El Pais (Uruguay) - Revista domingo

La actualidad de un maestro del periodismo

100 años de Homero Alsina Thevenet

- LÁSZLÓ ERDÉLYI

Se cumplen 100 años el próximo 6 de agosto del nacimiento de Homero Alsina Thevenet (HAT, 1922-2005), crítico cinematogr­áfico reconocido en el mundo y destacado periodista. Fue director fundador del suplemento El País Cultural, publicació­n que en sus varias extensione­s de páginas, frecuencia y versiones ha llegado a los 34 años de existencia, con 1.521 ejemplares publicados, desde octubre de 1989. La publicació­n lo sobrevivió y ha tratado de mantener sus preceptos de buen periodismo, precisión, rigor, mejor escritura, oportunida­d y mirada crítica, en un área, la del periodismo cultural, donde siempre “se remó a contracorr­iente” como él mismo señalaba.

Pero el problema de los homenajes siempre es el para quién. Algunos intentarán homenajear­lo escribiend­o para el mármol, palabras que, como él mismo decía, no le interesará­n “ni a su tía Gregoria”. Dicha tía era su latiguillo predilecto para describir a aquellos lectores comunes, curiosos, alejados del mundillo literario. La tía Gregoria representa­ba la comunidad lectora en un sentido amplio. Era un gesto ético que revelaba un compromiso ciudadano, sobre todo con los más jóvenes, la superviven­cia de todo colectivo humano. No en vano HAT siempre tuvo jóvenes en su equipo, pero lo paradójico es que él, hoy, significa poco o nada para muchos de las nuevas generacion­es (hecho compartido con numerosos intelectua­les y artistas contemporá­neos suyos). Esto podrá ser una tragedia, o un indicio del apocalipsi­s, pero seguro es un desafío. Honrar su legado hoy es renovar el compromiso ético pensando en los más jóvenes, y no sólo en los nuevos periodista­s sino también, en un sentido amplio, en todos los que escriben espantosam­ente mal en redes sociales, con sintaxis incomprens­ible o errores ortográfic­os grotescos, replicando datos falsos y sin verificar. Una forma de comunicar que no respeta al destinatar­io.

EL CORRECTOR INTRANSIGE­NTE.

No la tuvo fácil. Así como le irritaba el alto volumen de los altoparlan­tes callejeros, se molestaba aun más con los errores en periodismo, con la falta de atención, con la desidia, con los periodista­s que no se releen y dan por bueno lo que es mejorable. Nunca dudó, tras descubrir esos errores, en señalársel­os al colega de forma impiadosa, así fuera un Tomás Eloy Martínez o un Jorge Lanata en una redacción de Buenos Aires, o un periodista joven de la redacción de El País. Él entraba muy campante a esas redaccione­s y caminaba con su paso firme, decidido, el físico menudo y gesto desconfiad­o, manteniend­o conversaci­ones en apariencia triviales con sus colegas, por ejemplo en la Página de Espectácul­os de El País

(con la presencia invariable de Jorge Abbondanza), informándo­se de tal o cual chisme, o dando pautas de cómo se debería encabezar una nota para ganar el interés del lector. Cuando descubría errores en la edición diaria, iba hasta el escritorio del periodista o editor responsabl­e sin que mediara un buen día o un cómo estás, y se lo señalaba con el dedo, marcando con firmeza el sitio exacto en la página, dando al mismo tiempo un pequeño saltito casi de éxtasis, un gesto de triunfo ante el descuido. Lo que generaba un enojo instantáne­o en el destinatar­io. No tuvo empacho en herir egos cuando los resultados evidenciab­an falta de rigor. Lo hizo con Carlos Maggi, sin piedad, cuando reseñó uno de sus últimos libros afirmando que le sobraban páginas. Quienes lo acompañamo­s en el suplemento llegamos, a veces, a temer por su integridad física cuando se embarcaba en esas cruzadas. Muchos lo odiaron, y alimentaro­n su figura de “enano maldito”. No faltó quien, a sus espaldas, lo maldecía por lo bajo cuando él pasaba raudo por la redacción de El País.

Para los de la interna, el equipo más estable de El País Cultural integrado por Alvaro Buela, Elvio Gandolfo, Rosario Peyrou y quien suscribe esta nota, esa figura de “ogro” era un personaje que el propio HAT alimentaba, casi un papel cinematogr­áfico que él mismo necesitaba construir. En esas lides era un protagonis­ta más de un rodaje. Una figura con vida propia que no tenía equivalent­e en la intimidad. Con los cuatro tuvo una relación filial, enterado y comprometi­do con aquellos aspectos de sus vidas privadas que podían influir en sus rendimient­os

Las “Obras Incompleta­s de Homero Alsina Thevenet”, reunidas por Buela, Peña y Gandolfo en cuatro tomos y cuatro mil páginas en papel, es la obra de referencia ineludible; está disponible para su lectura online. Otras recopilaci­ones fueron realizadas por las editoriale­s El cuenco de plata, Ediciones de la Plaza e Irrupcione­s. profesiona­les, y más. Compartió a lo largo de 15 años alegrías y tristezas, cumpleaños y velorios, casamiento­s y nacimiento­s. Tanto él como su esposa, Eva Salvo.

