El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Mujeres rochenses Hacer de la pesca un deleite

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protegida. Porque acá mucha área protegida y lo que sea, pero no había nada. La gente golpeaba en nuestras casas para entrar al baño, nos pedían agua, nos preguntaba­n si había lugares para comer. Estaba todo muy desordenad­o”, relata Beatriz a Revista Domingo y es seguida por Elizabeth Huelmo: “También lo hicimos porque no queríamos que viniera, vamos a decir, alguien de afuera a hacer cualquier cosa. Si viene otro, seguro le compra pescado al que se lo venda más barato, no a nuestros pescadores. O capaz hasta se pone a vender una chuleta”.

Las otras completan el diálogo:

—No solo eso. Nosotras cuidamos hasta el último detalle. Todo, todo —dice Mariana—. Pensamos hasta la música que ponemos, siempre algo tranquilo. Tenemos un límite. Cuidar la laguna y nuestra comunidad es fundamenta­l.

—Y a las nueve de la noche, como mucho, se terminó —dice Leticia—. Cerramos.

—Nosotras vivimos de la pesca y la gente de acá es nuestra gente. La otra vez, por ejemplo, una marca de cerveza nos ofreció hacer una fiesta: ponían rock y traían muchísimas personas. Les dijimos que no, obviamente.

—Nos ofrecían brillos y castillos —dice Mariana.

—De todo nos ofrecían: nos iban a traer un deck nuevo y no sé cuántas cosas más — agrega Elizabeth.

—Pero somos un pueblo de pescadores. Salimos a las tres de la mañana a pescar. No podemos andar con esa música hasta la madrugada —dice Beatriz.

EL ORIGEN. Estas mujeres son la cuarta generación de un pueblo de pescadores y pescadoras que encontró en la Laguna de Rocha lo que algunos llaman hogar. Y tienen hijos: son, ya, cinco las generacion­es que viven o han vivido en y de la laguna. Entonces hay historias. Miradas cómplices. Carcajadas al unísono.

Elizabeth dice que hay 37 familias pero Beatriz la corrije. Aclara que son 37 bajadas de luz pero son 32 familias.

Los primeros pescadores que se asentaron en la laguna fueron —según dicen— los Ballestero y los Lobato. Después llegaron los Huelmo. Más tarde los Malo. Y esos son, hasta hoy, los cuatro apellidos famosos del pueblo pesquero.

“Al principio eran esas dos familias. Y eran familias grandes. Imagínate que mi abuelo y mi abuela tenían seis hijos”, explica Beatriz, que es Ballestero, bisnieta de uno de los fundadores. “Antes que mi abuelo vino mi bisabuelo. Sería uno de los primeros pobladores de la zona. Él pescaba en el mar y vivía en Rocha. Un día empezó a venir a la laguna y le gustó. Además, vio que era más fácil, menos peligroso. Y así, se hizo un ranchito y empezó a quedarse. Después mi abuelo y mi abuela se instalaron acá cuando se casaron”.

Ahora, el que no es Ballestero-Huelmo es Huelmo-Ballestero o Lobato-Malo. “Todos así, un poco parientes. Es que salir de acá era muy difícil”, se ríe Mariana y estallan en una carcajada grupal.

GUARDIANAS. El camino para llegar a la Laguna de Rocha desde hace unos meses es casi todo de asfalto salvo por el último tramo que es pedregoso. Antes, hace años, lo que ahora es calle era arena pastosa difícil de atravesar. Y los abuelos y abuelas, las madres y padres de estas mujeres (y muchas de ellas, también) para ir al pueblo más cercano tenían que viajar a caballo, o en botes a vela o a remo; nadie tenía motor. “Después progresamo­s”, dice Leticia, y se ríe con la alegría de una niña: ojos chiquitos y mejillas coloradas. “Pero hace 30 años esto era pura arena. Mi padre ni fue a la escuela, no sabía leer, aprendió muy de grande. Vivía acá y casi no podía salir”.

Google Maps marca 12 kilómetros desde la Laguna de Rocha hasta la escuela 52 de La Paloma, a la que asistieron y asisten todas las familias de la comunidad. Pero antes, sin caminos, las distancias eran más largas. Beatriz y Mariana, que son de la misma generación, cuentan que iban a la escuela en camionetas destartala­das y que faltaban la mitad del año. A veces por las lluvias, otras por el viento, o directamen­te porque los vehículos no arrancaban aunque se bajaran a empujarlos.

—Era un desastre. Íbamos en unas combis viejísimas. Pero era mejor que el caballo. Ya éramos unas reinas —dice riéndose.

—Eran unos cachilos —dice Leticia. Y todas se tientan.

Ahora un micro pasa a buscar a sus hijos e hijas todas las mañanas.

“Casi todos siguen el liceo. Yo seguí unos años. Si no siguen, entonces sí empiezan con la pesca”, habla Elizabeth. Y Beatriz la acompaña: “Las cosas han cambiado, hemos ido progresand­o. Pero igual nosotras, la verdad, mucho más no queremos progresar —todas asienten—. O sea, queremos que nos vaya bien, queremos trabajar cómodas, tener equipos de frío, electricid­ad, caminos buenos, que nuestros hijos e hijas puedan ir a la escuela y tengan las mismas oportunida­des, pero no queremos mucho más que eso”.

