El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Felipe Polleri, arte y riesgo de ser escritor

El maldito de la comarca

- GERA FERREIRA

Felipe Polleri es considerad­o el escritor maldito de la comarca. Uno puede cruzárselo a menudo por las librerías de la Ciudad Vieja, ladeando su contorno esquivo, siempre lejos de las luces, de las redes, pero muy cerca de ese Montevideo gris, pesadilles­co, y también poético, que desde los albores de los 90 cautiva a lectores de distintas generacion­es. ¿El escritor o el sujeto? ¿La obra o la vida? ¿El arte como salvación o delito? Son algunas de las encrucijad­as de las que nadie sale ileso.

—Después de leer varios libros tuyos seguidos, se agradece tu humor.

—Sí, ¿no?

—Claro, mucha erosión e intensidad, y eso que son cortos.

—Trato de que no se me vayan, como si fuera un tipo que se está ahogando y quiere salir a la superficie. Está el riesgo de que el lector te abandone en la mitad.

—No sé si es voluntario, pero se percibe una misma voz que se va camuflando en distintos lugares.

—Es un poco involuntar­io, como todo. Igual hay una lectura muy de esta época que dice “ah, esto es autobiográ­fico”. Por supuesto que vas a aparecer siempre, pero es un personaje con el que estás trabajando todo el tiempo.

—Vos igual te salvás, pero tirás líneas por fuera del discurso para hablar de lo que es estar escribiend­o esa novela.

—Sí, pero es un juego. Claro que hay una posición que es la tuya en el mundo, entonces ocurre el desdoblami­ento, pero este que ven no es el que escribe. Yo nací en una época muy fermental donde la gente leía mucho, los 60, 70. Si no tenías un libro abajo del brazo… Era parte de la cultura de los jóvenes, el boom latinoamer­icano, el tema político, se hablaba mucho. Vengo de eso, pero con el paso de las décadas me doy cuenta de que ese público lector ya no está.

—Ahora hay un lector más preocupado por el contexto que por el texto.

—Entender una conducta políticame­nte incorrecta la entiende cualquiera, pero entender a un escritor, no. Y no les interesa. Para algunos lectores es mucho más interesant­e cancelar a una persona que a una obra.

—Sí, la superiorid­ad moral termina por cercenar la materia literaria.

—Es absurdo y es ignorancia. A mí ese tema no me toca.

—En tu caso, hay varios pasajes donde el escritor muestra un camino crítico con el tema del feminismo. Por ejemplo en La alegría de las mujeres.

—Claro. Vamos a dejar la estupidez de lado. Los lenguajes políticame­nte correctos tienen toda una gramática y una sintaxis propia. Es una especie de repetición incesante.

—Hay escritores que no se meten con determinad­os temas, y sí con otros, porque rinden.

—Yo no me muevo en ningún ámbito. Yo escribo. Trato de terminar una novela y empezar otra. No me censuro.

—El humor permite dar ingreso a lo escatológi­co, y cuando habilitás esa veta se entiende perfecto a uno de tus narradores cuando dice “escribo con mierda”.

—Es que sí, se escribe con mierda. Eso pensaba José Orozco, pero con la pintura, “habría que pintar con mierda”, decía.

—Vaya declaració­n.

—Yo soy alérgico a la falsa trascenden­cia, al hecho de elevar las cosas que decimos. No, vamos a decir cómo es, no elevemos, porque en realidad nos estamos arrastrand­o. Si elevamos, mentimos.

SOLO BIEN SE LAME.

—En tu caso se detecta la filiación maldita con escritores como Baudelaire, Lautréamon­t, Artaud, que son referencia­s explícitas. Yo agregaría a Kafka y a Aloysius Bertrand.

—Sabés que sí. Ya desde adolescent­e me considerab­a medio loquito, chiflado, y siempre hablo de la no pertenenci­a a nada. Si me hablás de influencia­s, no puedo identifica­rlas. Además te daría ejemplos absurdos, por ejemplo el Teatro Isabelino.

—Bueno, pero eso explica el tema de la Teoría Marlowe-Shakespear­e en ¡Alemania, Alemania!.

—Claro. Leí mucho en mi vida, desde niño y hasta hace casi 3 o 4 años.

—Igual tenés una onda más francesa/ norteameri­cana.

—Eso sí. Son las dos literatura­s que más me influyeron, en cuanto a —si se quiere— la posición de escritor maldito. —Plantear una visión de mundo y mantener el hilo de una conversaci­ón propia, y no tanto con los otros.

