EL PRÍNCIPE AL VOLANTE DE UN AUTO PLATEADO
ción en las calles de Windsor. No menos vítores suscitó la recurrente imagen de la madre de Markle, Doria Ragland, 61 años, afroamericana, instructora de yoga y trabajadora social, sola en su banco secándose las lágrimas de emoción. Ragland, descendiente de esclavos, se sentó enfrente de la reina.
“Estás impresionante, absolutamente maravillosa”, le dijo Enrique a Meghan, según los lectores de labios de los tabloides.
Windsor fue una fiesta. Los trenes derramaron ríos de gente, llegados de todos los rincones del país, desde primera hora de la mañana. Banderituna boda real más. Todo fue igual. Pero también todo fue distinto.
Así lo creía Denise Crawford, que viajó desde Estados Unidos con sus hermanas expresamente para celebrar la boda real. Lucía su melena negra recién acicalada para la ocasión, una bandera británica en una mano y una jamaicana en la otra. De sangre antillana, nacida en Londres, criada en Kingston y residente en Brooklyn, Crawford destacaba “el valor simbólico del enlace”. “Hoy una hija de esclavos se casa con la familia real que sancionó la esclavitud. Hay una madre con rastas en el Palacio de Buckingham. Después de hoy la raza no será lo mismo. ¡Es un día histórico!”, defendió.
Tres pastores anglicanos se repartieron el trabajo en la capilla. La ceremonia tradicional la condujo el deán de Windsor David Conner. El arzobispo de Canterbury, Justin Welby, ofició los votos matrimoniales. Y Michael Curry, de Chicago, el primer obispo afroamericano en lo más alto de la iglesia Episcopal, tuvo a su cargo el subrayar la relación trasatlántica.
Como estaba previsto, Meghan, con una sólida trayectoria de activismo por la igualdad de género, no ha jurado “obedecer” al príncipe. Ambos, en cambio, se han jurado “amar, consolar, honrar y proteger” mutuamente.