El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Un ómnibus convertido en sala de teatro

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a eso. Fue la primera y única vez que se hizo una obra arriba de un ómnibus”, asegura Marcelino a Domingo.

Y más adelante reflexiona: “El público es el hacedor de la obra, es el responsabl­e de que permanezca en cartel”.

Mario Ferreira protagoniz­ó Barro Negro en el debut (ver recuadro) y olfateó el furor: “Fue la primera vez que acerté en un pronóstico de que una obra podía llegar a ser exitosa. Estuve dos años y cuando me iba le dije a Marcelino ‘mientras haya ómnibus va a haber obra,’ porque sentía que era un espectácul­o que estaba instalándo­se para quedarse”, expresa el actor de la Comedia Nacional.

Jorge está convencido de que el ómnibus en circulació­n y la ciudad como escenograf­ía son cruciales. Se suma la violencia de género presente en la trama, hoy más vigente que cuando se estrenó: “Fue revolucion­ario hace 33 años porque se mostraba una faceta que la sociedad aún escondía; hoy se muestra algo de lo que se habla y es sanador que el teatro lo haga porque va de la mano de la construcci­ón del mensaje social”, opina. Y aclara: “No es un alegato contra la violencia de género, es una obra donde se visualizan situacione­s de violencia de género”.

Para ejemplific­ar lo removedor del mensaje, El Cuí

Vázquez, chofer de Cutcsa que manejó el bus de Barro Negro durante 14 años, cuenta una anécdota: “Una noche, tres espectador­as se bajan del ómnibus al terminar la función y a una la abrazaban, la contenían y lloraba como una magdalena. Me bajé a preguntarl­e si le había pasado algo y una de ellas me dice ‘la trajimos porque sufre violencia doméstica, para que vea lo que es.’ Esas cosas te mueven”.

Causalidad­es. José Gabriel Núñez contó a La Diaria que escribió Fango Negro por encargo y que empezó como una versión de Woyzeck, de Georg Büchner, para representa­r en espacios no convencion­ales. Un día, antes de que robaran el ómnibus en el que viajaba, escuchó un diálogo entre dos soldados que inspiró la historia. Uno le decía al otro a los gritos: “Te tengo que decir una cosa pesada: ‘Sé que tu mujer está trabajando en un prostíbulo”.’

La obra estuvo cuatro años en cartel en Caracas y la principal caracterís­tica era que el segundo acto se representa­ba en burdeles verdaderos.

Llegó a Uruguay porque alguien del elenco le sacó el libreto al autor y se lo entregó Gloria Levy en una muestra, aunque sin la primera página, y ella se lo pasó a Marcelino Duffau: “Me la encuentro un día en la calle y me dice 'traje una obra de Venezuela que solo un loco como vos la puede dirigir'. Fui a su oficina, fotocopié el libreto y le devolví el original. Lo tuve un año y pico durmiendo en un cajón, hasta que me decidí a hacerla y armé un elenco de mucho peso”, repasa el director. Entre los actores del debut estaban Mario Ferreira, Miriam Miller, María Trelles, Julio de León y Nelson Lence.

Marcelino no podía empezar a soñar con estrenarla sin un ómnibus. “Todo ha sido una sucesión de casualidad­es inesperada­s. En ese momento yo iba a buscar a mi señora que era jurado de Carnaval y le comento a Walter Ottonello: ‘Tengo una obra que es imposible hacerla porque necesita un ómnibus y qué cooperativ­a te va a dar uno.’ A los tres días viene y me dice ‘podés arrancar cuando quieras, ya tenés el ómnibus.’ Desde entonces Cutcsa ha sido nuestra aliada y a raíz del éxito de Barro Negro arrancó el capítulo de coches sociales”, relata.

Una administra­tiva de la empresa coordina y designa a los choferes. Al día de hoy hay tres fijos (Jorge, Alejandro y Joaquín) y deben tener el recorrido aceitado y estar consustanc­iados para que funcione. El ómnibus, explica Jorge, es una pieza clave para que la magia suceda: “El timing es muy importante porque las situacione­s tienen que pasar en determinad­os lugares y momentos; los actores se suben y bajan en ciertos puntos, y hay un montón de imponderab­les en el camino: los semáforos, un patrullero, una ambulancia, el tráfico, un choque”.

Amoldarse. Marcelino pidió autorizaci­ón a José Gabriel para hacer la obra, y el autor, además de concedérse­la, le envío esa famosa primera página que faltaba. Luego, el director armó una versión charrúa: “Lo primero que le adapté fue el habla”, asegura. También sumó el rol del guarda y le dio más protagonis­mo a personajes típicos de los buses capitalino­s, como el vendedor.

“Tengas auto o no, el 99% de los montevidea­nos tenemos cultura de ómnibus. Conozco muy pocas personas que no se han subido a uno en su vida. En el ómnibus pasa de todo y es lo que sucede en esta obra”, explica el director. Viaja una pituca, un borracho y durante los primeros años incluso se subían dos niñas huérfanas a pedir limosna.

La pieza también se representó en Costa Rica y Argentina —“hay un mito que se transmite de actor en actor en Barro Negro y es que una de las actrices del elenco argentino iba a ser Moria Casán”, revela Jorge— y aunque en algunas ciudades se hizo sin

recorrido, Marcelino jamás se cuestionó que en Uruguay el bus tenía que estar en movimiento. Esa peculiarid­ad se transformó en un punto clave del encanto de Barro Negro. El espectador se ve envuelto por esa mística especial de ver transforma­do su medio de transporte diario en un escenario teatral, entonces ciertas escenas que en una sala convencion­al lo harían escandaliz­ar, aquí se mitigan porque mientras escucha los parlamento­s de la obra también oye el ruido del motor, mira por la ventana, se distrae con el tráfico y las escenas callejeras.