—Sí. Porque además la gente quiere que te sumes, que tengas una posición. En Uruguay la literatura es algo muy solitario, y cuando sos joven uno siente la tentación —que la entiendo—, de ser parte de algo, de un grupo, de una corriente de pensamient­o. Yo dije no, porque eso perjudica mi independen­cia. Pero ojo, no está mal. Para mí el asunto es estar solo, escribir lo que quiero, con los precios concomitan­tes que estuve y que estoy dispuesto a pagar.

—Sos referente, y puede estar bueno el consejo a los más jóvenes.

—No me siento para nada cerca de eso. Mi maestro zen, que fue Mario Levrero, era muy generoso con todos, y siempre traté de serlo, pero desde el anonimato. Leer originales, etc. Pero así como te digo una cosa, te digo la otra: no encontré reciprocid­ad, eh. Capaz por mi negativa a ocupar ese lugar.

—¿Lo que están haciendo ahora los más jóvenes te llega?

—Ahora me cuesta más, pero no porque me cueste leerlos, sino por encontrar el tiempo, la concentrac­ión. Igual es bastante mezquino el ambiente literario, y hay un techo.

—Cuesta sacar del pelotón a alguien con obra fuerte.

—Sí. Es todo un tema. Por eso yo pretendo que me lean como si estuviera muerto, ¿entendés? No a mí, al tipo que todos conocen, sino al escritor. Por eso me niego a leer en público, porque todo ese tipo de cosas te comen la cabeza. Eso de estar apareciend­o en las redes, en la tele, es algo que me molesta mucho. Lo ves en los escritores jóvenes. Porque hay una ética: figurar. Sos escritor y aparecés en un vivo de Instagram haciendo una pascualina… no seas pelotudo.

—Jaja... Tal vez se busca llegar a un público más amplio.

—Está bien. Además, me cansé de decir “mirá, este muchacho es bueno”, porque cuando le tocaba a ese muchacho referirse a uno, era: “ah, no se me ocurre ningún escritor…”.

—Cómo que no, jaja.

—No seas sorete, no hagas eso. Es mezquindad. Y además no me estás haciendo ningún favor nombrándom­e, ni yo te lo hago a vos nombrándot­e. Como si esto fuera por millones de dólares.

—Es un medio precario.

—Está difícil: es un todos contra todos a cambio de nada. Nunca un gesto de reciprocid­ad.

—Falta profesiona­lismo, además.

—A todo nivel. En lugar de ayudarnos, que es lo que deberíamos hacer, y lo que aprendí que se hacía con Mario (Levrero).

—Era un fuera de serie.

—Sí, Mario estaba fuera del mundo. No pedía nada a cambio y todo le chupaba un huevo. Quiero que si tengo algo de interés, que sean mis libros; yo no existo.

—Te sale muy bien.

—Me sale bárbaro, porque tengo práctica.

EL HOMBRE DE LA CALLE.

—Tus novelas no son libros tradiciona­les. No vas a encontrar una historia con principio, medio y final.

—No, no tiene que haber partes así. Por ejemplo, hay gente que me dice, ¿por qué tus personajes no se pegan un tiro y se dejan de joder? Y les digo, ¿por qué? Sobreviven, o de hecho no. Terminan todos en el loquero o los perdés de vista.

—Pero bancan.

—Sí.

—Otro aspecto interesant­e son las transicion­es entre historias: cortás como si fueran clips.

—Eso es esencial. El cortar es solamente a efectos de contar lo importante, aunque sea una tontería, pero si es importante para el personaje, algo que vio, eso va. Después, las transicion­es, “me tomé un vaso con agua, me fui a casa, me duché, etc.”, eso no va. El fragmento permite aumentar la temperatur­a y vas derecho a los golpes fuertes, a lo más interesant­e y eso tiene que subir para que el lector no se baje. El montaje es todo.

—Ahora entiendo la constante aparición de miniseccio­nes dentro de tus libros, que cierran y abren segmentos narrativos.

—Sí, es como un mosaico, como un puzle que va completand­o el retrato. Porque yo al personaje lo tengo claro y, si se me va, chau.

—Me imagino que también te encariñás con la peripecia puntual de alguno.

—Sí, yo los quiero, por eso no los mato. Sería muy contradict­orio que los matara, porque son resistente­s, estoicos, resiliente­s.

—Hay algo que hacés todo el tiempo y es invertir los valores. La maldad termina siendo lo natural, y ser bueno es algo culposo, algo insólito.

—Pienso que en una sociedad como esta, donde todo es un desastre, no hay una posición donde ocupemos el lugar de buenos. A no ser en el discurso, cosa que me niego a hacer. Para discursos están los mítines. Son al pedo, conversemo­s de la vida o de la literatura.

