El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Un charrúa en el Mundial de arquería

El arco y flecha como deporte lo enamoró con 51 años, aunque tiene ancestros indígenas. Sergio Devotto quiere triunfar en Italia.

- MARIEL VARELA

Entre los juegos preferidos por Sergio Devotto (54) cuando era niño figuraban cazar pajaritos y sembrar por doquier. Bien dicen que lo que se hereda no se roba. Y en él aplica a la perfección. Este hombre cuya ascendenci­a indígena se delata en el primer golpe de vista —cara ancha, ojos color café, melena lacia, negra azabache y larga— se las ingeniaba para plantar en cualquier sitio donde pudiera colocar tierra y semillas: hacía de cada balde o tarro una maceta. Y así crecieron en casa de su madre nueve árboles sembrados por él. También se daba maña para armar arcos caseros de vara de mimbre y piola.

El gusto por cultivar nunca lo perdió y siempre mantuvo su huerta orgánica, esa que hoy lo alimenta. Pero de cacería no salió nunca más y recién volvió a picarle el bichito a los 51 años. Y así, sin querer, con el simple afán de aprender a cazar jabalíes, descubrió un deporte muy vinculado a sus ancestros charrúas —la arquería— y no solo eso, de dio cuenta de que podía destacarse. Tanto que salió vicecampeó­n nacional, integra la selección uruguaya de tiro y el 31 de agosto se subirá por primera vez a un avión para representa­r a nuestro país en el Mundial de Arquería. Viajará a Italia con otros nueve uruguayos arqueros: siete hombres y dos mujeres —una es Andrea Castromán, campeona nacional y dueña del récord nacional en la categoría femenina—.

Sergio sueña en grande y quiere dejar a Uruguay en lo más alto, porque no todo es Qatar y fútbol este 2022: “Me estoy preparando en serio. Siento que puede ser mi única oportunida­d y quiero ganar”, dice convencido a Revista Domingo.

Antes de debutar en un vuelo y en una competenci­a internacio­nal, deja abierta una invitación: “Mi sueño es tirar unas flechas con (Edinson) Cavani antes de irme al Mundial. Me comentaron que es un deporte que le hubiera gustado practicar”, asegura.

Una tarde de 2019, Sergio se encontró buscando en Google un sitio donde aprender a cazar jabalíes. Le costó encontrar informació­n pero dio con Carlos Piñero, un sanducero que le recomendó acercarse al club Raíces Arquería Montevideo (RAM) donde iba a ser bien asesorado por su hijo, Alexandro Piñero.

Le hizo caso. Llegó al RAM sin arco en mano y pidió uno con una potencia de 45 libras o más, lo necesario para poder cazar jabalíes, algo que tenía entre ceja y ceja. Alexandro, el instructor, lo miró con desconfian­za y le consultó: “¿Alguna vez tiraste con arco?” “No, he tirado con unos caseritos que hice yo”, respondió Sergio. Le prestó un arco longbow —muy similar al que usaban los indígenas— y le ofreció darle una clase gratuita para probar.

“Yo no sabía ni pararme. Me explicó cómo pararme en la línea de tiro y me hizo tirarle a una diana a 10 metros”, recuerda entusiasma­do.

Abrió el arco, tiró, y para sorpresa de muchos —incluso propia— dio en la diana. Alexandro no acreditaba lo que veía e insistió en saber si era su primera vez con este instrument­o. Y lo animó a tirar otro, que también pegó en la diana. Y así sucesivame­nte cuatro veces.

El hombre quedó tan maravillad­o con esa puntería que le propuso a sumarse a las clases. Sergio no tenía dinero para pagar la cuota mensual así que llegaron a un acuerdo: el alumno le armaba y reparaba los paraflecha­s y con ese trabajo abonaba el curso. “Fui a tres clases, después me salió bastante trabajo y no fui más. Pasaron ocho meses y yo seguía enamorado de la arquería, pero estaba con dificultad­es, no tenía tiempo”, cuenta Sergio.

Hasta que un día, Alexandro lo volvió a contactar: quería contratarl­o para que le hiciera una mudanza con su camioneta. Sergio se encargó del flete y se enteró de que seguía necesitand­o alguien que le armara los paraflecha­s. Y así, por obra del destino, retomó las clases bajo el mismo acuerdo y con las mismas ganas.

En el RAM se vinculó con Silvia Fernández y Daniel Román, una pareja de instructor­es en arquería que este enero decidió fundar su propio club —Arquería Los Fogones— con el objetivo de difundir esta disciplina que los apasiona. Sergio es uno de los 30 socios. Y tienen otros 30 alumnos en la escuela, de edades variadas, que van de 7 a 67 años.

Silvia y Daniel animaron a Sergio a presentars­e al primer Torneo Uruguayo de Arquería Medieval (TUAM) realizado en octubre del año 2020 en San José. Obtuvo el primer puesto y, desde entonces, no hubo forma de que se separara de la arquería. Eso sí, su meta inicial de cazar jabalíes quedó atrás porque se fanatizó con este deporte federado a través de FUTARCO (Federación Uruguaya de Tiro con Arco) y regido por la World Archery.

“Nunca fui a cazar. Tengo un arco que tiene la potencia ideal, pero no voy. Ni siquiera hablo de cacería. Me enamoró como deporte. Y para mí es algo muy grande y sorprenden­te porque descubrí a los 51 años un deporte en el que encima soy bueno”, reconoce emocionado.

LA ARQUERÍA ES UN DEPORTE FEDERADO EN NUESTRO PAÍS

SE COMPITE A NIVEL NACIONAL E INTERNACIO­NAL.

LA SANGRE TIRA. Decir que Sergio Devotto llegó a la arquería por accidente es subestimar a la genética. Esa especial puntería, que apareció sin que la entrenara, es innata y la heredó de sus ancestros. Integra la comunidad charrúa Jaguar Berá y aunque nunca se hizo un ADN para saber a ciencia cierta si tiene sangre indígena, su físico, sus facciones, su porte, una mancha en su cuerpo, su amor por la naturaleza y sobre todo su emoción al hablar de este pueblo nómada que se caracteriz­aba por vivir de la caza y la pesca convierten ese análisis médico en un mero trámite sin relevancia.

La prueba de que la sangre tira está en sus gestos cotidianos. Esa conexión con la tierra desde que era un crío sembrando semillas donde encontrara lugar. La venta de árboles nativos, tierra abonada y leña en atado. La huerta orgánica que tiene en su casa. Y su compromiso con la causa: participó, junto a la comunidad Jaguar Berá, del desarrollo de un recinto exclusivo de árboles nativos dentro del Parque de Los Fogones bautizado Oyendau (palabra charrúa que significa ‘memoria’).

Sergio siente escalofrío­s al contar que 12 días atrás esta comunidad plantó un ombú, árbol sagrado para los indígenas, en ese predio. “En sus raíces, los caciques le daban la orden a sus mujeres de esconder a los niños para poder huir. Muchos

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