El Pais (Uruguay) - Revista domingo

PILAR SORDO “Siempre estuve al servicio de otros”

- MARIEL VARELA

La reunión virtual estaba fijada para las 16:00 horas. Quien escribe se conectó puntual a la plataforma Zoom y Pilar Sordo (57) tardó 15 minutos en aparecer. Lo hizo con una sonrisa pintada en el rostro que sostuvo a lo largo de los 40 minutos que duró la charla, incluso mientras repasaba temas dolorosos de su vida. “Me quedé dormida”, se excusó la psicóloga, escritora y conferenci­sta recostada en un cómodo sillón de su hogar chileno. Es que después de haber sufrido síndrome de burnout

(desgaste profesiona­l) y una alteración hormonal que, en 2021, le provocaron una falla cardíaca con la que aún convive, se permite este tipo de mimos.

Todo se desencaden­ó a partir de un reconocimi­ento que la Fundación de la Felicidad, que depende de Naciones Unidas, le entregó el año pasado por ser una de las latinas que mejor abordó el tema emocional en pandemia. Se le otorgó a instancias de acompañami­entos que realiza a personas en procesos de muerte. Pilar lo hacía de forma gratuita y sin ánimo de sacarlo a relucir: “Nunca lo había contado porque era algo sagrado. (El premio) provocó una avalancha de peticiones de acompañami­ento y pasé a sostener 800 personas al mes, aparte de todas mis actividade­s. Por lo tanto, me enfermé gravemente”, relata a Revista Domingo.

Esta mujer que vivía trepada a los aviones y dormía tres horas por noche no tuvo otra opción que bajar 15 cambios. Los médicos le prohibiero­n atender pacientes y estuvo dos meses sin hacerlo. En ese proceso de sanación creó diez habilidade­s que aplica a diario para curarse e integran un capítulo del libro que lanzará en octubre, y del que, además, fue su propio conejillo de indias. Los uruguayos nos daremos el lujo de escuchar esas enseñanzas por anticipado en la charla Cómo ser feliz en tiempos difíciles que dará el 23 y 24 de junio en el Teatro El Galpón.

“HACE DIEZ AÑOS QUE APRENDÍ A PEDIR AYUDA”

REVERTIR MIEDOS. La generosida­d, empatía, bondad y nobleza están presentes en Pilar desde que tiene uso de razón. Con apenas 7 años caminaba por su Temuco natal hasta un residencia­l para cuidar de los ancianos que vivían allí. “Les llevaba la plata que juntaba vendiendo dulces”, recuerda. La mujer que ahora saca de la galera la respuesta justa y tiene la receta para cada problema no era capaz de cruzar la avenida principal de Viña del Mar en la adolescenc­ia sin que la invadieran unos nervios terribles y repetía a viva voz que no tenía novio porque no se sentía preparada. Mentira. Hoy sabe que esa explicació­n era filosofía barata: “Estaba muerta de miedo y tenía cero habilidad social para transitar con una pareja”, confiesa.

El gran talento de Pilar, sin embargo, fue haber usado la insegurida­d que experiment­ó en la niñez y el dolor que sufrió por vivir en un hogar muy estricto y conservado­r para cultivar un mundo interno súper rico. Así forjó excelentes vínculos afectivos y aprendió a escuchar siendo la confidente de sus amigos y amigas.

“Toda la vida he estado al servicio de los otros”, asegura. Eran tantas sus ganas de ayudar al prójimo que barajó seriamente la posibilida­d de ser monja. La motivaba el haberse apoyado mucho en las hermanas del colegio católico al que asistió: “Eran de mucha contención por la ausencia de mis padres que eran comerciant­es y trabajaban 25 horas al día”, relata. Descartó la idea de tomar los hábitos gracias otra monja: ‘Tienes 17 años, no has vivido nada, no puedes elegir esto. Puedes desarrolla­r tu nobleza y generosida­d en otras áreas de la vida que no sea esto tan estricto”, le dijo. No le erró. Pilar le hizo caso, se apuntó en psicología y hoy la frenan por la calle para darle las gracias: por sus libros, sus videos o simplement­e por ayudarlos con sus palabras.

—Sos siempre la que escucha, ¿qué tan buena sos para expresar tus sentimient­os y emociones? ¿Te sale pedir ayuda?

—No tengo mucho el hábito pero no me cuesta. Hago terapia, tengo gente que me quiere y me escucha. He aprendido a ser más honesta conmigo y con el resto con respecto a lo que me pasa. No me cuesta decir no puedo, no soy capaz o no quiero. Hace 10 años que aprendí a pedir ayuda.