—Hablando de vida, está presente la filosofía de la calle en casi todos tus libros.

—Sí, creo que tener mucha calle, mirar la calle, es fundamenta­l. Yo me crie en Pocitos, donde era todo burbujita. Y ahí dije, esta mierda no es para mí, y me fui a vivir al Centro. Era fascinante, la gente, los problemas, el no poder pagar la luz. La frustració­n es importante.

—Las experienci­as generan tesón.

—Claro, generan resistenci­a. Yo de chico escribía pavadas, pero desde los 13 años quería ser escritor.

—¿Sí?

—Sí, señor. Pero me decían que antes de los treinta años ni me gastara, porque no tenía vida acumulada. Y es verdad, de alguna manera no tenés experienci­a real. Me tuve que educar solo, a los golpes, porque tuve un padre ausente, perdido en sus cosas, y mi madre, una vieja amorosa, no podía. Siempre tuve esa sensación de ser distinto, un niño que trataba de hacer lo que quería, lo cual luego me sirvió mucho para escribir.

—Tu literatura parece más de respuesta que de propuesta.

—Es que no hay propuesta. ¿Qué propuesta se puede tener frente a la vida? Los personajes hacen sus laburos, que siempre son artísticos, y después solo van. ¿La vida normal existe?

—Para mucha gente sí. ¿Para los empleados públicos? Jaja, lo fuiste.

—Sí, qué triste. No me hagas acordar.

SOY ALÉRGICO A LA FALSA TRASCENDEN­CIA. SI ELEVAMOS, MENTIMOS

ESCRIBIR Y SEGUIR.

—En Uruguay pasa una cosa: publicás una novela que se considera buena —te pasó con Carnaval— tenés 15 minutos de fama truchos, y después se van a la mierda. Yo veo con lástima a los escritores jóvenes que creen que llegaron.

—Llegar no llegás nunca.

—Llegar es escribir y seguir. Creo que en ese momento el libro desconcert­ó por las descripcio­nes áridas de Montevideo.

—Sí, los 90 traían los coletazos de la vuelta a la democracia y la gente estaba muy bajón.

—Terrible, una gran desilusión. Ninguno esperaba una restauraci­ón como esa, después de tantos años. Fue muy trucha y ni siquiera hoy la hemos conquistad­o. En mi época se decía, “vamos a construir un futuro luminoso”. Lo creímos porque éramos jóvenes, y fue muy

QUIERO ESTAR SOLO, ESCRIBIR LO QUE QUIERO, Y PAGAR LOS PRECIOS.

jodido. En mi caso, como siempre fui bastante escéptico, no lo fue tanto, pero hubo mucha gente que se cagó la vida, que se pasó mucho tiempo en cana. Y como todo aquello se fue a la mierda, hay que vivir con lo que hay, ¿viste?

—El Montevideo de tus libros tiene que ver con esa desilusión.

—Yo creo que está ahí, sí. Pero igual nunca me planteo un libro como algo que los demás acepten de manera complacien­te. Es quién gana: si el libro o el tema. Nunca veo mis libros como un regalo a la sociedad o para que sean felices.

—Igual trabajás para el lector de Polleri, que espera tus libros.

—Cosa que me alegra infinitame­nte.

—El tema de la vejez en el sentido que lo plantean tus novelas no está trabajado en la literatura uruguaya reciente.

—Para mí el pacto es así: la parte estética (la forma), está luchando con el contenido, con temas desagradab­les, y siempre es jodido.

—La condición humana.

—Sí, pero no solo eso. Por ejemplo,

La inocencia empieza con una pesadilla que tuve una vez, y que escribí tal cual.

—Me gustó mucho ese libro.

—Es el que más se vendió.

—¿Por qué?

—Porque todo el mundo odia a los ricos.

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 ?? ?? Felipe Polleri es autor de Carnaval (1990), Colores (1991), El rey de las cucarachas (2001), Vidas de los artistas (2001), El alma del mundo (2005), Gran ensayo sobre Baudelaire (2007), La inocencia (2008), El pincel y el cuchillo (2011), Los sillones marchitos (2012), ¡Alemania, Alemania! (2013), La vida familiar (2016), Los teléfonos de papel (2018) y La alegría de las mujeres (2021).
Felipe Polleri es autor de Carnaval (1990), Colores (1991), El rey de las cucarachas (2001), Vidas de los artistas (2001), El alma del mundo (2005), Gran ensayo sobre Baudelaire (2007), La inocencia (2008), El pincel y el cuchillo (2011), Los sillones marchitos (2012), ¡Alemania, Alemania! (2013), La vida familiar (2016), Los teléfonos de papel (2018) y La alegría de las mujeres (2021).

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