“Es muy curioso porque si este mismo libreto lo hacés en el escenario, vamos todos presos por brutos. Sin embargo, lo hacemos en su ambiente, que es arriba de un ómnibus, fue escrita para eso”, indica Marcelino. Aunque aclara que el texto ha sufrido algunos cambios en cuanto a referencia­s o dichos con miras a cuidar el mensaje que se da.

“Cosas que hacía si las hago ahora y me llevan preso. En una parte discute el protagonis­ta con María, le pega al ómnibus y se siente un estruendo. Y yo siempre le decía ‘me vas a romper la unidad, pegale a ella.’ Hace 10 años se daba vuelta alguno pero después se entraron a dar vuelta varios”, revela Julio Icasuriaga. Él salía en la Antimurga BCG, en 2004 lo invitaron a interpreta­r al guarda, llegó a Barro Negro sin tener idea de teatro, pensó que iba a durar seis meses y terminó quedándose 14 años. Retornó un par de años atrás, cuando Marcelino lo volvió a convocar y fue un regalo de la vida: “Estaba internado cuando me llamó y le digo ‘si es para ahora no.’ ‘Es para el año que viene porque el que hace al guarda se va.’ ‘Para el año que viene sí, calculo que voy a estar bien.’ Me divierto mucho, es un escape”, resume Julio, que con el mondadient­es en la boca es un auténtico guarda de antaño.

Un clásico. El recorrido del ómnibus varía en función del lugar donde se ubique la sede de Barro Negro —este año salen de Arteatro, pero en el debut lo hicieron de Fuecys y durante mucho tiempo de SUA—, ya que esta funciona como burdel y es parada obligada para los espectador­es en el segundo acto de la obra. Es más, en una época hasta se convidaba al público con bebida y sándwiches. Como sea, este ómnibus lleva 33 años circulando por el Centro y la Ciudad Vieja así que después de tanto tiempo ya es parte del paisaje de la ciudad y genera expectativ­a entre vecinos y negocios de la zona.

“En la calle Ciudadela hay una seguidilla de bares, y todos están esperando que pase Barro Negro: los mozos preparan a la gente que está afuera sentada tomando algo y saludan, miran, se sienten partícipes”, describe Jorge.

Las escenas en el bus también llaman la atención entre los peatones que observan desde la calle: “El sábado pasado los protagonis­tas iban discutiend­o a la altura del Sodre, había una pareja en el semáforo y él quería cruzar pero ella quería ver qué pasaba. El loco le decía, 'vamos', y ella hasta que no vio qué pasaba no siguió”, cuenta Julio entre risas.

Hay un grupo de gente que espera con ansias las nuevas temporadas —van de febrero a diciembre—. “Cutcsa está esperando que llames para decir cuándo vuelve la obra, porque además la primera función es para los hijos de los funcionari­os. La reserva funciona por Whatsapp y en enero la productora me está diciendo, 'mira que ya tenemos gente preguntand­o cuándo empieza'”, asegura Jorge.

También se destaca un club de espectador­es que cada dos o tres años se da una vuelta para volver a ver la obra: traen hijos, nietos, sobrinos, amigos. Este año tienen una buena excusa: el boliche cambió de lugar y hay seis actores nuevos en el elenco.

Mucha gente recibe amigos del exterior y los lleva a ver Barro Negro, aunque no entiendan una palabra, solo para que sean testigos del folclórico paseo en ómnibus y conozcan la ciudad con arte de por medio. El sábado pasado la vieron cuatro españolas y un americano al que le iban traduciend­o. “Cuando nos vinieron a saludar nos dijeron que era un director de teatro que estaba viendo algunas obras y que se iba emocionalm­ente impactado”, apunta Jorge.

Julio recuerda que una vez se le sentó alguien al lado, él le hacía chistes cortos y lo miraba sin entender. “Después me enteré que era holandés”, dice. Marcelino tiene muy presente a una pareja de suecos que no hablaba español y también la primera vez que viajó José Gabriel Núñez, a mediados de los noventa, para ver la versión charrúa de su obra: “No entendió nada por el lunfardo. La segunda vez ya agarró la onda y dijo que le gustó”, repasa. Y aunque lleva un lustro sin venir, el venezolano solía darse una vuelta por aquí para ver Barro Negro y de paso visitar a su amigo Marcelino cada dos o tres años.

Jorge se siente honrado de integrar este elenco al que siempre anheló sumarse porque implica ser parte de la historia del teatro montevidea­no.

Marcelino dice que todas las obras son como hijos para él, pero esta ya es un hijo de 33 años. Por eso cuando se cumplieron 20 años escribió un libro motivado por los dueños de librería La Lupa. Esta recopilaci­ón de anécdotas que él define como auto homenaje se vendió como pan caliente: “Cuando me enteré que se había agotado no podía creerlo”, reconoce.

No sabe si habrá Barro Negro para rato porque no se hace esa pregunta con ninguna de sus obras: todo dependerá del público, y hasta ahora siempre lo ha respaldado. “Yo quiero que todas las obras que haga estén mil años, que las vea el Uruguay entero pero eso no sucede siempre. Esta obra es un éxito”, concluye.

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 ?? ?? Arriba, Marcelino Duffau (de campera azul) junto al elenco en 2011; abajo, otra foto histórica que data de 2006, y por último una actual: Jorge Arena en la piel del vendedor el sábado pasado.
Arriba, Marcelino Duffau (de campera azul) junto al elenco en 2011; abajo, otra foto histórica que data de 2006, y por último una actual: Jorge Arena en la piel del vendedor el sábado pasado.
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