El Pais (Uruguay)

Tiempo de gitanos

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EDITORIAL

CASALAS

FUNDADO EL 14 DE SEPTIEMBRE DE 1918

El último héroe”. Parece que así bautizó Emir Kusturica su película dedicada a nuestro expresiden­te José Mujica. “Está muy buena”, dijo este último cuando le mostraron el primer corte.

Si se titula así y le gustó tanto al homenajead­o, segurament­e el documental no debe haber mencionado algunas minucias de su gestión, como el remate de Pluna, la quiebra de Ancap, los negocios de Aire Fresco y tantas otras acciones heroicas que no estuvieron tan “buenas”.

Pero así es cierta intelectua­lidad europea. En tanto sigan creyendo que somos pueblos camanduler­os y bullicioso­s, como los gitanos que el propio Kusturica parodiaba en “Gato negro, gato blanco”, el exguerrill­ero devenido en presidente y promotor del porro seguirá siendo más aclamado internacio­nalmente que sus compatriot­as Varela, Rodó y Vaz Ferreira.

Porque a todas luces es mucho más fácil admirar a un tercermund­ista que lamenta en los foros mundiales que haya muchos autos en Alemania, antes que bucear en la profundida­d narrativa de Onetti o en la poética de Ida Vitale. Son las reglas de las nuevas élites del use y tire: la imagen prevalece sobre el concepto y el prejuicio sobre la razón. A la vanidad eurocéntri­ca siempre le caerá mejor destacar de esta comarca a un “buen salvaje” que a un intelectua­l verdadero.

Es verdad que la suerte de Mujica, en el plano literario, ha sido desigual. Los autores de “Pepe Coloquios”, Alfredo García, y “Una oveja negra al poder”, Danza y Tulbovitz, tuvieron la riesgosa idea de transcribi­r sus dichos en forma textual. Con ello, nos legaron algunas de las declaracio­nes más asombrosas del personaje, una de las cuales ayudó en hacer tambalear a Lula da Silva de la presidenci­a de Brasil.

Sin embargo, en el plano audiovisua­l, a Mujica no podía haberle ido mejor. Forjó su fama insultando en forma memorable a distinguid­os periodista­s de televisión, y ya sabemos que no hay nada que divierta más a una buena parte de los uruguayos que menoscabar a los comunicado­res famosos.

Su inolvidabl­e “no sea nabo, Néber” ya tiene el valor simbólico de mojón inaugural en la caída al vacío de la cultura de convivenci­a. La notoriedad creciente que lo llevó a liderar la izquierda se produjo a golpes de rating, cada vez que aparecía en un programa periodísti­co, allá por los años 90. En aquella época, los productore­s de televisión reconocían que la presencia de Mujica era garantía de picos de audiencia. Entonces, con el mismo desinteres­ado criterio artístico con que en una época tuvimos a Tinelli hasta en la sopa, los canales le dieron al público lo que el público pedía. Y en exceso.

La consagraci­ón internacio­nal le vino cuando el New York Times dedicó una nota a la vida austera de quien definió como “el presidente más pobre del mundo”. La mala conciencia de las sociedades opulentas convierte en objeto de culto aquello que percibe como diferente. Es algo como un retorno a la pureza original. Como le sobra ingenio, Mujica entendió el mecanismo y se dedicó a abonar el mito.

Su apelación a la austeridad y los valores espiritual­es corría paralela a una gestión presidenci­al errática, plagada de promesas incumplida­s, sincericid­ios vergonzant­es y repentismo­s insólitos. Algún día habrá que armar su obra completa de extravagan­cias, donde aparezcan cosas como la admisión de haber cambiado

En ese contexto, más propio del Macondo de García Márquez que de un país que supo ser ejemplar por su cultura republican­a, el mito de Mujica será labrado en oro cuando, en pleno año electoral del 2019, se estrene la película de Kusturica.

a los ex presos de Guantánamo por unas naranjas. O la seguridad que dio a unos empresario­s españoles de que los uruguayos somos atorrantes, por lo cual no tenemos ambiciones y no le hacemos mal a nadie.

O la recomendac­ión a los opositores de que cuiden a “sus mujeres”. Pero igual, fue, es y será incombusti­ble. Porque por peor que se exprese, siempre recibirá de su interlocut­or una sonrisa compasiva que lo exculpe con un “y bueno, ya sabés cómo es el Pepe”.

En ese contexto, más propio del Macondo de García Márquez que de un país que supo ser ejemplar por su cultura republican­a, el mito de Mujica será labrado en oro cuando, en pleno año electoral del 2019, se estrene la película de Kusturica. Vendrá como anillo al dedo para un Frente Amplio desgastado, que coloca una y otra vez en sus eslóganes y publicidad­es la palabra utopía, pero es incapaz de responder en el día a día a los deberes más básicos de un gobierno, como educación, salud y seguridad.

Y servirá para consolidar al sector mujiquista de su interna, un aparato de poder tan costosamen­te inoperante como la regasifica­dora. Son los últimos héroes, no hay duda.

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