El Pais (Uruguay)

El error de Topolansky

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EDITORIAL

CASALAS

FUNDADO EL 14 DE SEPTIEMBRE DE 1918

Dos años después de los sucesos, la vicepresid­enta Lucía Topolansky acaba de admitir que fue “un error” decir que había visto el título de Raúl Sendic. Pero la confesión llega demasiado tarde y es extremadam­ente ambigua. Quienes se quedaron únicamente con los titulares de prensa pueden haber creído que Topolansky se estaba declarando arrepentid­a de haber dicho algo que no era cierto. Al hablar de “un error” estaría admitiendo haber actuado mal en aquel entonces.

Pero Topolansky no reconoció ningún traspié moral, ni tampoco admitió ningún error político (pese a que, en un momento delicado, su declaració­n afectó la ya debilitada credibilid­ad del oficialism­o). Lo único que concedió es no haber mirado las cosas con cuidado. “Me guié por papeles que él me dio”, dijo. Y de paso transfirió a Sendic la responsabi­lidad de haberla confundido.

Así que no hay ningún pedido de disculpas moral al conjunto de los ciudadanos, ni ningún pedido de disculpas político a sus compañeros frentistas. Todo se reduce a una excusa casi escolar. Eso explica por qué, casi enseguida de haber dicho “cometí un error”, Topolansky agrega muy suelta de cuerpo: “me tiene sin cuidado eso, no me importa”. Una afirmación curiosa si se tiene en cuenta que es la última en estar reconocien­do lo que todo el mundo ya sabe: que Raúl Sendic mintió descaradam­ente mientras ejercía la vicepresid­encia de la República, y que nunca tuvo un título de nada.

Todo esto podría ser apenas una perla más en el largo collar de papelones, miserias y deterioro institucio­nal que constituyó el “caso Sendic”. Pero el asunto tiene otra cara. La ambigua y contradict­oria declaració­n de Topolansky (“cometí un error pero no me importa”) es un ejemplo más de cómo funciona la cabeza tupamara: esa mentalidad que le viene haciendo daño al país desde hace más de medio siglo y todavía no deja de contaminar­nos.

Las palabras de Topolansky son parecidas a las que en general han usado los líderes tupamaros cada vez que se les preguntó si se arrepiente­n de haber optado por la violencia armada en el democrátic­o Uruguay de principios de los sesenta. Hace ya algunos años, José Mujica reconoció que tenía una mirada autocrític­a sobre aquello, pero esa frase perdió todo valor en cuanto se explicó: “De lo que estoy arrepentid­o es de haber tomado las armas con poco oficio y de no haberle evitado una dictadura al Uruguay”.

El arrepentim­iento de Mujica era puramente táctico. De lo que se arrepentía no era de haber tomado las armas ni de haber inaugurado una era de violencia en un país libre y pacífico, sino de haber tomado esas decisiones con un grado tal de improvisac­ión que volvía imposible la victoria. Además, mentía. Porque el fin con el que los Tupamaros tomaron las armas en 1963 no era evitar una dictadura que nadie avizoraba, ni enfrentar a un gobierno de Pacheco Areco que llegó de casualidad media década más tarde (Pacheco pudo no haber sido vicepresid­ente de Gestido, el infarto de Gestido pudo no haber ocurrido) sino instalar en Uruguay una dictadura socialista inspirada en el modelo cubano.

Algo similar ocurría con Eleuterio Fernández Huidobro, que no tenía problemas en reconocer errores estratégic­os cometidos por los Tupamaros (por ejemplo, persistir en el loco intento de volver revolucion­arios a los militares) pero jamás cuestionó las definicion­es de

Las recientes declaracio­nes de la vicepresid­enta Topolansky son una muestra de esta mentalidad resbaladiz­a y sinuosa. En vez de admitir la gravedad de lo que hizo y pedir disculpas de manera franca y leal, dice que cometió un error y al mismo tiempo lo trivializa.

fondo que los llevaron a matar y a secuestrar como método.

Así se menean los tupamaros desde hace décadas. Se declaran arrepentid­os de los crímenes que cometieron, pero solo porque no los llevaron a la victoria. Dicen que apoyan la democracia, pero solo porque no hay condicione­s para derribarla. Se sirven de la facultad de aprobar leyes cuando son mayoría, pero ante la menor dificultad colocan lo político por encima de lo jurídico. Se llenan la boca hablando de derechos humanos, pero no se los reconocen a sus propias víctimas, ni a los cubanos sometidos por el castrismo, ni a los venezolano­s que penan bajo Nicolás Maduro.

Las recientes declaracio­nes de la vicepresid­enta Topolansky son una muestra de esta mentalidad resbaladiz­a y sinuosa. En lugar de admitir la gravedad de lo que hizo y pedir disculpas de manera franca y leal a sus conciudada­nos (incluyendo a los frenteampl­istas que le creyeron) dice que cometió un error pero al mismo tiempo se encarga de trivializa­rlo. Y de paso quita todo significad­o institucio­nal a lo ocurrido.

No es esta la cultura política ni el estilo de argumentac­ión pública que merece el Uruguay del siglo XXI.

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