El Pais (Uruguay) - Revista domingo

¡Andá a oír a Los Beatles!

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Creo que mi existencia no sería la que tengo sin los Beatles. Me han marcado a fuego. Mi vida fue y es mejor con ellos. Hay algo de sus melodías que prendieron en mi mente, sus letras me quitaron complejos y en mi generación fueron una interpreta­ción de aquel tiempo. Era un niño cuando estaban en su apogeo, pero me enganché desde allí. Es un asunto raro, los sigo oyendo y recargo baterías con algunas de sus canciones. No entro en la absurda tensión de discutir nada con los Rolling Stone. Punto. Respeto, pero no entro.

Sucede que por alguna razón los Beatles entendiero­n su época y la cantaron de mil formas. Desde la simplicida­d de un amor juvenil, hasta un relato de barrio liviano a la profundida­d del dolor de la vida. Los Beatles supieron hacer la transfusió­n de su sentir, de nuestro sentir y lo plasmaron en canciones hipnóticas. Es muy raro que no te toque el alma alguna canción de los Beatles. Hasta mi madre —que le gusta la música clásica— toca de oído (en el piano) alguna canción de los Beatles (Yesterday, Michelle). Fueron y serán un cañón los tipos.

En mi vida, los Beatles valen tanto como Shakespear­e, Dante Alighieri o Cervantes. Sus letras me hablan de los mismos temas que los genios de la literatura. Sus letras son poesía urbana, poesía musicaliza­da. Son los asuntos que todos vivimos y por eso nos conmueven. Y la musicalida­d sencillame­nte me hace bien. Los músicos hacen bien.

Hace un tiempo vi el documental Get Back de muchas horas de los Beatles (muchas de verdad, de seguro poca gente lo vio entero). Como soy obsesivo, lo vi con puntillosi­dad, y sacando nota, solo para mí, porque ¿qué voy a hacer con esas notas? Nada. Ayer las repasé y me vino bárbaro. Mi impresión es que el liderazgo de Paul era tremendo, algo que durante mucho tiempo no advertí, básicament­e porque la genialidad de John me lo ocultaba, pero en ese documental queda en evidencia. No sé si es útil el dato, pero es así. También mis sospechas de que George era más de lo que aparentaba en los Beatles. Sugiero ver el documental y oír una cruda conversaci­ón de Paul y John sobre George, casi se parece a una de dos políticos armando una lista al Senado o a Diputado. Casi, no tanto.

Esta nota surge porque ayer un amigo con hijos jóvenes me dijo que temía que sus hijos no oyeran a los Beatles. Me levanté de la mesa, lo miré a los ojos y le grité: ¡No te permito eso! Mi amigo me miró (estaba tomando Coca light, no podía ser por alcohol la reacción) y me dijo: “Calmáte”. Y allí me despaché: “Es la obligación de todo padre o abuelo de nuestra generación hacer saber de los Beatles, no importa el momento y la circunstan­cia, es nuestra misión.” Y lo miré fijo a los ojos como que lo estaba convencien­do de luchar con Napoleón por Francia. Un derrape innecesari­o, lo sé.

Mi amigo —es una bella persona— me miró con respeto (debió creer que estaba alucinando) y no me dijo nada. Ayer, su hijo pasó por mi casa y le regalé 10 letras de los Beatles impresas muy lindas y con fotos de los cuatro de Liverpool. El pibe no entendía nada. Le dije: “Mirá, tu padre ama estas letras, vos hacé lo que quieras, pero si querés un poco a tu padre, oí alguna canción. Algo te va a ayudar a entenderle el coco a tu viejo”.

A la noche me escribió el pibe y me puso en el WhatsApp: “Che, son buenos estos tipos, suenan limpio y rítmico. No sé como papá no me los pasó antes”.

Tarea cumplida.

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