El Pais (Uruguay) - Revista domingo

“Mi hijo supo mi nombre al cumplir 15 años”

- ANDRÉS LÓPEZ REILLY

Desde 1973 hasta 2013 nadie supo qué fue de la vida de Héctor Amodio Pérez, tildado de “traidor” y sentenciad­o a muerte por el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLNT). Algunos decían que había fallecido, otros que lo habían visto en tal o cual lugar; pero la realidad era que estaba viviendo en España escondido bajo el nombre de Walter Salvador Correa Barboza. Hacia allí escapó junto a su novia y extupamara Alicia Rey Morales —quien estaba embarazada entonces y sigue viviendo bajo una identidad falsa—, con quien formó una familia. ¿Cómo fue su vida en esas cuatro décadas? ¿Cómo vive ahora en Uruguay luego que la Justicia consideró que fue injustamen­te condenado y ordenó indemnizar­lo económicam­ente? Estos son los focos de esta entrevista con el exguerrill­ero, quien recién se atrevió a decirle al hijo que criaba cuál era su verdadero nombre cuando cumplió 15 años. Y quien le reveló a su segunda pareja que él era “otra persona” a los siete años de relación. Amodio Pérez perdió su vida en España y a un hijo, mientras estaba sujeto al proceso judicial que se inició en su contra en 2015.

—Cuando se fue de Uruguay a España con Alicia Rey, ¿tenía algo o alguien allá que le ayudara a iniciar su nueva vida?

—Lo único que tenía era un contacto con un tío que era punguista e integraba una

“NO PODÍA EXPONERME A QUE LA ETA ME PEGARA 4 TIROS”.

banda internacio­nal que comerciaba con cheques de viajero robados. Me propuso colaborar con ellos en el tema de la documentac­ión. Cuando nos encontramo­s empezamos a hacer algunas pruebas, pero coincidió con que conseguí trabajo. Y Alicia me convenció de que era un disparate que hiciera eso con mi tío después de lo que habíamos pasado en Uruguay.

Amodio Pérez tenía experienci­a en artes gráficas, luego de haber prestado servicios para el diario BP Color y la empresa Cromograf S.A., en el taller de fotograbad­o y fotomecáni­ca que estaba donde hoy se encuentra la Dirección Nacional de Cultura en la calle San José. “Empecé a trabajar ahí con 14 años, en el taller Gráfico Sur que Cromograf había montado en Uruguayana y Flangini. Estaba armado a todo lujo y ocupaba media manzana. Era de Juan Duarte, el hermano de Evita. Y perdía dinero porque el administra­dor, un señor de apellido francés, presupuest­aba a la baja para ganarse los contratos y llevarse una comisión”, recuerda.

Su tío usaba un sistema bastante precario para falsificar documentos en España, por lo que los conocimien­tos de Amodio le venían como anillo al dedo. “Yo les iba a hacer pasaportes nuevos para ellos, porque lo que hacían era robar la documentac­ión junto con los cheques. Borraban la firma con hipoclorit­o (las hojas de los pasaportes no estaban plastifica­das como ahora) y pasaban goma de pegar con un pincel en esa zona. Una vez que la goma se secaba, le ponían una nueva firma. Y cuando precisaban una firma diferente, lavaban la goma y el pasaporte quedaba listo para volver a ser firmado. Pero a la tercera o cuarta borrada, el documento se rompía. Por eso yo les iba a hacer pasaportes nuevos”, señala.

“No teníamos medios de vida, fuimos con cerca de 30.000 pesetas, que fue lo que me quedó una vez que pagué los pasajes y equivalía a unos dos meses de salario”, agrega el extupamaro.

EL INICIO DE UNA NUEVA VIDA. Al poco tiempo rompió la relación con su tío, quien se enojó con él por haberse retirado del “negocio”. Vivía con Alicia Rey en la calle Virgen de Nuria, en el barrio La Concepción, cerca de la Plaza de Toros. Alquilaban un apartament­o grande que pertenecía a un médico, quien había dividido la propiedad en dos unidades. Ahí nació el hijo de Alicia en 1974. Amodio Pérez evita mencionar su nombre y mantiene oculto el que utiliza todavía hoy su excompañer­a, con quien mantuvo una relación de 24 años (se separó en 1990). “Ellos me han pedido no hacerlo. Alicia bajó la cortina y no quiere saber de nada con mis historias, ni con mi reivindica­ción. Eso derivó, a la postre, en nuestra separación. Hoy no tenemos diálogo, ella no lo ha querido. Se enojó conmigo cuando mandé las cartas

Se asustó, pensó que le iba a complicar la vida, cosa que no pasó. Con el hijo sí tengo relación”, dice.

