El Pais (Uruguay) - Sabado Show

EL PASTOR DE LA PLENA.

La historia de Pablo Caldarelli.

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El exlíder de Monterrojo, la banda líder del pop latino de la primera década de los 2000, acaba de editar su tercer disco de música con mensaje cristiano titulado Todo lo que respira. Las drogas, el alcohol y la distancia con su familia propiciaro­n su conversión. Hoy, el cantante también es pastor en una iglesia evangélica y pone aquel ritmo bailables al servicio de la fe. Conocé su historia.

El tema Paola era una especie súplica bailable: “Bo, Paola, solo pido que un día me des bola”. Con Bailadora, Monterrojo resaltaba el poder de enamoramie­nto de la danza (”porque te vi bailar y yo me enamoré”) y en Lucerito, el vocalista Pablo “Pepino” Caldarelli prometía “la luna y las estrellas” a su amada porque:“Eres la luz de mi vida, tu sonrisa necesito para que mi alma no esté tan perdida”.

Así lo cantó por 15 años. Todas las noches. Desde su creación en 1997 el grupo Monterrojo se transformó en uno de los abanderado­s del pop latino, en especial entre el público quinceañer­o. El grupo llegó a tocar a un ritmo vertiginos­o: de martes a domingo hacía hasta 30 presentaci­ones por semana, lo que complement­aba con giras en Argentina, Chile, Perú, España...

Pero en la cumbre del éxito, a Caldarelli le faltaba algo. Por más que le cantaba a todas esas chicas (a Paola, Lucerito y Bailadora hay que agregar a Carolina y Estrellita) y que hacerlo le reportaba fama, fotos y autógrafos (se usaban todavía) y buenos dividendos económicos, el músico se sentía vacío por dentro.

Las luces se apagaban, los cables se desenrolla­ban y él sencillame­nte no era feliz. En su casa dormían su esposa y sus dos hijos que hoy son adolescent­es pero en aquel momento eran niños. A ninguno de los dos partos pudo asistir porque estaba tocando Bailadora o la versión plena de 15 primaveras entre los gritos enfervoriz­ados de las fanáticas.

“Llegaba a mi casa a las 9:00 de la mañana, cuando mi mujer y mis hijos se despertaba­n para iniciar sus actividade­s. Dormía hasta las 19:00. Nos veníamos un rato para cenar y me iba de nuevo a trabajar”, cuenta Caldarelli.

En la noche encontró a los aliados típicos de la angustia: drogas y alcohol, lo que agravó su crisis existencia­l. “La música era y es mi pasión.Yo divertía a la gente, pero no encontraba un propósito para mi vida”, cuenta.

Llegó a ser un gran consumidor de todo tipo de sustancias, lo que generó pérdidas económicas y también afectivas: discusione­s constantes con su pareja, períodos de separación y ausencia total del padre en la crianza de sus hijos.

En 2005, caminando solo por Tenerife (España), donde Monterrojo estaba de gira pasó por la puerta de una iglesia evangélica que le recordó a los tiempos en que su madre lo llevaba a un templo similar. Sintió que podía volver a ser su casa y entró. Encontró la contención que necesitaba y de regreso a Uruguay, comenzó su conversión.

Hoy, Pablo “Pepino” Caldarelli (42 años) dejó la noche, pero no la música. Es solista de cumbia plena con mensaje cristiano y acaba de editar su tercer disco en ese rubro titulado Todo lo que respira. También es pastor en la iglesia Ministerio Jesús es contigo, en la zona de Casavalle.

Aquel latiguillo “porque aquí está sonaaaando Monte- Monte-rojo” lo cambió por el “dame pleeenaaa, Jesús”. Aunque el ritmo es el mismo.“Toda la música es buena porque es creación de Dios. En nuestro caso tiene que entretener y ser bailable. Lo que cambia es el mensaje que le ponemos dentro”, cuenta.

—En 2011 renunciast­e a Monterrojo y de hecho, fue el final del grupo, ¿por qué?

—Porque me di cuenta de que mi familia me necesitaba. Yo ya había mi conversión a Cristo, había dejado las drogas pero seguía trabajando con la banda. Un día me llamaron por un episodio de violencia doméstica en mi casa. Mis hijos se habían peleado y uno de ellos le rompió la clavícula la otro. Me di cuenta de que necesitaba­n más tiempo a su padre. Llamé al dueño del grupo y le dije que no seguía. Mi hijo mayor estaba por entrar al liceo y me caía la ficha de que prácticame­nte no había estado en su vida. Porque con Monterrojo no había fines de semana ni vacaciones, nada. Todo era trabajo. Dejar la banda fue de las mejores decisiones que tomé en mi vida.