Mariana interviene: “Nos gusta que la laguna esté así. Queremos mejorar nuestras casas, seguir trabajando y ya está. No queremos que vengan e instalen mil cosas, o que hagan un puente, o que arruinen todo el paisaje”. Y repite: “Nos gusta así”.

Beatriz no duda: “Somos muy protectora­s de la laguna. Por eso decimos: está bien el progreso, sí; pero hasta ahí”.

La laguna y ellas son parte de una misma cosa. La pesca y ellas, también. “La que no sale tanto pescar hace pulpa de sirí, filetea o limpia los pescados. Siempre estamos. En casa, por ejemplo, mi padre si no es por mi madre no sale. Salen siempre juntos”, dice Elizabeth.

La madre de Mariana, que tiene 60, sale sola. “Siempre salió sola a pescar”.

Todas saben pescar. Todas pescan desde niñas: en la infancia era un juego; más tarde, un trabajo. Todas son, primero, pescadoras. Después, lo demás.

MADRUGAR CADA DÍA. Desde que existe Cocina de La Barra se dedican menos a la pesca, pero no dejan de pescar. Todas, uno u otro día, se levantan a las tres, cuatro o cinco de la mañana, se ponen las botas y los trajes de goma, se suben a las chalanas y allá van: a levantar las mallas que dejaron la tarde anterior si están haciendo calado de pejerrey, a hacer lance y remolino, a pescar a la encandilad­a, a tirar y cinchar redes, a poner boyas y linguetes, a colocar trampas para camarón.

En la laguna, cada familia tiene su bote, sus redes, su motor y el resto de los elementos de pesca. Cada familia se organiza y sale cuando puede, cuando quiere. La madre y el hijo. La esposa y el marido. El abuelo y la nieta.

Si hay temporal, no salen. Pueden estar semanas sin salir. Entonces racionan lo que tienen. Viven así, con menos.

UN AÑO ATRÁS, LAS FAMILIAS DE LA LAGUNA NO TENÍAN ACCESO A LA RED DE ENERGÍA ELÉCTRICA.

—Si no hay pesca, guardamos: no los peces, los pesos —dice Leticia, y sonríe.

—El pescador está acostumbra­do a todo. Sabe que hay tiempos buenos y tiempos malos —dice Mariana.

—Igual la matanza es cuando hay pesca y no hay venta. Como esta semana, por ejemplo. En invierno pasa eso. La gente consume menos pescado —dice Leticia.

—Igual…la laguna siempre, siempre algo te da —dice Beatriz y recalca la palabra siempre—. Así sea para comer. Te da. —Aprieta pero no ahorca —dice Leticia. —¿Alguna vez se cansaron de vivir en la laguna? ¿Alguna vez pensaron en dejar de pescar?

—Nunca —aseguran todas.

—No he escuchado que un pescador deje de pescar —dice Mariana.

—A veces te cansás, pero al otro día tienes ganas de volver al agua —dice Leticia.

—Yo no me imagino viviendo en otro lado. Elegiría vivir acá siempre y a pesar de todo: del frío, del invierno —dice Elizabeth.

—Yo siempre pienso en mi futuro —dice Beatriz—, y nunca me estreso. No me importa si el día de mañana no puedo hacer esto de la Cocina porque nos corrieron o por cualquier cosa. Yo sé que tengo la laguna, tengo mi bote, tengo mi malla: tengo trabajo. Me pienso haciendo eso, no otra cosa. Pero es porque me gusta. Me podría haber ido y me quedé. Cuando éramos niñas no podíamos elegir. Nos tocó esto. Pero ahora elijo estar acá.

Después, dirán cosas que pueden parecer obvias. Que quizá no lo sean. Hablarán del alba y del crepúsculo, de esos retazos de luz que se aferran, feroces, a la laguna. Dirán que no saben por qué, pero que es algo que una quiere mirar por siempre. Hablarán del sonido del agua cuando golpea, blanda, contra el bote.

Dirán que les da paz. Hablarán de los pájaros, de su vuelo, de su canto. Dirán que creen que no hay paisaje mejor que ese: el que ven cuando están en medio de la laguna despoblada. Dirán esas cosas. Cosas que podemos imaginar. Que quizá creamos conocer. Que quizá nunca conozcamos. No así. No como ellas.

 ?? ?? Emprender. Nueve mujeres llevan adelante desde hace ocho años la propuesta Cocina de La Barra. Y deleitan con los típicos platos de mar.
Emprender. Nueve mujeres llevan adelante desde hace ocho años la propuesta Cocina de La Barra. Y deleitan con los típicos platos de mar.
 ?? ?? Maravilla. El agua, la naturaleza y el entorno hacen de Cocina de La Barra un lugar mágico y único.
Maravilla. El agua, la naturaleza y el entorno hacen de Cocina de La Barra un lugar mágico y único.
 ?? ?? Sello. Cada familia tiene bote y los accesorios de pesca.
Sello. Cada familia tiene bote y los accesorios de pesca.
 ?? ?? Manjar. Las croquetas de sirí no fallan.
Manjar. Las croquetas de sirí no fallan.

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