Mientras trabajaba en la imprenta, ninguno de sus compañeros, vecinos o nuevos amigos sabía cuál era su verdadero nombre. “Tardé ocho años en nacionaliz­arme y tuve serias dificultad­es para conseguir los permisos de trabajo. Mi hijo recién supo cómo nos llamábamos Alicia y yo cuando cumplió 15 años. Durante 40 años nadie supo mi verdadero nombre”.

EL CONTACTO CON EL “PAISITO”. Antes que existiera Internet, Amodio seguía de cerca las noticias de Uruguay a través de sus familiares. “Mi madre me contaba en las cartas cómo estaba el panorama, lo que se decía y lo que no se decía. Pero fundamenta­lmente me empiezo a enterar de muchas cosas a partir de la dictadura, cuando comienzan a salir los libros. En ese momento decido que tengo que dar vuelta esa historia, porque lo que se estaba diciendo era falso. Y no pude hacerlo por estar clandestin­o, no podía decir que era Amodio Pérez, estaba condenado a muerte. En aquel entonces la ETA era una organizaci­ón fuerte en España y tenía vínculos con el MLN. No podía arriesgarm­e a que un comando me ubicara y me pegara cuatro tiros. Traté que mis familiares escribiera­n mi historia en su nombre, pero ninguno quiso”, recuerda.

Amodio nunca sintió que estuvieran cerca de dar con su paradero. “No voy a decir que vivía obsesionad­o con la seguridad, pero siempre mantuve cierto grado de alerta. La clandestin­idad te enseña a estar pendiente de todo lo que te rodea”, destaca.

Tras separarse de Alicia Rey, tuvo una relación de más de 20 años con Celia del Bosque Cortés, concejala de Izquierda Unida por el municipio madrileño de Cobeña, donde también vivió. Ella recién se enteró a los siete años de relación que su pareja no era quien decía ser. Y tras aceptar su nueva realidad, viajó con él a conocer Uruguay. Walter Correa entró al país con pelo largo, barba y lentes. Entre otras cosas, recorriero­n el shopping de Punta Carretas (la excárcel en la que estuvo preso y de la que fugó por un túnel junto a sus excompañer­os).

VIVIR DE UN MODO “NORMAL”. Durante sus años en España practicó ciclismo —en algunos momentos quiso hacerlo profesiona­lmente—, salía a correr, a caminar, iba al cine. Su hijo era hincha del Barcelona y lo llevaba al basquetbol y al fútbol. “Hacía vida de familia absolutame­nte normal. Teníamos un autito y los domingos nos íbamos a comer costillita­s de cordero a las brasas”, recuerda.

De su vida en España destaca que lo que más hizo fue trabajar, incluso obsesivame­nte: “Lo hacía durante las vacaciones, con lo cual me pagaban las licencias por un lado y los jornales por otro. Esos meses cobraba el doble”. Esto le permitió ahorrar para comprarse un “piso”, que luego malvendió. Y volvió a alquilar. También formó parte de una cooperativ­a de padres de alumnos de un colegio al cual enviaba a su hijo.

Pero tras la caída de la dictadura, la historia de los tupamaros (su historia) se transformó en una obsesión: “Los primeros cuatro o cinco años intenté desligarme, pero me fue imposible porque la familia me decía de las dificultad­es que tenía, que a mi hermana la habían echado de un Comité de Base por ser quien era, que a mi sobrina le quitaron la posibilida­d de ser abanderada en la escuela por el apellido… A mis hermanos cuando iban a hacer una gestión en un organismo los llamaban por los altoparlan­tes con mi nombre. Todas esas cosas me fueron colmando de bronca, que fui juntando durante mucho tiempo”.

Amodio terminó enfrentado con su familia uruguaya porque “ninguno quiso echarle una mano”. Y se distanciar­on durante años. Sus hermanos solamente le comunicaro­n el fallecimie­nto del padre. “Cuando murió mi madre ni siquiera me llamaron, lo hizo un milico”, dice molesto.

¿Qué hace hoy Amodio Pérez en Uruguay? Pues la vida de un jubilado de casi 85 años: “Voy al supermerca­do, me gusta la música, el cine, el teatro, el fútbol, viajar, me reúno con amigos…”

—¿Y cuando va por la calle cómo lo trata la gente?

—Estoy asombrado porque me paran, me felicitan y me dan siempre para adelante. Me dicen que he dado vuelta la historia. Y es posible que lo haya hecho, pero todavía falta mucha cosa por conocerse.

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