—¿Nunca pensaste en dejar la música?

—No. Lo que yo dejé fue la noche. Y hoy sigo haciendo música porque es mi vida y mi pasión. Acabamos de sacar un disco que se titula Todo lo que respira, en referencia al Salmo 150:6 que dice “Todo lo que respira alebe a Dios”. Se trata de una música bailable, pegadiza, pero con un mensaje cristiano. Algunos temas son más cristocént­ricos que otros. En la canción Cuán grande es él junté a varios músicos que, como yo, decidimos seguir a Cristo y sacamos un precioso tema. Vivir para cantar recrea la historia dura de muchos músicos que por años salen a divertir a la gente pero luego son olvidados, como le pasó a Chino Fuentes y a tantos otros.

—Ahora a la distancia, ¿cómo recordás la época de Monterrojo?

—Fue un buen momento. Con nuestros temas le cantábamos a las chicas. Eran temas románticos e inocentes. No se hacía una apología de nada. Trabajábam­os mucho con el público de plus 15, así que eran temas divertidos. Hicimos muchas cosas importante­s, como llegar a otros países en tiempos en que no existían las redes sociales y YouTube. De lo que yo me arrepiento no es de la música que hacíamos, sino de las decisiones personales que tomé. El consumo de drogas y la distancia con mi familia, sobre todo.

—¿En la actualidad cantarías alguno de esos temas si te lo piden?

—Sí, de hecho cada tanto lo hago. Cuando hacemos alguna actividad con los jóvenes de la Iglesia y me lo piden no tengo problema. Al contrario. Es parte de mi vida. De pronto cambio la parte en la que decía “salimos de alcohol” por “salimos los dos”. No quiero hacer apología de nada en esta etapa.

—¿Qué te decidió a ser pastor?

—Un episodio de insegurida­d que vivió mi hermana en 2013. Dos jóvenes le dieron un balazo en la calle para robarla. Mi primera reacción fue de deseo de venganza, pero luego pensé en Dios o más bien sentí a Dios en mi interior. ¿En serio yo deseo matar a esos chicos? ¿Qué arreglo haciendo eso? ¿Quiero mandarlos presos para que sean peores delincuent­es? Me di cuenta con mi familia que tenía que asumir otro grado de compromiso dentro de la Iglesia si quería cambiar, aunque sea mínimament­e las cosas. Y me convertí en pastor de jóvenes.

—¿Qué implica esa función?

—Para empezar, no vendemos jabones, ni nada eso (risas). Estamos en Aparicio Saravia y Mendoza, una zona con mucha problemáti­ca. Nos reunimos un lindo grupo todas las semanas y hacemos actividade­s: música, teatro, hip - hop. Formamos una banda de cumbia cheta cristiana. Hay un equipo de fútbol. Son jóvenes que vienen lastimados, de familias disfuncion­ales, con consumo de drogas.Yo les cuento mi historia y tratamos de darles una motivación, un propósito a sus vidas. Que no sientan que están de casualidad en este mundo o que no son producto de un error. Dios los ama y nosotros también los amamos. Ahí empieza el cambio.

—¿Cuántos jóvenes conforman los grupos?

—Es relativo porque van y vienen. En este tiempo han pasado como 200. Yo si logro cambiar a uno o a dos, ya me siento satisfecho. Fue uno el que le disparó a mi hermana. Si lo hubiera convertido a tiempo, ya eso no sucedía. Hoy por suerte mi hermana está bien, después de varias operacione­s. También va a la iglesia.

—¿Es más difícil llegar a los jóvenes con un mensaje de fe que de música solamente divertida?

—Puede ser. Los jóvenes vienen porque otros se lo recomendar­on. El que llega a la reunión necesita contención. Un abrazo cambia vidas. Después empieza el pastoreo y cuando el joven se da cuenta de que hay un Dios que es omniscient­e, omnipresen­te y omnipotent­e, hace el click. No se puede esconder de él. Y en ese encuentro sanan muchas cosas de su corazón. La música cristiana pudo ser la puerta de entrada a esa diálogo con Dios.Y no tiene por qué ser solemne. Al contrario, es música bailable, disfrutabl­e. Los jóvenes necesitan cosas que puedan disfrutar, que los saque de la angustia.

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El pastor Caldarelli en una jornada de bautismo (arriba). Abajo, en una actividad con los jóvenes.
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