El Pais (Uruguay)

ESPERAR EN EL ABISMO

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GGG aviones y durante la ruta que se hace desde Guyana, atravesand­o la selva, pasando por Brasil, hasta Porto Alegre. Las recomendac­iones cambian viaje a viaje y de inmigrante en inmigrante. Por eso al Chuy están llegando cubanos que eligieron a Uruguay como destino, pero también otros que iban hacia Argentina y cambiaron de idea porque les dijeron que “acá está mejor”, o están los que se quedaron sin dinero camino a Chile y escucharon “que Uruguay es barato”, y hay quienes llegan porque les dijeron que este país es un mejor camino para llegar, por ejemplo, a Bolivia (ver nota en página A6).

Los caribeños vienen impulsados por una ansiedad que recuerda a las historias de los inmigrante­s europeos de comienzo de siglo XX. Yunia, la sobrina de Nely, cuenta que los cubanos venden su casa por un valor que ronda los US$ 7.000, al día siguiente compran un boleto a Guyana —pagando hasta US$ 966 por ese trayecto— y una semana después dejan su hogar. Dejan padres, parejas, hijos y documentos esenciales para tramitar la residencia que luego, en el despacho improvisad­o de Mateluna, se lamentan con llantos y gritos.

De brazos cruzados, recostada a la puerta, está Janet Giménez, que dejó a su hija de cinco años al cuidado de su madre. Por televisión escuchó que alguien decía que Guyana —junto a Rusia, el único país que no les exige visa— “iba a cerrarse”, así que en 15 días vendió la casa y se vino al Chuy. No le dio el tiempo de sacarle el pasaporte a su hija y ahora, para hacerlo, tendría que volver a la isla o lograr que Migración la ayude a buscar otra salida. Pero todavía faltan cuatro meses para que tenga la entrevista por la visa. Y, aunque quisiera irse, no tiene cómo pagar el viaje.

—Hace dos días que no me puedo comunicar con ella porque la señal es mala. Estoy desesperad­a. Ayer quería irme corriendo y hacerme deportar —dice Janet, aguantando las lágrimas.

Mateluna le vuelve a explicar que aquí no la deportan. Janet cierra los ojos y aprieta los dientes. En lo que va del año ya son cuatro los cubanos que se rindieron y retornaron. La odisea de dar marcha atrás implica que sus familias vendan televisore­s, radios, licuadoras o se endeuden para enviarles el dinero. En el Chuy, muchos se sienten atrapados y sin salida.

SOLOS Y JUNTOS. En una pensión confirman a media voz y en el anonimato que lo que se dice es cierto: desde que llegaron los cubanos la dueña duplicó el precio de la habitación. Ahora duermen dos por $ 8.000. No se les entrega boleta cuando pagan, no se les permite cocinar ni lavarse la ropa. En este momento, hay nueve huéspedes isleños.

—Para mí que ellos no se tienen que venir. Nosotros no sabemos cómo recibirlos y terminan durmiendo en la plaza —dice una persona que escucha esta charla.

Hay seis cubanos que por orden de la alcaldesa Mary Urse comen una vez al día en el comedor, pero han sido más. Y, como el Ministerio de Desarrollo Social no tiene un refugio en esta ciudad, al menos cinco han dormido en el comité que Urse dirige.

—Es necesario un refugio, pero ya tuvimos y nos mandaban a personas en situación de calle desde Montevideo. Estaban todo el día en la plaza alcoholiza­dos, entonces pedimos que lo cerraran. Yo, sinceramen­te, refugio no quiero ni para cubano ni para hombre, solo acepto para mujeres y niños —dice la alcaldesa.

El único que todavía duerme en el comité es Fabio José, que se apronta para comer un plato de lentejas que retiró del comedor antes de salir a hacer una changa. Es: licenciado en deporte y cultura física, y técnico agrónomo. Tiene: 18 posgrados en rehabilita­ción, título de masajista. Hizo: un curso de portugués y otro de italiano. Con un gesto de mano invita a sentarse sobre su cama.

—Un buen cubano sobrevive en cualquier parte del mundo, pero aquí lo difícil es mantenerse vivo. Eso ha hecho que los cubanos nos saludemos poco. Nos hemos vuelto muy egoístas, en un plan sálvese quien pueda —dice.

Muestra en su celular las fotos de su perra, de su hija y de su novia. Las quiere traer a las tres, cuenta y se queda en silencio, observando la foto de una mujer rubia que posa recostada en una cama repleta de peluches.

A veces, a la ayuda se la cruza por la calle. Así fue como Orlando Campos, director coral, conoció a Joselo Lazo, nacido en el Chuy, laboratori­sta dental y miembro de un coro de cámara.

