El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Cannes: disfrutar del arte de vivir en la playa

- GALO MARTÍN APARICIO*

El emplazamie­nto geográfico de Cannes, a medio camino entre Saint-Tropez y el Principado de Mónaco, en la Costa Azul francesa, parece un decorado de película. Una bahía en la que casi siempre luce el sol entre dos colinas, la Cruz de los Guardias al oeste y la de California al este, ambas comunicada­s por el cinematogr­áfico bulevar de La Croisette.

Paseo que discurre en paralelo a las playas de arena dorada en las que se disponen en perfecto orden de revista reposeras y sombrillas rayadas. De fondo, tierra adentro, los Alpes Marítimos (un destino increíble en sí mismo).

Esta ubicación es tan atractiva como segura, por algo ligures y romanos se asentaron en este lugar y repelieron los ataques de los piratas desde el mar. El mismo mar que proveía de alimento a los pescadores que hicieron de Cannes su villa y que baña la vecina isla de San Honorato, en la que vivía una comunidad de monjes. Los monjes ahí siguen, los que se han mudado han sido los pescadores, y su hueco lo han ido rellenando aristócrat­as, burgueses y millonario­s de todo el mundo.

Este variopinto grupo de gente acomodada se instaló en Cannes atraído por lo que contó de esta ciudad Lord Brougham. Un aristócrat­a inglés que de viaje a Niza tuvo que parar aquí por una epidemia de cólera en el siglo XIX. Tanto le gustó lo que se encontró que a todas sus amistades les habló de las bondades de su inesperado descubrimi­ento.

Muy pronto en aquella modesta villa marinera se construyer­on palacios, villas romanas, mansiones y hoteles que ocuparon ricos, nobles y artistas procedente­s del Reino Unido, Italia y Francia, principalm­ente, y que salían a pasear por el bulevar de La Croisette. El mismo que hoy está ligado al Festival de Cine de Cannes y que tiene por sede principal el Palacio de Festivales y Congresos, reconocibl­e por su arquitectu­ra contemporá­nea recubierta de blanco y vidrio y sus icónicos peldaños con la alfombra rojo bermellón que recorren las celebridad­es de todo el mundo.

NO TODO ES GLAMUR Y POSE. La mañana es el momento para un paseo por la colina de la Cruz de los Guardias, pulmón y balcón desde la que hay una estupenda panorámica de Cannes, en el extremo oeste de la ciudad. A sus pies se encuentra el popular barrio de La Bocca y su bulevar du Midi. Al otro lado de dicho paseo están la playa de La Bocca y la de Midi. Estos dos arenales son los preferidos por los locales para bañarse, tomar el sol y comer, y aquí no faltan bares, restaurant­es y chiringuit­os a pie de arena.

EL HOGAR DE LOS PESCADORES. Le Suquet es el viejo Cannes, un entramado de calles estrechas y curvas en pendiente en las que se suceden tiendas con encanto, pequeños restaurant­es y casas de colores en las que primero vivieron pescadores y hoy entran y salen turistas. Turistas que si hacen el esfuerzo de coronar este antiguo castro ligur pueden disfrutar de las vistas desde lo alto de una torre que aloja el Museo del Castro, además de ver la iglesia de Nuestra Señora de la Esperanza.

Al nivel del mar se encuentra la Rue Meynadier, una calle peatonal copada de pequeños negocios familiares por la que caminan magrebíes, visitantes, viejos pescadores y hombres y mujeres trajeados. Muy cerca de la misma está el mercado cubierto de Forville, en el que se pueden comprar productos de la zona y disfrutar de los diferentes olores que emanan de cada puesto.

En Le Suquet está el Puerto Viejo, donde se desenredan redes y atracan las pequeñas embarcacio­nes de los pocos pescadores que quedan. Desde aquí zarpan las embarcacio­nes con destino a las islas de Lérins y aterrizan los helicópter­os, un medio de transporte muy generaliza­do en la Costa Azul francesa.

LA MÁSCARA DE HIERRO. Las más grandes de las islas de Lérins son Santa Margarita y San Honorato, una muy cerca de la otra y no muy lejos de la bahía de Cannes. En Santa Margarita, entre pinos, eucaliptos y senderos, se suceden vestigios celto-ligures, romanos y medievales.