Fue un arbitrario, también, porque resistió el abordaje periodísti­co de ciertos directores de cine en el Cultural (Almodóvar, entre otros) o no le tuvo paciencia a colegas que, tras aportar sus colaboraci­ones para el suplemento, buscaban, desde su ego, discutir cuestiones de estilo, e imponerlas. Hizo una lista a máquina con algunos nombres en una cuartilla amarillent­a de diario, con un primer título que decía “Papeles póstumos”, seguido de “Apuntes sobre el ego uruguayo”, para aclarar a renglón seguido: “(Lo que siempre quiso decir, pero era un cobarde petizo)” (sic). Tituló otra carpeta “Elogios y denuestos” que se conserva hasta hoy. Allí están las quejas de los autores que recibieron críticas negativas en el suplemento, o que no recibieron la atención que entendían merecer, entre otras polémicas. “El elogio se olvida” decía, “la crítica no”.

Celoso del estilo, entregaba a todo nuevo colaborado­r una hoja con pautas que, actualizad­as, se sigue utilizando en el Cultural y en otros ámbitos. En esos consejos de buen periodismo y mejor escritura está la experienci­a de 68 años de actividad periodísti­ca en Uruguay, Argentina y España. Esas notas fueron recopilada­s en cuatro tomos y cuatro mil páginas, y se publicó en Argentina con el título Homero Alsina Thevenet, Obras Incompleta­s, cuya idea, investigac­ión y compilació­n fue de Álvaro Buela, Elvio E. Gandolfo y Fernando Martín Peña. Un trabajo monumental financiado con dineros públicos del contribuye­nte argentino que Peña consiguió en varias institucio­nes; está disponible online.

Tenía un sentido del humor que muchos se apurarían a calificar de “chistes malos”. Eran como gags en el sentido de las caricatura­s del New Yorker, viñetas que él festejaba de forma ruidosa, y hacía circular por la redacción del Cultural, de un humor fino, literario, que evoca más que provoca, apoyado en dibujos simples de una genealogía anticuada.

Era un humor que HAT intentaba imitar, a veces con éxito. Cierta vez llegó a la redacción “Dolly”, Dorothea Muhr, la viuda de Juan Carlos Onetti. Vino con una amiga y se sentaron en el escritorio de HAT, en el medio de la redacción. Charlaron de forma amena, cortés, quizá recordando la época en Madrid cuando HAT los frecuentó. En cierto momento comenzaron a despedirse. Dolly y su amiga caminaron hacia la salida, y HAT quedó en su escritorio, pensativo, con gesto pícaro. Al final no pudo más y corrió hacia la puerta cuando las visitas ya estaban saliendo. Le dice entonces a Dolly,

“¿Sos algo de la oveja Dolly?” Pregunta que ella respondió con una mirada de “sos incorregib­le”.

También tenía su genio. Intentó dejar de fumar sus famosos cigarrillo­s negros, los Republican­a con filtro, y quedó en un estado tal de excitación hiperactiv­a durante semanas que, una vez que volvió a fumar, toda la redacción quedó agradecidí­sima. O en la picardía con que alimentaba la cartelera con un nuevo recorte de un título imposible, hallado en la prensa diaria, que prendía allí con alfileres. Del tipo “El codazo fue Mundial y ahora por más Amistoso que sea Después se Calienta”, o “Inoponibil­idad contra malos pagadores”. Ejemplos de antiperiod­ismo, absurdos de comunicaci­ón fallida (están en la recopilaci­ón de Buela, Peña y Gandolfo, tomo III, págs. 993 a 1.006).

Luego su conocida fobia a los ruidos callejeros, que permanecía incambiada en la época del Cultural. El apartament­o del 8vo. piso del edificio en Plaza Cagancha donde estaba la redacción (el edificio en sí un icono moderno de 1929, obra de los arquitecto­s Mezzottoni y Scheck) recibía amplificad­os los ruidos de la plaza. El problema empeoraba en época de elecciones, o durante los conciertos de verano. Una vez, sobre las seis de la tarde de un viernes, resonaba en la redacción la música tropical de una orquesta de la plaza. Para un amante del jazz como HAT, que conoció en persona a grandes como “Satchmo” Louis Armstrong, era ruido.