—Él andaba preguntand­o por música y encontró a la persona indicada, en el lugar indicado y en el momento justo —dice Joselo, que le da un techo cuando no llega a pagar la mensualida­d de su pieza y lo invita a comer dos de cada tres días.

Orlando, cansado de recibir salarios que se parecen a propinas por no tener la cédula, canta en el coro del Chuy y apuesta a que se le permita dictar talleres en la Casa de la Cultura que dirige Isabel Méndez.

—¿Sabes cómo vivo? De la ayuda. Me dicen ‘no te alteres, ya se va a resolver, ya tendrás el documento’, pero a veces uno se desespera porque yo a la esperanza no me la puedo comer —dice.

Como suele pasar entre vecinos del Chuy, él consiguió que Méndez le redactara una carta de referencia para intentar, de esa manera, que le adelanten la fecha de la entrevista en Migración. Todos pretenden lo mismo. A ninguno le sucede. Méndez lo escucha y observa llena de admiración: lo que quiere es que cante.

Orlando, avergonzad­o, comienza a entonar Yo no te pido, del cubano Pablo Milanés.

—Yo no te pido… dale, vamos, canta —arranca Isabel.

—Yo no te pido que me bajes una estrella azul y un lucero que… —se interrumpe Orlando.

—Si me faltaras no voy a negar..., dale, ¡canta! —insiste ella.

—Si me faltaras no voy a negar, que algún día llegarás —termina la mujer, entrecerra­ndo los ojos. Los abre y dice:

“Un buen cubano sobrevive en cualquier lado, pero aquí lo difícil es mantenerse vivo”, dice Fabio José.

“A veces uno se desespera porque yo a la esperanza no me la puedo comer”, dice Orlando, que vive de ayudas.

—Los talentos se juntan, ¿o no?

A unas cuadras de donde ocurrió esta escena, Carlos Rodríguez custodia su remate desde una silla de oficina, con respaldo de cuero, que hace girar sobre el pavimento de pedregullo. Los cubanos se han convertido en clientes y en empleados de su negocio. Lo habitual es que realicen allí sus primeras compras: un colchón y una cama; el paquete lo liquida por $ 1.000. Trabajador­es, contrató a tres. Cuando es día de remate, aumenta a cinco. Dos de ellos duermen allí. Les paga $ 700 la jornada.

—Son tres veces mejores que un uruguayo para trabajar. Son más respetuoso­s, no se quejan del horario y no te hacen problema por nada. Yo tenía alarma, pero la saqué y los dejo a ellos cuidando el lugar —dice.

En el fondo del local están Junior, Josbel y Denis cargando muebles. Se acercan, como todos, amables, serios y tristes. —¿Por qué Uruguay?

—Es la única vía de escape. Es lo que va quedando hasta que se cierre —sueltan, sin una pizca de romanticis­mo.

Para muchos cubanos, el pasado es un país asfixiante y para otros, un paraíso en el que tenían casa, trabajo, educación y salud. En el Chuy, sin cédula, deben cuidarse de no enfermar. Si un inmigrante necesita atenderse en el hospital público, la oficina de admisiones les extiende una afiliación provisoria por un mes. Pero la demora para consultar a un especialis­ta es mayor. ¿Y qué pasa si el inmigrante se accidenta mientras se le vence el provisorio y le otorgan la cédula? Deberá firmar un reconocimi­ento de deuda por un valor de $ 1.712 la consulta.

Mateluna cuenta que varios no van al médico porque no tienen este dinero. Asegura que, incluso, a algunos no los han atendido aunque su situación era una emergencia, como la de una chica cubana con diabetes, que se descompens­ó porque no podía pagarse la insulina. “La estabiliza­ron con comida y listo. Que se fuera”, cuenta. A su lado, el concejal municipal Francisco Laxalte muestra una foto en su celular de esta mujer. Están juntos en la puerta del aeropuerto. Ella es una de las que se fue. No soportó más.

En Cuba se dice que la soledad tiene cara de perro.

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NOSTALGIA. Fabio José asegura que se preparó emocionalm­ente para emigrar, pero es más difícil de lo que imaginó.
 ??  ?? TALENTO. Orlando critica los sueldos abusivos. “No salí de un país que me pisoteó para que otro me trate peor”, dice.
TALENTO. Orlando critica los sueldos abusivos. “No salí de un país que me pisoteó para que otro me trate peor”, dice.
 ??  ?? RODEADA. La bailarina Nely Peña vive en el Chuy desde 2013; hace tres meses volvió a tener vecinos isleños.
RODEADA. La bailarina Nely Peña vive en el Chuy desde 2013; hace tres meses volvió a tener vecinos isleños.

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