Lástima, no obstante, que en estas dos secciones haya no pocas erratas, alguna de ellas gruesa.

ROMANCERO CANYENGUE, de Horacio Ferrer. Yaugurú/Perro Andaluz Records, Montevideo, 2022. 94 págs. (+ un CD y postales)

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