Siegbert Rippe
El pasado 11 de mayo murió el Prof. Dr. Siegbert Rippe. Su vida tuvo rasgos que no merecen enterrarse en silencio.
Nacido en 1936 en Berlín, con 3 años fue traído por sus padres, peregrinos que huían del Holocausto que iba a costarles la familia. Desde muchacho, abrazó su destino: estudiar con talento y trabajar con denuedo.
No siempre coincidimos. Vivimos y votamos por rutas diferentes. Pero en este país debilitado por los relativismos y las indefiniciones, es tiempo ya, de recuperar la costumbre liberal de inclinarnos con respeto ante el convencido honesto, saludando la grandeza del discrepante cuando piensa límpidamente por su cuenta y vive desde los principios que siente en el alma. Y ese era el caso.
Rippe era racional y lógico hasta los límites superiores de la abstracción, el rigor, la bohemia y el humor. Como un aristócrata intelectual leía los libros originales alemanes de gigantes del Derecho —Ihering, Kelsen y tantos—, pero como un demócrata llano, se preocupaba tanto por la empresa capitalista como por el avance del cooperativismo.
Por encima de su especialidad, encarnó la unidad del Derecho, herramienta imprescindible para salir del actual marasmo.
Es así como siendo catedrático de Derecho Comercial, sirvió al Derecho Administrativo y Constitucional. Tanto, que por su causa, sin haber sido jamás hombre de conspiraciones ni armas, en la dictadura se exilió en México. Tanto que regresó sin odios ni rencores, a servir la legalidad sin retrogustos.
En esa función, desde 2010 hasta 2017 descolló como Presidente del Tribunal de Cuentas.
Contrapuso la independencia del alto órgano a los intereses y exclusivismos: “Yo no estoy acá por la izquierda sino para defender la legalidad” repetía en su austero despacho. Se esforzó por la coherencia de los pronunciamientos. Luchó por una Ley Orgánica que le permitiera al Tribunal terminar con las ilegalidades que supuestamente controla, pero en realidad sobreviven robustas porque el Parlamento echa las observaciones a la papelera y no se interesa en que eso cambie.
El Uruguay debe preguntarse si tiene derecho a pagar con silencio y olvido inmediato, la entrega principista de esta clase de servidores públicos que —cualquiera sea su idea o su partido— desde su modestia activa le dan estructura y continuidad al Estado, sin contratar agentes de marketing que los lancen al jet set. Todos debemos sentir el imperativo de capitalizar esta clase de nobles ciudadanos.
El Derecho se compone no solo con las normas. También lo integra la capacidad crítica y el fuego sagrado de la conciencia, lo mismo si se aplica desde cargos encumbrados o desde rincones ignotos.
Si hoy nos crujen las relaciones humanas y la cultura institucional, salvemos a la persona por su valor interno y por su proyectarse en el espejo del semejante. A pesar de todo, la persona es la institución destinada a superar todas las crisis, porque sobrevive en quienes la amaron, la comprendieron y la admiraron desde la proximidad íntima de la familia o desde el foro abierto de la plaza y la opinión pública.
La persona, por cuya esperanza brindamos desde el modelo de actitud del Siegbert Rippe que se nos fue.
Por encima de su especialidad, encarnó la unidad del Derecho.