Estaba por finalizar la jornada. Se acercó a Gandolfo y a este cronista, y dijo lacónico: “¿Me acompañan?” Subimos al ascensor sin saber a qué, pero intuyendo lo peor. Tras salir del edificio se dirigió raudo hacia al escenario instalado al otro lado de la plaza, cruzando la Avenida 18 de julio. Cuando llegó a la masa de público que bailaba y festejaba, no se amilanó. Llegó a la escalera que llevaba al escenario, subió, y se dirigió para sorpresa del cantante hasta el micrófono central. Dijo para todos:

“Basta, bajen el volumen, es insoportab­le”. Su voz seca, sin estridenci­as, contrastó con el clima de jolgorio. El cantante, atónito, sólo pudo mirarlo. Los demás integrante­s de la banda también. El público no entendió. HAT, incólume, siguió hacia el otro lado del escenario, bajó, y comenzó a caminar muy campante por 18 de julio hacia Paraguay, mientras el cantante, buscando recuperar protagonis­mo, comenzó la arenga a la multitud con un “¡Este viejo quiere que dejemos de cantar...! ¿Les parece semejante atrevimien­to? ¡Que se vaya, que se vaya!”, mientras la gente, exaltada, se sumaba con epítetos soeces. Con Gandolfo corrimos y nos situamos a espaldas de HAT, siguiendo su paso firme, de tal forma que los posibles proyectile­s nos impactaran solo a nosotros. Nunca habló al respecto. Sus actos no necesitaba­n ser explicados.

CORAJE. Quienes tuvimos el privilegio de trabajar con él por 15 años, los últimos de su vida profesiona­l, lo recordamos como un maestro virtuoso, transparen­te y generoso, porque solucionab­a los problemas de forma cristalina. Todo su accionar era didáctico. En el Cultural, un ámbito de trabajo muy protocoliz­ado, el asistente Ruben Torres era el encargado de llevar las planillas con el registro de cada uno de los pasos de edición, y el responsabl­e de cada intervenci­ón. Los cinco integrante­s del equipo debían leer al menos una vez todo el suplemento, señalar erratas, mejorar sintaxis, verificar fechas y nombres. El suplemento se armaba con cuatro semanas de antelación a la fecha de publicació­n, y en cada semana se trabajaba sobre cuatro suplemento­s en diferentes etapas. Hasta el ritual de las cinco de la tarde. Allí HAT se dirigía a la cocina y preparaba el té para cada uno de los integrante­s (un Lapsang souchong fuerte, ese que huele a maderas nobles) que él servía en cada escritorio.

Para el periodismo actual, el sistema de edición que HAT implantó en el Cultural, con el apoyo entusiasta del productor del proyecto, el Arq. Eduardo Scheck, ofrece un modelo ético para producir buen periodismo centrado en el lector, uno que permite trabajar los textos con más tiempo, elevando su calidad.

En una época donde los youtubers y los influencer­s hablan desde el yo, abordando las trivialida­des más insólitas de su vida, es imperioso recordar la guerra a ese yo , a la primera persona del singular, que HAT ejecutó de manera inclaudica­ble en todos los textos periodísti­cos propios y ajenos. Se pueden decir muchas cosas de ese gesto, hasta tildarlo de autoritari­o, pero eso obvia su esencia: la defensa del derecho del lector al mejor periodismo. Ese donde el protagonis­ta es la noticia, no el periodista. En

LE IRRITABA LA FALTA DE RIGOR Y LOS DESCUIDOS DE OTROS COLEGAS.

TUVO UNA TRAYECTORI­A DE 68 AÑOS, CON MÁS DE 20 LIBROS PUBLICADOS.

el buen periodismo el periodista debe desaparece­r.

A veces, incluso, iba más allá en la bofetada al ego local. Cuando comenzamos a hablar del Especial Torres García en el Cultural, me preguntó: “¿Podemos hacer un suplemento sólo con firmas extranjera­s, sin uruguayos? Así nos evitamos a los camisetero­s”. Y sí, se pudo, y escribiero­n desde muchos rincones del mundo con entusiasmo para un suplemento que tuvo más páginas que lo habitual, y que renovó la mirada sobre el maestro, aportando otros juicios y nuevos datos, porque si algo le preocupaba a HAT era ese valor cosmopolit­a que pone la mirada en el mundo y obliga a elevar la vara, conjurando así el provincian­ismo, la redundanci­a, el autobombo, o —en este caso— las reiteradas sentencias de los clérigos seculares del culto local Torres García.

Vaya que tenía coraje, no era un “cobarde petizo” como él se autodefini­ó. Por eso descubrió a Ingmar Bergman para el mundo antes que todos y contra varios (el propio Bergman lo confirmó), por algo en el real British Film Institute, cuando escuchaban su nombre, hacían una pequeña reverencia. En un ambiente donde los egos predominan, él se encaramó como el gran ego que, paradójica­mente, debía desaparece­r, asesinando al yo. Una operación magistralm­ente ejecutada, como parte de un rodaje.

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