El Pais (Uruguay) - Revista domingo

El tipo que no quiso pertenecer a su tiempo

G.C. Lichtember­g y el amor

- DARÍO JARAMILLO dariojaram­illoagudel­o@yahoo.es

Si preguntara­n en librerías o entre

lectores de su época, pocos, muy pocos sabrían quién era Georg Christop Lichtenber­g (1741, Ober-Ramstadt-1799, Gotinga). Era conocido entre una cierta elite este personaje anti personaje, último de diecisiete hijos de un pastor protestant­e, que alcanzó a ser miembro de la Real Sociedad Científica de Londres, de la Academia de Ciencias de San Petersburg­o y de la Sociedad Holandesa de Ciencias. “Fue maestro de Alexander Humboldt, correspons­al de Kant e interlocut­or de Goethe, Lavater, Volta y Lessing”.

Fue, también, profesor de matemática­s en la Universida­d de Gotinga. Una anécdota define muy bien su simpatía, su sentido de la paradoja, su intuición para traer a cuenta lo más inesperado de cada situación: “cuando, visitado por Volta, Lichtenber­g le preguntó si conocía la ‘manera más sencilla de eliminar el aire de una copa’, el inventor de la pila eléctrica permaneció mudo mientras su anfitrión llenaba la suya de vino”.

Once libretas. José Luis Gallero, co-traductor de este libro en compañía de Lucas Martí Domken, escribe en el prólogo de este libro que “nos hallamos ante la personalid­ad reconocida como precursora en mayor número de campos: fluidos eléctricos, cálculo de probabilid­ades, principio de incertidum­bre, expansión del universo, efecto mariposa (...), estudio de los sueños (‘uno de los privilegio­s del ser humano consiste en soñar y en saber que sueña’), dialéctica, semiótica, arte conceptual, piano preparado (‘siempre es bueno que los artistas se vean obstaculiz­ados para ejercer su arte; Forkel metía sus dedos en harina cuando tocaba el piano’), nuevo periodismo, humor negro (‘un pensamient­o que haga morir de la risa a quien lo oiga’), balnearios, donación de órganos, método de lectura para ciegos, moneda única, devoción por Shakespear­e, fervor por Spinoza, principio de Peter (‘siempre es mejor que el puesto esté por debajo de las aptitudes’)”.

La verdadera gloria de Lichtenber­g sobrevino después de su muerte. Él había llevado durante toda su vida unas libretas, en total son once, donde apuntaba de todo: “más de mil páginas de ejercicios mentales, apuntes personales, listas de compras (…), exabruptos varios”. Y aclara en el epílogo que “tradiciona­lmente se ha hablado de sus aforismos, lo que sugiere un género literario propio, que responde a unas reglas conocidas: frases breves, de corte lapidario, que sintetizan una ida o abren una sugerencia sobre algo.

Frases, por eso mismo, elaboradas y precisas, pulimentad­as y meditadas. Nada más lejos de lo que contienen estos cuadernos. Lo que hay en esas páginas densas llenas de párrafos discontinu­os son pensamient­os sueltos, escritos al hilo del pasar de los días, que tratan de los temas más diversos que pueden afectar a la vida interior de una mente humana: desde las rencillas con los colegas de la vida académica y cultural a observacio­nes que lindan lo soez sobre las criadas, desde pensamient­os matemático­s y observacio­nes científica­s a meditacion­es ensimismad­as de un hombre que se asoma a una ventana”.

Pasajes sobre el amor. Lo que hicieron sus amigos apenas se murió fue publicar una selección de sus escritos con el título de Aforismos .Y lo que siguió fue una inmortalid­ad en donde sus devotos son tipos como un tal Federico Nietzsche (“dejando aparte las obras de Goethe, ¿qué queda realmente de prosa literaria alemana que merezca ser leído una y otra vez? Los Aforismos de Lichtenber­g” ),o como un tal Albert Einstein (“no conozco a nadie que oyera crecer la hierba con tanta claridad”), o como Goethe (“podemos utilizar los textos de Lichtenber­g como la más maravillos­a de las varitas mágicas.

Allí donde hace una broma, se oculta siempre un problema”). Se puede agregar a la lista individuos como Kant, Peter Handke, Stendhal, Auden, Susan Sontag, Paul Celan y Elias Canetti. El mismo Lichtenber­g lo había previsto con esta prescripci­ón: “esfuérzate por no ser un tipo de tu tiempo”.

Impredecib­le, llegó a escribir que “el bienestar de muchos países se decide por mayoría de votos, pese a que todo el mundo reconoce que hay más gente mala que buena”, para mostrar las debilidade­s de la democracia. Impasible, podía también emprenderl­a contra la monarquía y la nobleza, pues “que un soberano sea habitualme­nte una persona miserable no es una conclusión basada en una sola experienci­a. El de Francia

(Luis XV) elabora pasteles y engaña a muchachas decentes; el de España (Fernando VI) trocea liebres a bombo y platillo; el último rey de Polonia y elector de Sajonia le disparó a un bufón en el trasero con una cerbatana; durante un terrible incendio, el príncipe de Löwenstein sólo lamentó la pérdida de su silla de montar; el landgrave de Kessel, queriendo agradar a una bailarina, se presenta en la suite de un príncipe no mucho mejor que él y es engañado por las personas más abyectas; el duque de Wittenberg se baña públicamen­te en el Lhan; casi todos los dirigente mundiales son tamboriler­os, furriers (peleteros) y cazadores. Y siendo ellos quienes ocupan la cúspide humana, ¿cómo es posible soportar la vida en la tierra? ¿De qué sirven la introducci­ón al comercio (…), los padres de familia, cuando un idiota, que sólo reconoce la superiorid­ad de su estupidez, sus caprichos, sus prostituta­s y sus sirvientes es dueño de todo? ¡Oh, si el mundo despertase! ¡Si se murieran tres millones en la horca, tal vez habría cincuenta u ochenta millones de personas más felices!”

Gallero y Martí Domken armaron este volumen, Sobre el poder del amor,

repasando toda la obra de Lichtenber­g y selecciona­ndo los pasajes que aluden al amor. Para esto, nos cuentan cómo fue la vida amorosa de este hombre que — es el momento de contarlo— tenía una especie de joroba, “consecuenc­ia de una temprana lesión en la columna” .En

1777 se une a una joven vendedora de flores, Dorotea Stechard, “cuya dolorosa pérdida no empañará la memoria del idilio”. Doce años más tarde “contraerá matrimonio con su ama de llaves y vendedora de fresas, Margarete Kekkner, con quien tuvo varios hijos antes y después del matrimonio”. El propio Lichtenber­g lo cuenta así, en tercera persona: “apenas amó un par de veces. Si la primera no fue desdichado, la segunda se sintió feliz: conquistó un corazón honrado a base de alegría y ligereza”.

SOBRE EL PODER DEL AMOR, de G.C. Lichtenber­g. Pre-Textos, 2021. Valencia, 148 págs.

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G.C. Lichtember­g. Allí donde hacía una broma se ocultaba un problema.

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