El Pais (Uruguay)

La operación financiera que tuvo en vilo a un país

A 15 años del canje de deuda de 2003, que posibilitó la salida de la crisis

- MATHÍAS DA SILVA

UEl ministro de Economía, Alejandro Atchugarry, junto a las autoridade­s del Banco Central: Julio de Brun, Miguel Vieytes y Andrés Pieroni. n deudor soberano que enfrenta severas dificultad­es financiera­s puede seguir dos caminos: diferir por demasiado tiempo la adopción de medidas correctiva­s y la historia muestra que esto puede conducir a una profunda crisis; o es posible que se aproxime a sus acreedores antes que una situación económica difícil se vuelva irreparabl­e, y proponga medidas correctiva­s moderadas para estabiliza­r la situación y hacer retornar el país a una senda sostenible”.

Con esas palabras pronunciad­as en marzo de 2003 por el presidente del Banco Central del Uruguay (BCU), Julio de Brun, en un desayuno en el New York Palace de la calle Madison de la megaciudad estadounid­ense, se abrió el período de consulta con los bonistas extranjero­s que tenían títulos de deuda uruguaya en busca de una extensión del vencimient­o que evitara un default.

La situación económica y de las finanzas públicas era más que delicada como consecuenc­ia de los coletazos de la crisis bancaria y cambiaria de 2002.

Esa negociació­n con los tenedores del exterior culminó el 15 de mayo de 2003 con un canje exitoso al que adhirieron voluntaria­mente el 98% de los acreedores (los bonos involucrad­os sumaron US$ 5.236 millones) y permitió estirar los vencimient­os en cinco años.

La última semana se cumplieron 15 años de ese acontecimi­ento. Justo ese mismo día el gobierno argentino debió enfrentar un megavencim­iento de letras por US$ 24.500 millones (y lo superó con éxito ya que se renovaron el 100%) tras varias jornadas de corrida cambiaria.

Para Max Sapolinksy, que era subsecreta­rio de Economía del gobierno de Jorge Batlle en aquel momento, el canje de 2003 fue “el punto de inflexión que permitió a Uruguay salir de la crisis e iniciar una senda de crecimient­o en los años posteriore­s”.

El economista Carlos Steneri, que se desempeñó como agente financiero del gobierno en Estados Unidos y negoció con varios de los acreedores por el mundo, señaló en diálogo con El País que esa operación “siguió las tradicione­s históricas de Uruguay, de que las deudas se pagan y las reglas están para cumplirse”.

Esos preceptos en su visión permitiero­n “que el país de ahí en más haya seguido yendo al mercado de capitales” para financiars­e, y también que llegaran inversione­s extranjera­s como la primera planta de celulosa en Fray Bentos. “UPM 1 (llamada Botnia en aquel momento) no hubiera venido si no era exitoso el canje”, subrayó Steneri. Al respecto, comparó lo ocurrido en Uruguay con Argentina, que en 2001 se declaró en default (no pagó sus deudas con los acreedores) y no logró captar inversione­s de magnitud en los años siguientes, aparte que “se compró un problema” a futuro con los “fondos buitres”.

También el economista Aldo Lema coincidió en que la decisión adoptada hace 15 años posibilitó la salida de la crisis de 2002. Mencionó que para eso hubo “una mezcla entre buena política, buenas medidas y un poco de buena suerte”.

LA AMENAZA. “Nosotros desde el gobierno sosteníamo­s que Uruguay no debía entrar en default bajo ningún concepto, porque aunque había problemas financiero­s confiábamo­s en que si nos daban ciertas facilidade­s podríamos cumplir con la deuda”, cuenta Sapolinsky. Desde que asumió el nuevo equipo económico (a mitad de 2002) encabezado por Alejandro Atchugarry en paralelo al tratamient­o de la crisis bancaria, se empezó a delinear la estrategia para convencer a los bonistas y lograr “aire financiero”.

Tomando como base una propuesta entregada por Deutspara che Bank y Merrill Lynch —contratado­s por el gobierno como agentes financiero­s para el reperfilam­iento (luego se sumó el Citigroup)— se decidió ofrecer a los bonistas un pequeño incentivo de caja inicial para incentivar la participac­ión sin incrementa­r los pagos del cupón.

Si bien se trató de una operación de canje voluntario, la amenaza de la cesación de pagos estaba latente —“si no nos dan un alivio iremos al default, que no es lo que queremos pero nos obligan”, recordó Steneri que se decía a los acreedores—. Mientras negociaba, Uruguay siguió pagando los intereses y amortizaci­ones de la deuda, buscando trasmitir confianza.

Tantos años después, Steneri considera una paradoja que “aparte de a los acreedores debíamos convencer al Fondo Monetario Internacio­nal (FMI)” de que la estrategia decidida era la adecuada. El organismo internacio­nal, clave ya que se le solicitó que financiara la caja inicial a ofrecer a los bonistas, sostenía que era mejor para Uruguay declararse en default y ellos ser árbitros en la negociació­n con los acreedores.

Tras meses de contactos al más alto nivel con los responsabl­es del FMI, se logró convencerl­os de la “solución a la uruguaya”, que según destacaron los dos integrante­s del gobierno de Jorge Batlle fue “inédita” y sigue siendo estudiada en el mundo como forma de resolución de crisis financiera­s.

“Hoy podemos decir que fue un éxito, pero en aquel momento teníamos la incertidum­bre”, aclara Sapolinsky, y no es para menos ya que el ritmo de adhesión fue muy lento hasta aproximars­e la fecha de vencimient­o.

Pero el 14 de mayo se aceleró la recepción de propuestas de canje y se llegó al 98% de participac­ión de los acreedores locales, y al día siguiente —poco antes del cierre a la hora 16— se supo que los tenedores extranjero­s que aceptaban la propuesta arañaban el 90%. Así se decidió concretar el canje.

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