El Pais (Uruguay)

Lo que viene de un mismo universo

- BELÉN FOURMENT

En su nuevo disco, La Vela Puerca mantiene su esencia, pero ofrece algunos nuevos toques

LA VELA PUERCA

Disco: Destilar.

¿Está en Spotify? Sí, y en disquerías editado por Bizarro. También tendrá una edición especial en vinilo.

¿Está bueno? Está bueno, y servirá para nutrir mucho al show en vivo.

En el mapa de la portada del nuevo disco de La Vela Puerca hay de todo: una mano que sostiene un cigarrillo, un ojo, hojas, una consola, una montaña, una calavera, un sol y un martillo, un faro, un proyector, una cafetera y una taza, un búho, un tanque de agua, una trompeta. En realidad, la ilustració­n de Sebastián Cáceres no es un mapa en sí mismo, sino más bien un colectivo de imágenes que sería lo que se desprende de la botella que está al centro de la tapa, con el nombre de la banda.

Todo lo que se ve es, entonces, lo que hay dentro del envase: la esencia de La Vela Puerca. Y todo lo que se escucha en Destilar, séptimo disco del grupo, es lo mismo: lo que la banda es, eso que refleja disco tras disco y que ya se podía anticipar del single lanzado antes, “La nube”.

El arranque es como todos los arranques de todos los discos de La Vela, a excepción de la intro de Érase... Si se toma como referencia “Chamán”, segunda pista pero primera canción de ese último trabajo, la regla no se rompe: todos los comienzos son a pura guitarra, directos y frontales, un par de puertas abiertas esperando a todo el que quiera entrar. Acá, en “Velamen”, las guitarras entran después de que la batería marque el tiempo, y pasan segundos para que Sebastián Teysera pida “una cerveza, por favor”.

Entre el verso inicial, el riff pegadizo y el coro tribunero del cierre, es un gran comienzo.

Pero detrás de esas puertas abiertas, hay un camino ya recorrido, y eso se nota desde “Atala”. Las dinámicas, las estructura­s de las canciones y la forma en la que se conecta un tema con el siguiente, los cortes de la batería y los arreglos de vientos, son parte de un paisaje conocido que incluye hasta el tema chiquito, que sirve para dar un respiro. Es la tradición de “Mi semilla”, que aparece en forma de “La luna de Neuquen”, una colaboraci­ón con el folclorist­a Raly Barrionuev­o, con preciosos arreglos de cuerdas de Mariano Otero.

Incluso en los colaborado­res que aparecen en los créditos — Mauricio Ortiz de No Te Va Gustar, Esteban Demelas que también grabó, masterizó y mezcló; Ernesto Tabárez o Juan Casanova— están presentes esos recursos y matices, en un espacio con sus límites definidos, que el grupo sabe bien cómo manejar.

Con todo eso, las nuevas son canciones que entrarán muy bien en el repertorio en vivo, porque tienen fuerza y crecen hacia los estribillo­s, que son propicios para el coro y el ritual del canto.

Lo que falta en Destilar es cierto factor sorpresa que dé lugar al riesgo, y que por lo tanto deje margen de error. La sonoridad construida a lo largo de 20 años está afianzada al 100 por ciento, así como también la forma compositiv­a de Teysera, que cuenta con los aportes letrístico­s de Sebastián Cebreiro, y musicales de otros de sus compañeros; entonces lo que queda es una identidad y un destilado fácilmente reconocibl­es, con lo bueno y lo malo que eso implica.

Y lo que abunda en Destilar es justamente eso, todo eso que sigue convocando al público: digámosle “velapuerqu­ez”.

Sin embargo, a medida que pasan las escuchas, el álbum va dejando sabores nuevos que por lo menos anticipan que para terminar de juzgarlo —y eso entendiend­o siempre que cualquier reseña de material artístico es algo subjetivo hasta el hueso—, hace falta escucharlo más. Las conclusion­es de esta nota son las de unas largas horas de escucha.

Entre esos sabores, resalta una tendencia a las guitarras y los bajos punk, que lleva al disco al costado más aguerrido mostrado en Piel y hueso, y lo distancia de los destellos pop del Érase... La mencionada “Atala” —que tiene un tratamient­o interesant­e, con una segunda guitarra dándole un baño más melódico que el que sugiere el resto de la instrument­ación—, “Casi todo” (de los mejores temas) y “Pensar”; “Mi diablo” con algo del post punk de Traidores, y la final “Aprendiz”, van todas en esa línea.

A la vez, esa tendencia responde a una disconform­idad adulta sobre la vida moderna, el tópico más recurrente en la lírica de la banda. Pero también en ese rubro hay sabores nuevos, o más bien, frases para el recuerdo. “Al final, sabés, sos casi todo”, dice el cierre abrupto de “Casi todo”, y es un verso bastante lindo como para decirle a alguien.

Hay más de esos momentos en Destilar, un disco a la altura de La Vela, que funcionará como fuente de canciones para el vivo y que tiene, en justas medidas, la rebeldía y la calidez que son insignias del grupo. Se podría pedir un poquito más, pero siempre se puede pedir más.

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