El Pais (Uruguay) - Revista domingo
Con un perfume de tango y arrabal
Del fondo de las cosas y envuelta en
/una estola de frío, con el gesto de quien se ha
/muerto mucho, vendrá la última grela, fatal, canyengue
/y sola, taqueando entre la pampa tiniebla de
/los puchos.
Con vino y pan del tango tristísimo que
/Arolas callara junto al barro cansado de su
/frente, le harán su misa rea los fueyes y las
/violas, zapando a la sordina, tan
/misteriosamente.
Despedirán su hastío, su tos, su melo
/drama, las pálidas rubionas de un cuento de
/Tuñón, y atrás de los portales sin sueño, las
/madamas de trágicas melenas dirán su
/extremaunción.
Y un sordo carraspeo de esplín y de
/macanas, tangueándole en el alma le quemará la voz, y muda y de rodillas se venderá sin ganas, sin vida, y por dos pesos, a la bondad
/de Dios.
Traerá el olvido puesto; y allá en los
/trascartones del alba el mal, de luto, con cuatro
/besos pardos, le hará una cruz de risas y un coro de
/ladrones muy viejos sus extrañas novelas en
/lunfardo.
Qué sola irá la grela, tan última y tan
/rara, sus grandes ojos tristes trampeados por
/la suerte, serán sobre el tapete raído de su cara, los dos fúnebres ases cargados de la
/muerte
Raspaba la espectral bandoneonía su misticordia canyengue con un vano rumor catedralero en la baldía atmósfera colgada del verano.
Sentado en aquel bar con mi fulano silencio, me esperé. Y en la sentina ausencia de mis ojos, al desgano, puso su mugre serena la cortina.
Siguió la tarde fraseando sus propinas. Los años se gastaron. Tangamente, la vida hizo su solo de rutina.
Y, al fondo a la derecha de la gente, mi taza de café era una letrina donde flotaba yo, grotescamente.
Clava, de diestra, la zapata en seco que grazna, al rojo, proleteando el fleco contra la yanta, Y deteniendo el carro bajo el baruyo de un arnés de lata, olfa, chispeando, el mancarrón la grata y estercolera hogareñez del barro.
Moña, él, la rienda en el pescante. Al
/vuelo pone la gamba alpargatada en suelo. Y, mientras juna hacia el cotorro, siente que, de meneo, a su babor de trompa se le pichicha un cuzquetín al lompa con un ladrifo bataraz. Sonriente,
todo el jotraba, fatigado, anocha sobre sus hombros. Y con voz morocha ella le mima un amarguito a trote; y en tanto arrima a su camisa el pecho pródigo, él bebe del olor a lecho que sube a prometer desde el escote.
(tomado de Romancero canyengue)