El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Charles Darwin Su huella en Uruguay

Hace 190 años. El naturista británico estuvo dos veces en estas tierras, en 1832 y 1833. Conoció Montevideo, Maldonado, Colonia, Lavalleja Soriano y San José.

- ANDRÉS LÓPEZ REILLY lopezreill­y@elpais.com.uy

Quizás pocos jóvenes uruguayos sepan que Charles Darwin es el padre de la biología moderna y que cambió para siempre la historia de la ciencia. O que estuvo dos veces en nuestro territorio. Pero no tienen la culpa: la figura del naturista ha sido una gran ausente en la enseñanza primaria y secundaria durante mucho tiempo. De alguna manera viene sido reivindica­da al estarse cumpliendo (entre 2022 y 2023) los 190 años de su visita al Río de la Plata.

El nombre Charles Darwin generalmen­te se asocia a la fotografía en la que se lo ve como un anciano de larga barba blanca, ya consagrado en el mundo científico. Pero cuando estuvo de visita en nuestro país, en medio de su vuelta al mundo a bordo del Beagle, era apenas un veinteañer­o que empezaba a garrapatea­r su currículum. Y hay más yerros en el universo de la informació­n en torno a su figura, como la afirmación —que él nunca hizo— de que el hombre proviene del mono en la escala evolutiva (aunque ambos hayan tenido un ancestro en común).

Casi cinco años duró el viaje de Darwin a bordo de aquel pequeño bergantín de la Marina Real británica de 27,5 metros de largo. Un lustro durante el cual el joven de clase acomodada pudo recolectar cientos de especímene­s, describir numerosas formacione­s geológicas y esbozar las ideas que acabarían formando, décadas más tarde, su gran teoría: la evolución biológica por selección natural. Una hipótesis revolucion­aria para una época en la que la Iglesia tenía una mayor influencia en la sociedad y las institucio­nes, y no podía admitir que el hombre, “hecho a imagen y semejanza de Dios”, pudiera tener otro origen que no fuera divino.

“Como investigad­or fue ejemplo de muchas cosas. Entre otras, de coraje, porque se subió a un barco a los veintipoco­s años, quedando desconecta­do de su familia y país durante mucho tiempo. Estuvo enfermo durante todo el viaje, no le iba bien en ese barco. Se animó a salir a explorar e incluso a ponerse en contra de su propia familia y fue uno de los científico­s que inició los estudios de etología, de comportami­ento animal”, comentó a Domingo la bióloga Anita Aisenberg. La científica del Instituto de Investigac­iones Biológicas Clemente Estable agregó: “Fue un investigad­or muy meticuloso, exhaustivo, que demostró también que la ciencia lleva trabajo y tiempo. Él cuenta en su autobiogra­fía que ni siquiera era buen alumno en la escuela. Es un ejemplo muy inspirador de que todos nos construimo­s, de que no surgen los genios de la nada”.

El viaje que nadie dimensionó. Aquel 27 de diciembre de 1831, cuando el Beagle zarpó del puerto de Plymouth, en el suroeste de Inglaterra, nadie pensaba que la expedición duraría lo que duró y tendría tanta importanci­a para la vida de Darwin y la ciencia. El joven naturista, de 22 años, ni siquiera era el protagonis­ta de una travesía cuya misión era cartografi­ar las costas de América del Sur. El capitán del Beagle era Robert Fitzroy, con quien Darwin tenía varias discrepanc­ias, entre ellas respecto a la esclavitud, que el marino —como muchos hombres de su época— reivindica­ba.

Llegados a Rio de Janeiro a principios de abril de 1832, Darwin reunió en territorio brasileño una impresiona­nte colección de especímene­s vegetales y animales. Mientras Fitzroy se abocaba a sus mediciones, el joven investigad­or hacía lo que había hecho de niño (actividad que su padre nunca

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