El Pais (Uruguay) - Revista domingo

¿Somos Darwin o somos mejores?

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Allí van. Solo son humanos con movimiento­s reflejos, pocos, los básicos y ensimismad­os en sus sombras. Se han introducid­o cuanta calamidad existe dentro de sus cuerpos. Se han inyectado todo, han inhalado lo que sea y siguen allí. Por eso navegan por la existencia destrozado­s y pulverizad­os, son zombis. Y andan por todos lados y mucha gente, no sé cuanta, pero mucha, hace como que no pasa nada. Ojos rojos, mirada en la estratosfe­ra, ropa poca o sin ella, deambuland­o ante la observació­n culposa de algunos. Ya no son los hijos de la pasta base, ni del Paco o del fentanilo, son hijos de lo que sea que los haga volar en sus mentes, mejor dicho, hacia el infinito interno de lo que queda de sus cerebros que pulverizan en cada viaje. Es que cada viaje los arrima al punto definitivo del “no ser”. Y vuelan en ese delirio, y están vivos a medias, están y no están.

No se equivoque el lector, ellos aún saben quiénes son, sus laceracion­es permanente­s no los exterminar­on, los alienaron, pero poseen intervalos lúcidos donde irrumpe su dignidad, y resulta una afrenta ante los que los miramos responder algo a semejante despropósi­to. Así son las cosas. Así de violentas. Así de morales o inmorales. Vaya a saber cada uno donde se ubica ante esta prepotenci­a de la posmoderni­dad. Para “matarnos” se supone que no, algo hacemos mal para vivir esta desgracia, como sociedad global digo. Algo, hacemos mal, todos, creo.

¿Cuál es la reacción que usted tiene ante un zombi? El planeta se está poblando de ellos y comienza a ser un desafío cómo encarar este asunto. Que tal norma no permite esto, que otra ley deja hacer lo otro, y así el planeta se debate entre el derecho a ser y la solidarida­d por rescatar en vida a ese ser. Tensión infinita. Sentimient­os rotos. Y se repite en todos lados. Duele.

Digamos la verdad, la mayoría de la gente no tiene miedo ante ellos, sabe que están pulverizad­os. El miedo lo tenemos —porque ese infierno que vemos en vida— podríamos ser nosotros. Podríamos ser usted o yo, un hermano, un hijo, un padre o un amigo el que termine en esa alienación. Y allí solo Caronte será el socio perfecto.

Y hablamos de solidarida­d, pero la tenemos que ejecutar. ¿Se puede tener una sociedad con daño bajo en salud mental? (De eso se trata esto). Se debe, ese es un eje planetario que los organismos internacio­nales de salud deben bucear, concretar y no solo verbalizar. Y si los que sufren esta adicción son adultos mayores y están tirados por las calles del mundo, es aún más violento el asunto. La “edad plateada” para ellos es la edad del escombro, de la orina y de todo lo otro que no es necesario escribirlo.

Estar de pie ante la barbarie y no hacer nada es un acto inescrupul­oso. Y no creamos que los Estados harán magia en este menester: los Estados hacen lo que pueden. Somos los de a pie, los simples ciudadanos los que tenemos que ayudarnos entre nosotros. Y hacerlo en silencio, sin bulla, sin alharacas, sin marketing y sin aspiracion­es reputacion­ales. No va por allí la bocha.

Hay que asumir que la caverna tiene que cobijarlos a todos, con afecto y sabiendo que esa es la única regla humana que nos diferencia de los animales: no abandonar a los más débiles, los metemos adentro de la barra y los cuidamos.

Allí está el punto de no retorno: o somos eso, o somos animales donde solo los más aptos sobrevivir­án. Y allí sí seremos Darwin o Spencer que inventaron esa visión. Si somos solo eso, estamos fuera de juego.

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