El Pais (Uruguay) - Revista domingo
“Escribir sin ofender a nadie es un oxímoron”
“Si algún sentido tiene este libro, es el de afirmar la necesidad de la paradoja”, dice Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) en la nota que abre su nuevo trabajo, esta vez en clave no ficción. La presencia o ausencia de ruido en la creación artística, implica darse de lleno contra una de muchas paradojas posmodernas que expone la autora en este libro, o mejor, en la totalidad de su obra, (publicada o repartida en la oralidad o en sus redes sociales).
Es una no tan fácil de decodificar: en tiempos de tanta indiferencia, hay también una altísima demanda de atención. Por un lado, el ruido guarda un valor negativo de por sí, inarticulado, desagradable, incómodo. Meter ruido, hacer ruido, o en otras palabras, molestar, ir a contrapelo, contradecir, rebeldiar (Nathy Peluso dixit), decir lo de uno a costas de no ser comprendido o de ser tergiversado o cancelado, de ser retuiteado de manera infame con el mensaje opuesto. O volverse enemigo de todos, sin saberlo, o de uno mismo por tratar de caer bien, por tranzar con lo que quieren los demás. Ser escritor hoy en día parece menos un oficio y un arte que una perniciosa trampa, porque “escribir sin ofender a nadie es un oxímoron”, apunta Harwicz desde el arranque.
Por otro lado, “el ruido de una época define el relato que hacen los muertos a los vivos y los vivos a los muertos, de tumba a tumba, de libro a libro”, porque el ruido es etéreo y parece inofensivo pero distrae, sí, y a la vez aporta sonidos que pugnan por filtrarse en la cabeza de quien sabe escuchar o leer entre líneas, que aprende a interpretar esa música (si la hay) aunque no la pueda componer o aunque la repudie. No todos los lectores pueden hacer esta operación, ni tampoco quieren.
Leer desde la identidad. El ruido en realidad es la herramienta vital de quien afina mejor su instrumento. No todos los artistas defienden su arte, y aquí la autora ataca la impostura de los escritores, su falsedad, su democracia lavada, su adecuación al mercado: “hoy se imponen dos estilos irreconciliables: los que asumen la independencia de la literatura y los que escriben apuntando con el arma de la ideología”. Pero el ruido no solo produce interferencia en la creación sino también en la recepción de la obra, en su contexto de enunciación: “esta época lee mal porque lee desde la identidad”, comenta Harwicz, exponiendo a las editoriales que aprovechan para sumarse a las modas, o a las agendas de derechos y eligen bien (o mal) a quién publicar, a quién traducir, a quién sacar de gira: “La ubican a Marguerite Duras como una mujer oprimida cuando no lo fue, cuando dijo que no era feminista y no creía en las etiquetas, al igual que Yourcenar”. La crítica se extiende hacia los festivales literarios, que en sus mesas ponen de rehenes a los autores y a la literatura, porque, “cuando los periodistas, presentadores y editores de cada festival y encuentro literario de diversos países ponen el acento en que somos ‘les escritoras mujeres + nacidas en los 70 + latinoamericanas’, lo que hacen es alienarnos”.
En conversaciones con la escritora, nos contó que “(…) las fuentes de El ruido de una época (2023) son mis notas escritas para diarios de Argentina, como Perfil, así como para el blog de Eterna Cadencia; también hay textos para revistas literarias de otros países, como México (Letras Libres, Gatopardo), y en otras lenguas que circulan en Europa; hay tweets publicados que están modificados; fragmentos nuevos que nunca publiqué en las redes; y luego hay listas, observaciones nuevas. Así que en la edición de Argentina son esas las fuentes (la edición en España será distinta), cosas que fui recopilando y escribiendo a lo largo de estos años. Voy encontrando variaciones del libro en nuevas ediciones y lenguas.”
Transgredir. La recopilación, dividida en dos secciones (“La escritura adoctrinada” y “El escritor aparenta ser un moribundo”) es inteligente y punzante, y el tono sardónico impera sobre toda la obra, dándole un carácter combativo, como era de esperarse. Además, las reflexiones son estructuradas en párrafos breves, lo cual genera una lectura ágil, si bien hay que entrar con casco para evitar ser salpicado por las constantes detonaciones. A su vez, comparecen otros formatos textuales provenientes de la escritura no-creativa, a modo de ejercicios literarios, un inevitable antidecálogo, donde se habla sobre la calidad artística, la elección de los temas, la resemantización de lo romántico, la oda a la relatividad en cuanto a las definiciones actuales del arte y en contra de la literalidad; hay lugar para aforismos sobre el concepto de personaje; hay scans e imágenes con extractos de páginas de libros y de borradores manuscritos; hay apólogos sobre títulos y citas de autores, así como un listado de observaciones sobre los libros favoritos de la autora.
El libro contiene una batería completa de ruidos que emergen en forma de zumbidos o de estruendos, según cómo se los reciba: “El ruido de una época define a las personas”, y (…) define la sensibilidad, el estilo, el nivel de los gritos, los alaridos y soliloquios y los delirios durante el sueño”. Y como todo ruido, al principio puede generar rechazo o incomprensión. Pero una vez establecido el volumen adecuado también es posible encontrar en ese caos de sonidos un hermoso ritmo, una partitura rara que como tal, no es para todos, y ahí no hay vuelta, o el rechazo es deliberado o aparece un efervescente sentido de contagio, de réplica, y por qué no, de arenga. Hacia el final, el ruido pone al libro en un estado sonoro particular, como una conversación que fluye hacia fuera del libro, en un fade out un tanto nostálgico. Se va apagando, cambia de intensidad, se modula o se convierte en silencio para luego reiniciar el volumen de la pista en la relectura, como si no fuese un libro, sino una instalación que continúa sobre los márgenes de las páginas o en las pantallas de los celulares si hacen captura de algún fragmento y lo comparten. Tanto da, porque la finalidad es la misma: “La misión de la literatura no es separar al verdugo de su víctima o juzgar quién debe ser condenado a muerte, sino transgredir”.
EL RUIDO DE UNA ÉPOCA, de Ariana Harwicz. Marciana, 2023. Buenos Aires, 136 págs.