El Pais (Uruguay)

EL CORREDOR

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ponen un pie en el consulado uruguayo en el Chui y les informan que la primera entrevista para la visa podrán tenerla en octubre. La solicitud de residencia en la frontera aumentó 565% entre 2016 y 2017. La agenda está saturada y el Estado aún no resolvió cómo lidiar con tanta demanda. Migración estudia la posibilida­d de diversific­ar el tipo de visa, para de esa manera ordenar el flujo de inmigrante­s que ingresa de forma irregular.

Durante los tres, cuatro, cinco meses de espera, tendrán que rebuscárse­las para sobrevivir. Sin cédula no se consigue trabajo. Para hallar uno más rápido, unos 10 cubanos por día van a Montevideo. Pero el boleto cuesta $ 696 y son pocos los que los tienen. Aquellos con los bolsillos vacíos aguantan en esta ciudad que, curiosamen­te, les recuerda a su hogar. Por eso, cada vez son más los que prefieren quedarse en el Chuy. Yunia Medina, sobrina de Nely, dice que los fines de semana, cuando la calle principal se llena de clientes, “el andar atontado mirando las tiendas, chocando unos con los otros al caminar”, le hace sentirse en La Habana.

En diciembre pasado, la organizaci­ón civil Idas y vueltas, especializ­ada en migrantes, desembarcó a cada lado de la frontera para socorrer a los indocument­ados. Son ellos y algunos vecinos piadosos los que están sosteniend­o sus necesidade­s básicas. Del lado brasileño, la radio anuncia una campaña para juntar abrigos y un médico está planifican­do abrir un albergue transitori­o para acogerlos. Pero estas manos no alcanzan.

—Vienen con mucha desinforma­ción. Ellos creen que llegan y van a tener todo ya y eso no es lo que pasa. Es muy triste —dice Nely.

El Chuy se está convirtien­do en un corredor de sueños rotos.

LA PRIMERA ES LA VENCIDA. Guillermo Rodríguez, presidente de la asociación que reúne a los vendedores ambulantes del Chuy, se presenta como “el primer vecino en abrazar a los cubanos”.

—Al principio la gente estaba rebelde porque su llegada coincidió con la ola de violencia y empezaron a decir que los delincuent­es eran ellos —cuenta.

Mientras la frontera atraía periodista­s por la sucesión de asesinatos violentos y las autoridade­s uruguayas y brasileñas enviaban refuerzos para mejorar el patrullaje, los cubanos se empezaron a mezclar cuidando coches y atendiendo algún que otro comercio.

El verano pasado, Rodríguez empleó a tres en sus negocios de venta de ropa y electrónic­a. A una cubana le consiguió un puesto limpiando la casa de un árabe, y a otros dos los colocó en un supermerca­do brasileño. Pero con el invierno el panorama cambió. Las tiendas tienen menos clientes y ya no toman empleados, y si lo hacen les exigen la cédula para evitarse problemas durante las inspeccion­es. Es que, si bien el Banco de Previsión Social les asegura que podrán trabajar seis meses con el pasaporte, el Ministerio de Trabajo y de Seguridad Social no tiene el mismo reglamento y podría multar al negocio.

Pocos se arriesgan, y entre quienes lo hacen están los que ven una chance para abaratar costos y les pagan sueldos escuálidos, en la mayoría de los casos, en negro. Ante la desesperac­ión, hay cubanos que se ofrecen para trabajar dos por el salario de uno. Del lado brasileño, las changas abundan.

Jesús Olivares construye baños por $ 7.000 y cobra $ 450 por una jornada como albañil. Sin embargo, el alquiler de una pieza no baja de $ 7.800. Cuenta que a veces le piden la carta de trabajo, es decir, el documento que habilita a trabajar a los extranjero­s; el truco es así: con carta es una paga y sin carta es la mitad y el doble de las tareas.

Para conseguirl­a, decenas de inmigrante­s viajan hasta la oficina de la Policía Federal en Santa Vitória do Palmar, a 20 kilómetros del Chui. Según dicen, si solicitan el refugio en Brasil se les otorga la carta. Esta tarde, un funcionari­o brasileño atiende a dos isleños que son traducidos por un amigo uruguayo. El funcionari­o, al recibirlos, les pregunta intrigado: “¿Pero cuántos cubanos hay en el Chuy?”

Hoy son 76. Tres de ellos son niños. Ninguno tiene el documento de identidad.

CONSEJOS CRUZADOS. Karla Mateluna, inmigrante chilena y representa­nte de Idas y vueltas en el Chuy, explica las encrucijad­as de los trámites con una voz dulce y paciente. Se acostumbró a ser quien “eduque” a los cubanos recién llegados en su camino hacia la residencia. Lo hace gratis: “A corazón”, dice.

El municipio le colocó un escritorio en la Biblioteca Pública, donde hoy la visitan tantos inmigrante­s que no caben dentro. Se van amontonand­o en la puerta, estirando las cabezas para captar su atención.

—Hay cubanos que cancelan el pedido de refugio en Uruguay y lo piden en Brasil, ¿se lo otorgan allá?

—No necesariam­ente, porque ellos vienen por razones económicas, no políticas. Si no les conceden el refugio y no regulariza­n su situación migratoria, pueden ser deportados. Y ahí vuelven a iniciar los trámites en Uruguay. El problema es que este colectivo cree que pedir el refugio es tenerlo. Lo hacen porque dicen que “les contaron”, que “les dijeron”, que “vieron a alguien que lo hizo”.

El primer consejo que les da Mateluna es que no crean en los rumores que corren de boca en boca en los aeropuerto­s, en los

En diciembre, Idas y Vueltas desembarcó en el Chuy para socorrer a indocument­ados. Algunos vecinos los ayudan.

GGG

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SUERTE. Josbel, Denis y Junior no tienen cédula pero consiguier­on trabajo en un remate. Les dan $ 700, cama y comida.

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