El Pais (Uruguay) - Revista domingo
Dicen que está loco
Mario no sabía que tenía “eso” hasta que en la adolescencia sucedió algo que lo despabiló. Era el típico niño “normalito” al que no se le podría hacer un pronóstico de ningún tenor. Los altos pueden terminar jugando al basquetbol; los pequeños en carreras de caballos, en empresas de seguridad o en logros tremendos; los de altura intermedia podrían ser taxistas, abogados o médicos; en fin, el abanico es amplio y absurdo. Todo muy Camusiano. Mario no tenía la menor idea de su futuro; es más, en esa época su única preocupación era no pasar vergüenza. Es la esencia del adolescente: no vivir momentos en que los otros lo ubican en la pira y lo incendian ante las carcajadas de los demás.
Sin embargo, al cumplir los 17 años supo que tenía “esa” condición y que ese asunto no era sencillo de entender, primero para él, y luego para el resto.
Todo comenzó en una clase en la que un profesor empezó a hostigar a su adorada amiga y compañera de asiento Olivia Cañones. Aquello fue una sublimación. Olivia ya era una mujer. El almanaque jurídico decía, sin embargo, que le faltaban tres meses para eso. Leonardo Sayenes, el profesor de Historia, un ser humano agrio y asqueante, empezó a gritarle, a recriminarle que nunca estudiaba, que así no iba a llegar a nada y una serie de agresiones perversa fuera de toda racionalidad. El individuo había perdido los estribos y por alguna razón su blanco de demonización era Olivia. Estaba detonado, alta locura, y era incremental su alienación. Seguía recalentando su ira como un pastor en estado de excitación cuando advierte la presencia del demonio. (El exorcista me hizo daño psicológico, lo sé).
Mario supo en ese momento que él podía ver el futuro. Repito: ver el futuro. Lo supo sin entender cómo era ese asunto. Pero su mente se conectaba con otra mente y observaba como una pantalla de computadora un texto que se iba produciendo, exactamente 15 segundos por adelantado de lo que sucedería. Veía pensamientos y veía lo que se verbalizaba de ellos por escrito. O sea, tenía “tecleado” lo que diría alguna gente y lo que estaban pensando para expresar, pero adelantado en el tiempo, igual que una pantalla. Así, leyó que el profesor Sayenes
“Se trepó a un pupitre y logró que todos creyeran”
—en su mente— odiaba a esa chica porque se le parecía a una antigua novia llamada Ramira que lo había abandonado por crápula. Olivia era una copia fiel de la misma, en realidad la intensidad hacia Olivia se mezclaba con la de Ramira hasta un punto mimético… y donde Leonardo Sayenes perdía la cabeza. Mario supo ver que la intención del profesor, expresa y radical, era hacer que Olivia contestara algo, que se fuera de pista, que se enojara, que se perdiera en alguna expresión irritante y así la expulsaría de clase con causa justificada. Todo se leía en la mente del profesor: “Ahora la expulsaré apenas diga esto… la estoy esperando… allí viene”.
Fue en el medio del griterío de Sayenes (histérico) y Olivia (abrumada), en que Mario se trepó a un pupitre, logró que todos creyeran que era una escena de Harry Potter y mirando al profesor al rostro, le espetó: “¡Ella no es Ramira! ¡Ella es Olivia Cañones, no tiene nada que ver son su vida, no es la mujer que usted amó Sayeeeneees! ¡Usted no tiene derecho a hacer lo que está haciendo, además de inmoral es patético para usted mismo… recapacite!” Y descendió con la destreza de un gato luego de esos latigazos orales.
El profesor Leonardo Sayenes quedó pétreo. Aquello fue un fusilamiento en seco delante de todos. Había muerto en vida, eso pasa, a veces. Se sentó primero, luego se retiró presuroso encorvado, sin alma, ya inexistente. Nunca más dictó una clase en su vida. Fue un fantasma dentro de su fantasma. Empezó a morir sabiendo que estaba muerto.
Ese fue el primer momento en que Mario empezó su trepidante carrera de entender el pensamiento de los demás. Hoy, vive en una ciudad alejada de las grandes concentraciones, medita, habla con los perros y con algunas pocas personas. Dicen que está loco. Yo sé que no es así.