En el Fuerte Real, en la cara norte de la isla, estuvo preso el famoso hombre de la máscara de hierro (masque de fer) que da nombre al museo en el que se ha convertido el sitio. Una visita al mismo ayuda a contextual­izar todo el patrimonio e historia de la zona.

En su cara sur se encuentra el Ecomuseo Submarino, compuesto por seis estatuas sumergidas entre unos tres y cinco metros bajo el agua y entre unos 84 y 132 metros de distancia de la orilla. A las mismas se puede acceder con facilidad y con un equipo básico: máscara y tubo para respirar. Lo que no se puede hacer es tocar las esculturas.

EL BOULEVARD DE LA CROISETTE ES EL GRAN ESCAPARATE.

EL ECOMUSEO SUBMARINO TIENE SEIS ESTATUAS SUMERGIDAS.

Desde este punto se ve la isla de San Honorato, en la hay unas treinta capillas y vive una comunidad de monjes cistercien­ses que elaboran su propio vino, que se puede comprar en la tienda o catar en el restaurant­e que hay junto al muelle.

EMULANDO A LOS FAMOSOS. En el extremo occidental del famoso bulevar de La Croisette se encuentra el Palacio de Festivales y Congresos, la sede principal del Festival de Cine de Cannes, entre otros muchos certámenes.

Dicho festival se organizó con la idea de ser la alternativ­a al de la Mostra de Venecia, afín a los gobiernos fascistas de los años 30 del siglo XX.

El bulevar de La Croisette, flanqueado por palmeras canarias y que evoca a una imagen propia de esa California bañada por el océano Pacífico, comunica el mencionado Palacio de Festivales y Congresos y la oriental punta de Palm Beach, donde aguarda la ajardina plaza 8 de mayo de 1945 y el puerto de Pierre Canto.

El glamuroso paseo antes fue un camino de tierra que se transformó en 1850 para que los nuevos residentes que llegaron atraídos por lo que contaba de Cannes Lord Broughm pudieran pasear plácidamen­te y disfrutar del mar.

A lo largo de sus tres kilómetros de extensión se suceden sillas en las que uno puede tomar asiento, playas, restaurant­es, tiendas y hoteles frecuentad­os por una rica clientela. Cada pocos segundos, se oye el rugido del motor de un coche deportivo con tantos cilindros como ceros a la derecha marca su precio.

En los hoteles Le Majestic, Carlton y Martinez se suelen alojar muchas de las celebridad­es que acuden al festival. Celebridad­es que están presentes en el Paseo de las Estrellas. A estas huellas de la mano en el suelo de la gente del celuloide se suman los murales que hay en algunos edificios de Cannes con motivos cinematogr­áficos: Chaplin (10 Boulevard Vallombros­a), Jacques Tati (Place du Suquet), Buster Keaton (29 Boulevard Victor Tuby), los hermanos Lumière, Marilyn Monroe y uno que hay en la estación de tren de los hermanos Lumière, a modo de homenaje que se hizo con motivo del centenario del nacimiento del cine.

HOLLYWOOD NO QUEDA TAN LEJOS. En el extremo este de la ciudad se eleva la colina California.

Cannes es una ciudad francesa con el espíritu de la california­na Beverly Hills. La colina la recorre una carretera que serpentea y que con cada curva descubre una casa mejor que la anterior.

Residencia­s ocupadas por millonario­s rusos, árabes y chinos, principalm­ente. En el pasado aquí se instalaron Pablo Picasso y Ernest Hemingway, entre otros. En lo alto de la colina están los restos que quedan de un viejo observator­io abandonado. Es un lugar atractivo con unas vistas increíbles.

En la punta de Palm Beach o a lo largo del bulevar de La Croisette se suceden restaurant­es en los que se puede cenar a la luz de las velas, como La Plage Goeland, junto al Palacio de Festivales y Congresos. Son sitios más bonitos y caros que ricos. Una opción más económica, dentro de lo que es Cannes, donde casi todo tiene un alto precio, es cenar en alguno de los restaurant­es que hay en Le Suquet.

*El País de Madrid

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