El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Los que lloran no son débiles

- WASHINGTON ABDALA

Hay que poder llorar. Llorar dentro de uno y hacia afuera. Llorar sin miedo. Simplement­e llorar. Sin vergüenza. Sin cringe. Para recobrar algo de equilibrio. No se puede vivir con el llanto atragantad­o. Y tampoco se puede vivir sin llorar. He conocido gente que no podía llorar por vivir ensimismad­os en alto dolor. ¿Se comprende semejante atrocidad? Ya ni ganas de llorar tenía esa gente. Eso sí que era dolor ultrajante, vejatorio y ominoso. Habían perdido toda esperanza y ni el llanto les salía para aliviar sus penas. Porque el llanto, de alguna forma, no es que borre la pena pero la aligera y le quita presión. La pena sigue aguda pero la descomprim­e.

Los que lloramos tenemos fe en que algo habrá de acontecer. No es que lo sepamos. No sabemos bien qué pasará, pero lloramos porque el dolor por momentos nos oxigena la mente. Tampoco se trata de llorar a toda hora y por todo. Si pasa eso, algo acaece con nosotros que no anda bien. Y no se requiere de una fe religiosa, es solo fe en que el llanto libere amarras. Por eso lloramos. Es que no se puede contener el llanto. Ni se debe.

Es claro que lloramos por algo que nos pasó en el pasado inmediato o lejano, y el presente lo vemos oscuro. No lloramos por el pasado, lloramos por tener que vivir el presente con eso dolor del pasado. Siempre el pasado atormenta al presente. Nunca lloramos por el futuro. Sería no creer en nosotros mismos.

Se puede llorar por otros. Se debe, en realidad, pero lo mejor es hacer cosas por otros sin que nadie lo sepa. Y si se quiere llorar, está bien, vale. Antes no. Es medio cínico eso de llorar, sentir la penita, y creer que uno es buena gente porque derramó tres lágrimas locas y se acongojó. No es moral eso. El sensible es el que actúa, el que hace y el que cambia destinos. El que solo llora pudiendo hacer no suma nada.

El llanto posee algo violento y a la vez es tan normal. Los animales, casi todos, por lo que sé, lloran o hacen algo parecido ante el dolor. No somos tan distintos. Sin embargo, lo injusto nos hace llorar y ese llanto es solo humano. La injusticia la vemos nosotros solos, porque la idea de justicia la construimo­s pensando. Y lloramos por la injusticia. Somos

“No tenga vergüenza el lector de llorar”

sapiens que construimo­s eso. ¿No es maravillos­o?

Hay gente que cree que los que lloran son los débiles. Creo en lo contrario. Emocionars­e es de gente sincera, noble, verdadera y que no teme abrir su mente, o su alma, ante los demás. Requiere coraje caerse a pedazos delante de otros. Mucho coraje.

La vida, a veces, juega momentos en que no se puede detener la emoción. Eso pasa mucho con los hijos, los padres que lean esto lo entenderán inmediatam­ente y los abuelos más. (Y hasta el aria de Madame Butterfly de Puccini, si me agarra quebrado me destruye).

Cuando el hombre actúa como el lobo del hombre —y en esta época de guerra es horrible constatar esto— si no estoy muy oxigenado, no hay como no llorar ante tanta ignominia, vejación y locura. Los grandes sabemos que hay daños que no se arreglarán jamás, es como una buena reparación de un jarrón de porcelana, se podrá recuperar, quedará impecable, pero los que conocemos la cosa tenemos claro que el jarrón se quebró. Por eso la violencia es tan aberrante, siempre deja marcas. Siempre.

En una época de mi vida apliqué en demasía la frase “nadie tiene el monopolio de la sensibilid­ad”. En realidad, todos somos propietari­os de sensibilid­ades varias y tenemos derecho a sentirnos mal por lo que considerem­os un atropello. Me ha pasado también, que asuntos que antes me hacían llorar, ahora ya ni los integro a mi mente. No sé cómo lloré tanto por asuntillos tan menores, pero es que cuando se está viviendo nunca se tiene muy claro dónde se detona el alma. Llorar, entonces, no está mal. Dejarse llevar por los sentimient­os es un acto puro, noble, no daña a nadie y alivia la opresión. No tenga vergüenza de llorar por lo que se le cante. Está en su derecho. Buen domingo.

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