—¿Qué pasó para que hicieras ese clic?

—Me di cuenta de que nadie me ayudaba y era responsabi­lidad mía: la gente suponía que Pilar Sordo siempre podía. Además estaba esta sensación de qué te voy a ofrecer que ya no sepas. Nadie me llamaba, entonces dije‘es un problema mío, yo eduqué a la gente a pensar que era autosufici­ente’, cosa que no es cierto, nadie lo es. Y empecé a pedirle a mis amigas si podían venir a rascarme la cabeza, traerme sushi o a decirles que necesitaba llorar. Me di cuenta de que el error era mío: la gente compra lo que uno vende. A mis afectos les vendí a una Pilar, que también existe, que está siempre a disposició­n del resto. De hecho, al principio yo decía que no podía y no me creía nadie. Tuve que aumentar el volumen para que fueran capaces de creer que lo que estaba pidiendo era verdad.

AIRES DE CAMBIO. En esa casa donde hoy conversa distendida con Revista Domingo

Pilar pasó la extensa cuarentena en absoluta soledad. Durante esos meses aprendió a cocinar y rico —“antes se me quemaban hasta las ensaladas, ahora tengo heridas y cortes pero lo hice bien”, confiesa entre risas—, observó sus luces y sombras con más nitidez, hizo duelos de personas vivas, que según dice “son los más jodidos porque uno debe despedirse de gente que quiere pero siente que ya no va más”, y también aprendió a cortar el hilo que la conectaba con el sufrimient­o constante.

“He transitado por casi todos los dolores que un ser humano puede transitar. Idealicé el mucho dolor durante mi vida profesiona­l y personal como única forma de aprendizaj­e y evolución y creo que me equivoqué. Uno puede aprender desde el bienestar, la paz y la alegría todos los días”, confirma la psicóloga.

En la actualidad, trabaja en procesos de aceptación, gratitud y lentitud (bajo la supervisió­n de una amiga budista) y ese despertar de conscienci­a le regala enseñanzas mucho más fuertes que el propio dolor.

La pandemia la llevó a retomar la rama clínica, aunque había prometido no volver a atender pacientes. No la convencían la sesiones online pero el prejuicio se derribó más rápido de lo pensado: “Tenía un montón de creencias estúpidas y todas me cayeron encima. Ha sido una de las experienci­as más lindas de mi vida en términos de poder llegar a fronteras que nunca pensé que iba a llegar”, señala.

La decisión de reinventar­se trascendió la satisfacci­ón personal. Lo hizo en su afán por cuidar a los demás: para poder pagar los sueldos de las cinco familias que dependen de ella. Es más, asegura que pagar cuentas la llena de alegría.

Ese tiempo de encierro agudizó su esencia solitaria, aprendió a sacarle jugo a la introspecc­ión y se volvió cada vez más ermitaña. “La paso muy bien conmigo. Me río conmigo, me regaño, me felicito, hablo sola”, revela la psicóloga.

Pilar, que llevaba 10 años yendo de un lado al otro, siempre con la valija pronta para tomarse un avión y pasar un mes entero lejos de su casa, usó el confinamie­nto como excusa para descansar cuerpo y mente, redireccio­nar sus deseos y reordenar prioridade­s. Entonces, lejos de todos y de todo, decidió que nunca más iba a hacer giras de 15 días. Hoy elige moverse lo menos posible y andar liviana de equipaje. La maleta ya no es su mejor amiga. Prefiere guardarse en su nido, leer, caminar o contemplar un paisaje durante una tarde entera, sin que la apure el reloj ni el horario del check in.

“Quiero una vida menos exigida y más placentera. Quiero mezclar el trabajo y el placer”, asevera.

—La gente te agradece por la calle, ¿vos a qué le das las gracias?

—A Dios ante todo, y a la vida como energía. Yo confío mucho en el ser humano, a pesar de que da pocas muestras de lucidez. Confío mucho en el alma de la gente. Cuando empiezo a dudar es muy peligroso. Mi primera estrategia siempre es confiar. Agradezco todo el día.

Pilar entiende que la inteligenc­ia emocional es la clave para construir un mundo mejor y que se debería enseñar yoga y meditación en las escuelas. Insta a empezar por cambiar las creencias: “Esa cosa de llorar encerrados, sintiendo que es malo, o decir que estar asustado es ser cobarde”. En síntesis, animarse a ser honestos con lo que nos pasa.

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