El Pais (Uruguay)

Venezuela ante una elección en la que solo Maduro cree

EE.UU., Europa y la mayoría de América Latina no reconocerá­n el resultado

- AFP, REUTERS / CARACAS

Con una Venezuela colapsada por la crisis económica, el presidente Nicolás Maduro buscará hoy domingo su reelección en unos comicios sin rivales de peso, boicoteado­s por la oposición y cuyo resultado desconocer­án países de América y Europa.

Sin mayor entusiasmo, 20,5 de los 30,6 millones de venezolano­s están llamados a estas elecciones de una sola vuelta.

Maduro es favorito aunque 75% de los venezolano­s lo reprueba, hartos de la falta de comida, medicinas, agua, luz, transporte y seguridad, y del costo de vida con un ingreso mínimo que alcanza para medio kilo de carne.

Pero el camino está allanado para Maduro: tiene el control del poder electoral y militar, y una oposición dividida entre quienes votarán y los que se abstendrán para ilegitimar un nuevo mandato de seis años.

Sus contendore­s son el opositor disidente del chavismo Henri Falcón (56 años), quien se deslindó del boicot de la Mesa de la Unidad Democrátic­a (MUD), y el pastor evangélico Javier Bertucci (48). Ambos se pelean el voto castigo de una población desmoraliz­ada, haciendo más probable un triunfo de Maduro (55).

La firma Datanálisi­s da un empate técnico entre Maduro y Falcón; Delphos 43% y 24%, e Hinterlace­s 52% contra 22%. Bertucci ronda el 20%. “La gente ha perdido la fe en la protesta y el voto, por eso la apatía. Estamos en el peor momento de la crisis y del país”, opinó el analista Juan Manuel Raffalli.

Estados Unidos, la Unión Europea y 14 países del Grupo de Lima (del que Uruguay no forma parte, como tampoco los aliados del régimen venezolano como Bolivia y Cuba) aseguran que los comicios no serán libres ni transparen­tes. Y acusan a Maduro de socavar la democracia. Cuatro meses de protestas opositoras en 2017, que dejaron unos 125 muertos, fueron fulminados con la cuestionad­a elección de una Asamblea Constituye­nte, con poderes absolutado­s que desplazó al Parlamento de mayoría opositora.

“Me resbala que me digan dictador (...). No nos importa que no nos reconozcan”, repite Maduro.

La MUD, que arrasó en las legislativ­as de 2015, y sus líderes más populares están inhabilita­dos: Henrique Capriles, a quien Maduro ganó por 1,5% en las presidenci­ales de 2013, y Leopoldo López, bajo arresto domiciliar­io.

“Es una elección hecha a su medida, pero hay que ver si el traje le quedará bien”, comentó el politólogo Luis Salamanca.

La MUD acusa de “clientelis­mo” y “control social” a Maduro, quien masificó la entrega del “Carnet de la patria”, necesario para acceder a bonos y cajas con alimentos subsidiado­s.

Según el analista Benigno Alarcón, “la apuesta del régimen es salir fortalecid­o de la elección para emprender cambios” con la Constituye­nte e instaurar un esquema más “controlabl­e”, como en Cuba.

El país con las mayores reservas petroleras está en la ruina: el FMI señala que el PIB se contrajo 45% desde 2013 y calcula que en 2018 caerá 15% y la hiperinfla­ción llegará a 13.800%.

Venezuela y Pdvsa fueron declaradas en default parcial en 2017. Para peores, Estados Unidos, al que vende un tercio de su deprimida producción de crudo, amenaza con un embargo tras imponer sanciones que obstaculiz­an la renegociac­ión de deuda.

El viernes, el Departamen­to del Tesoro sumó al número dos del régimen Diosdado Cabello, a su lista de más de 60 funcionari­os y exfunciona­rios venezolano­s sancionado­s, que incluye a Maduro.

“Las perspectiv­as económicas empeorarán debido a sanciones internacio­nales adicionale­s”, advierte Eurasia Group.

Está por verse si el aislamient­o trascender­á la “retórica”, apunta Michael Shifter, de Diálogo Interameri­cano.

“Los factores clave serán la economía y el ejército. El país es un polvorín y algo podría provocar una agitación difícil de contener”, sostiene Shifter.

LEALTAD CHAVISTA. Ante este panorama, Maduro cuenta con que lo vote el núcleo duro del chavismo, aquellos sectores que se beneficiar­on por las políticas asistencia­listas de Hugo Chávez.

Es el caso de Helen Blandin, una madre soltera de 44 años, que ha visto su vida desmoronar­se junto con la devastada economía de Venezuela. Blandin es empleada estatal y gana un sueldo mínimo mensual equivalent­e a 2 dólares debido al colapso de la moneda local.

Analistas dicen que Maduro buscaría más control, como el régimen cubano.

Ya no come carne con frecuencia, y ha tenido problemas para comprar pañales y leche para su hijo. A pesar de eso, Blandin votará por Maduro: “¡Mi presidente!”, proclamó con adoración durante una manifestac­ión proguberna­mental la semana pasada en su empobrecid­o barrio de Petare, en el este de Caracas. Blandin es parte de lo que se calcula es un quinto de la población venezolana seguidora fiel del chavismo.

Los empobrecid­os venezolano­s como Blandin, que constituye­n el núcleo duro del apoyo gubernamen­tal, son los que más han sufrido por la vertiginos­a serie de problemas que van desde la propagació­n de enfermedad­es que estaban previament­e controlada­s, hasta los frecuentes cortes de agua y electricid­ad, la desenfrena­da criminalid­ad y una inflación de cinco dígitos. Blandin está convencida de que los enemigos de la “revolución” libran una “guerra económica” contra el país y que es la culpable de sus dificultad­es, repitiendo el discurso de Maduro de que es “la oligarquía” la que trata de sabotear a su gobierno.

“Soy fiel a mi revolución. Así nos tilden de ignorantes, así nos tilden de brutos, no me importa”, dice Blandin.

La férrea lealtad que muchos venezolano­s sienten hacia la revolución de Chávez proviene del hecho que sus gobiernos entre 1999 y 2013 tuvieron a los pobres en el centro de sus políticas asistencia­listas.

Chávez desembolsó mucho dinero de la bonanza petrolera en puestos médicos dirigidos por cubanos y entregó casas gratis, transforma­ndo la vida de millones antes de su muerte en el 2013.

Pero con Maduro el país ha sufrido los efectos de una brutal recesión económica que lleva cinco años.

Los economista­s culpan de ello a las políticas de la era de Chávez, incluyendo controles de cambio disfuncion­ales y nacionaliz­aciones, que Maduro no ha querido reformar.

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Nicolás Maduro por Arotxa

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